viernes, 30 de enero de 2009

Id a Tomás (2) Riegas los Montes - Eudaldo Forment

Id a Tomás
Principios fundamentales del pensamiento de Santo Tomás
Eudaldo Forment Giralt


2
«Riegas los Montes»


A mediados del siglo XIII, en la Universidad de París, para ser promovido al grado máximo de maestro o doctor, uno de los requisitos era el de pronunciar una lección solemne ante todo el claustro de Maestros y Profesores. Se conserva el texto de esta lección, que se llamaba «Principio», que impartió Santo Tomás al finalizar el curso 1255-56, titulada Sobre la recomendación de la Sagrada Escritura. Está basada en un versículo del Salmo 103, «La gloria de Dios en la creación», que dice: «desde tu morada riegas los montes, y la tierra se sacia de tu acción fecunda» (103, 13).

Este breve texto de Santo Tomás es muy importante, porque su contenido fue el programa de toda su vida y lo que permite entender su fecundidad, que atraviesa el tiempo. Comienza el Aquinate citando un pasaje del Pseudo-Dionisio, en el que se afirma que la Providencia divina hace que los dones superiores desciendan de lo más alto hasta lo más bajo de un modo escalonado, por medio de grados intermedios, y ello, tanto en los espirituales como en los corporales. Desde este principio se puede comprender la metáfora del Salmo. Así como la lluvia desde el cielo riega los montes y forma ríos que descienden hacia los valles, fecundando su suelo, así también la Sabiduría divina riega la mente de los maestros, que fluye hasta sus oyentes.

Considera a continuación cuatro cuestiones: la altura de la doctrina espiritual, la dignidad de sus profesores, la condición de sus oyentes y el orden de la comunicación.

-La Sagrada doctrina o Teología tiene gran altura por tres motivos. El primero es por su origen, que es la Sabiduría divina. El segundo es por su contenido. Algunas de sus verdades son conocidas por todos los hombres, aunque imperfectamente; otras, en cambio, sólo las entienden los adiestrados en el arte de razonar; y, por último, otras sobrepasan toda razón humana, están así únicamente en el texto de la Sagrada Escritura, donde habita la misma sabiduría divina.

Santo Tomás distingue un doble orden de verdades cognoscibles por el hombre: las verdades naturales o racionales y las verdades sobrenaturales, que han sido reveladas por Dios. La delimitación se da incluso en el conocimiento de Dios, que es así al mismo tiempo objeto de estudio de la Sagrada doctrina o Teología sobrenatural y de la Teología natural o racional, aunque con una formalidad distinta. La primera lo alcanza en cuanto a Dios, con la luz sobrenatural de la fe; la segunda. en cuanto causa primera de los entes, con la luz natural de la razón.

La Teología metafísica a partir de los entes asciende al conocimiento de Dios, pero no como Él es en sí mismo, sino como causa de todos ellos. Los principios que utiliza son los connaturales del conocimiento humano; y el método utilizado es la argumentación racional. En cambio, la Sagrada doctrina tiene por objeto a Dios mismo, pero según se ha revelado; para su estudio se apoya en unos principios, que son las verdades de la fe, y, por ello su método esta basado en la autoridad divina.

Sin embargo, la Sagrada doctrina argumenta usando métodos racionales, aunque, como dirá el Aquinate en la Suma Teológica, «la Sagrada doctrina utiliza también la razón humana, no ciertamente para demostrar el dogma, lo cual suprimiría el mérito de la fe, sino para esclarecer otras cosas que esta ciencia enseña» (STh I, 1, 8, ad 2). El uso de la razón por la Sagrada doctrina no supone una reducción del misterio revelado a mero pensamiento racional, porque «los argumentos de la razón humana no alcanzan a demostrar las verdades de la fe, pero, sin embargo, la Sagrada doctrina de los artículos revelados deduce otras verdades» (STh I, 1, 8, ad 1).

De manera que «así como las otras ciencias no argumentan para demostrar sus principios, sino que, basadas en ellos, discurren para demostrar otras verdades que hay en ellas, así tampoco la Sagrada doctrina emplea argumentos para demostrar los suyos, que son los artículos de la fe, sino que partiendo de ellos, procede a demostrar otras cosas» (STh I, 1, 8, in c.).

Existe también un conocimiento racional natural y espontáneo de Dios. El concepto de Dios, obtenido por el esfuerzo de la inteligencia humana por medio de las criaturas es accesible a cualquier hombre. Para todo hombre normal, que no haya sufrido deformaciones intelectuales o morales, es decir, sin prejuicios ni vicios, no le es difícil llegar a conocer a Dios, creador trascendente y personal. En cambio, no le es fácil a un hombre contaminado intelectualmente y de vida desordenada conocer a Dios a través del espectáculo de la naturaleza y de su propia interioridad. En realidad, no desea que sea cierta la existencia de Dios, porque comprometería consecuentemente su vida.

Este conocimiento intelectual, espontáneo y precrítico, puede elaborarse, para una comprensión más profunda y que proporcione un mayor grado de certeza, desde razonamientos y demostraciones más complejas. Su sistematización es la tarea de la Teología filosófica. Por consiguiente, para Santo Tomás los dos conocimientos, el natural y el sobrenatural, son distintos, pero están en continuidad. Cada uno representa la perfección del anterior, que es su sujeto.

El tercer motivo de la sublimidad de la Sagrada doctrina es por su fin. La meta de la Teología es que el hombre alcance la vida eterna. Finalidad que es la más alta de todas.

-La segunda cuestión que hay que considerar es la dignidad de los profesores. Gracias a la perfección de la Sagrada doctrina, sus maestros se pueden comparar a las montañas, que se señalan en el Salmo, regadas desde arriba. Tal comparación obedece a tres causas. Primera, por la elevación de las montañas sobre la tierra, pues así deben ser los profesores, que han de estar por encima de lo terrenal. Segunda, porque las montañas son las primeras en ser iluminadas por los rayos del sol, e igualmente los doctores son los primeros en recibir la participación de la sabiduría divina. Tercera, porque las montañas protegen a los valles, y los maestros deben defender a la fe de los errores.

Los profesores, por consiguiente, tienen tres funciones principales: predicar, enseñar y disputar. Por ello, su vida tendría que ser intachable, para iluminar con la predicación a los fieles, para enseñar a sus alumnos y para disputar contra los errores.

-La tercera cuestión se refiere a los oyentes. Si los profesores son los montes, los oyentes son la tierra, fertilizada por las aguas. Y también, por tres motivos. Primero, el oyente debe ser humilde al recibir la Sagrada doctrina, como la tierra con el agua que baja de los montes y que proviene de arriba. Segundo, tiene que ser firme, como la tierra, para no dejarse llevar por lo errores. Tercero, procurar ser fecundo, como la tierra, multiplicando por todas partes la sabiduría que han oído.

-La última cuestión es el orden que debe seguirse en la comunicación de la sabiduría. Hay que enfocarlo teniendo en cuenta tres principios. Primero, no es necesario comunicar a los oyentes todo lo que se sabe, el mismo maestro no ha podido aprehender toda la sabiduría divina. Segundo, en relación a los oyentes debe tenerse en cuenta que sólo Dios tiene la sabiduría por naturaleza, los profesores la comparten, aunque no por completo, y los oyentes participan en la medida suficiente para hacerla fructíficar como la tierra. Tercero, el poder de comunicar pertenece a Dios, y los profesores lo tienen como ministros y servidores de la sabiduría divina.

Concluye Santo Tomás precisando que, para ser buen ministro de la sabiduría divina, son necesarias cuatro cualidades: inocencia, sabiduría, celo y obediencia. Nadie por sí mismo y de sí mismo es apto para poserlas y para este ministerio. El maestro tiene que esperar recibir esta capacidad de Dios. Por ello, «hay que pedirla a Dios. "Si alguno de vosotros está falto de sabiduría, pídala a Dios, que a todos da largamente y sin reproche, y le será otorgada" (Sant 1, 5). Recemos para que Cristo nos la conceda a nosotros. Amén».





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