miércoles, 27 de junio de 2012

La “Vía Pulchritudinis” en el Magisterio de Benedicto XVI - P. Javier Bocci

La “Vía Pulchritudinis” en el Magisterio de Benedicto XVI
P. Javier Bocci (Comp.)


Material de Lectura Complementaria para la Cuarta Clase Magistral del Curso "Cultura y Contracultura en Nuestro Tiempo"


El Verdadero Arte Conduce a la Fe

"A mediados del siglo XVIII, el Papa Benedicto XIV, mandó grabar en el frontispicio del Museo Vaticano esta inscripción para explicar su finalidad: «Ad augendum Urbis splendorem et asserendam Religionis veritatem», «Para aumentar el esplendor de Roma y afirmar la verdad de la Religión cristiana».

El acercamiento a la verdad cristiana a través de la mediación de la expresión artística o histórico-cultural brinda una nueva oportunidad para hablar a la inteligencia y a la sensibilidad de personas que no pertenecen a la Iglesia católica y a veces pueden albergar prejuicios y desconfianza con respecto a ella. Los que visitan los Museos vaticanos tienen oportunidad de sumergirse en un concentrado de “teología por imágenes”, al detenerse en este santuario de arte y de fe. Permitidme poner de relieve una verdad que está escrita en el “código genético” de los Museos Vaticanos: la gran civilización clásica y la civilización judeo-cristiana no se contraponen, sino que convergen en el único plan de Dios. Lo demuestra el hecho de que el origen remoto de esta institución se remonta a una obra que con razón podríamos definir “profana” –el magnífico grupo escultórico del Laocoonte–, pero que, en realidad, insertada en el contexto vaticano, adquiere su plena y más auténtica luz. Es la luz de la criatura humana modelada por Dios, de la libertad en el drama de su redención, situada entre la tierra y el cielo, entre la carne y el espíritu. Es la Luz de una belleza que se irradia desde el interior de la obra artística y lleva al espíritu a abrirse a lo sublime, donde el Creador se encuentra con la criatura hecha a su imagen y semejanza. Todo esto podemos leerlo en una obra maestra como el Laocoonte, pero se trata de una lógica propia de todo el Museo, que desde esta perspectiva se presenta verdaderamente como un todo unitario en la compleja articulación de sus secciones, a pesar de ser tan diferentes entre sí" (Discurso en el V Centenario de los Museos Vaticanos, el 23 de Noviembre de 2006).


Relación Esencial entre Estética y Ética

"No sólo el debate cultural y artístico, sino también la realidad cotidiana nos vuelven a proponer hoy la necesidad y la urgencia de un renovado diálogo entre estética y ética, entre belleza, verdad y bondad. Efectivamente, en diversos niveles emerge dramáticamente la separación, e incluso la contraposición, entre las dos dimensiones: la de la búsqueda de la belleza, aunque comprendida reductivamente como forma exterior, como apariencia que se ha de perseguir a toda costa, y la de la verdad y la bondad de las acciones que se llevan a cabo para realizar un fin.

De hecho, una búsqueda de la belleza que fuese extraña o separada de la búsqueda humana de la verdad y de la bondad se transformaría, como por desgracia sucede con frecuencia, en mero esteticismo, y –sobre todo para los más jóvenes– en un itinerario que desemboca en lo efímero, en la apariencia banal y superficial, o incluso en una fuga hacia paraísos artificiales, que enmascaran y esconden el vacío y la inconsistencia interior. Ciertamente, esta búsqueda aparente y superficial no tendría una inspiración universal, sino que inevitablemente resultaría del todo subjetiva, si no individualista, para terminar incluso en la incomunicabilidad.

Es necesario volver a comprender la íntima conexión que une la búsqueda de la belleza con la búsqueda de la verdad y de la bondad. Una razón que quisiera despojarse de la belleza resultaría disminuida, y también una belleza privada de razón se reduciría a una máscara vacía e ilusoria.

En el Evangelio de san Mateo leemos la exhortación de Jesús a sus discípulos: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 16). Conviene notar que en el texto griego se habla de “kalá erga”, obras al mismo tiempo bellas y buenas, porque la belleza de las obras manifiesta y expresa, en una síntesis excelente, la bondad y la verdad profundas del gesto, como también la coherencia y la santidad de quien lo realiza. La belleza de las obras, de la que habla el Evangelio, nos remite a otra belleza, verdad y bondad, que sólo en Dios tienen su perfección y su fuente última" (Mensaje a las Academias Pontificias del 24 de Noviembre de 2008).


Valor Religioso de la Belleza en el Arte

"Una función esencial de la verdadera belleza, que ya refirió Platón, consiste en dar al hombre una saludable “sacudida”, que lo hace salir de sí mismo, lo arranca de la resignación, del acomodamiento del día a día e incluso lo hace sufrir, como un dardo que lo hiere, pero precisamente de este modo lo “despierta” y le vuelve a abrir los ojos del corazón y de la mente, dándole alas e impulsándolo hacia lo alto. La belleza, impresiona, pero precisamente asi recuerda al hombre su destino último, lo pone de nuevo en marcha, lo llena de nueva esperanza, le da la valentía para vivir a fondo el don único de la existencia. La búsqueda de la belleza de la que hablo, evidentemente no consiste en una fuga hacia lo irracional o en el mero estetismo.

Con demasiada frecuencia, sin embargo, la belleza que se promociona es ilusoria y falaz, superficial y deslumbrante hasta el aturdimiento y, en lugar de hacer que los hombres salgan de sí mismos y se abran a horizontes de verdadera libertad atrayéndolos hacia lo alto, los encierra en sí mismos y los hace todavía más esclavos, privados de esperanza y de alegría. Se trata de una belleza seductora pero hipócrita, que vuelve a despertar el afán, la voluntad de poder, de poseer, de dominar al otro, y que se trasforma, muy pronto, en lo contrario, asumiendo los rostros de la obscenidad, de la trasgresión o de la provocación como fin en sí misma. La belleza auténtica, en cambio, abre el corazón humano a la nostalgia, al deseo profundo de conocer, de amar, de ir hacia el Otro, hacia el más allá. Si aceptamos que la belleza nos toque íntimamente, nos hiera, nos abra los ojos, redescubrimos la alegría de la visión, de la capacidad de captar el sentido profundo de nuestra existencia, el Misterio del que formamos parte y que nos puede dar la plenitud, la felicidad, la pasión del compromiso diario.

La belleza, desde la que se manifiesta en el cosmos y en la naturaleza hasta la que se expresa mediante las creaciones artísticas, precisamente por su característica de abrir y ensanchar los horizontes de la conciencia humana, de remitirla más allá de sí misma, de hacer que se asome a la inmensidad del Infinito, puede convertirse en un camino hacia lo trascendente, hacia el Misterio último, hacia Dios. El arte, en todas sus expresiones, cuando se confronta con los grandes interrogantes de la existencia, con los temas fundamentales de los que deriva el sentido de la vida, puede asumir un valor religioso y transformarse en un camino de profunda reflexión interior y de espiritualidad. Una prueba de esta afinidad, de esta sintonía entre el camino de fe y el itinerario artístico, es el número incalculable de obras de arte que tienen como protagonistas a los personajes, las historias, los símbolos de esa inmensa reserva de “figuras” en sentido amplio, que es la Sagrada Escritura. Las grandes narraciones bíblicas, los temas, las imágenes, las parábolas han inspirado innumerables obras maestras en todos los sectores de las artes, y han hablado al corazón de todas las generaciones de creyentes, no menos elocuentes y cautivadoras.

Es en este sentido que se habla de una via pulchritudinis, un camino de la belleza que constituye al mismo tiempo un recorrido artístico, estético, y un itinerario de fe, de búsqueda teológica. El teólogo Hans Urs von Balthasar afirma: «La belleza es la última palabra a la que puede llegar el intelecto reflexivo, ya que es la aureola de resplandor imborrable que rodea a la estrella de la verdad y del bien y su indisociable unión. Es la belleza desinteresada sin la cual no sabía entenderse a sí mismo el mundo antiguo, pero que se ha despedido sigilosamente y de puntillas del mundo moderno de los intereses, abandonándolo a su avidez y a su tristeza». Y concluye: «De aquel cuyo semblante se crispa ante la sola mención de su nombre –pues para él la belleza sólo es chuchería exótica del pasado burgués– podemos asegurar que, abierta o tácitamente, ya no es capaz de rezar, y pronto ni siquiera será capaz de amar» (Gloria. Una estética teológica, p. 22). Por lo tanto, el camino de la belleza nos lleva a reconocer el Todo en el fragmento, el Infinito en lo finito, a Dios en la historia de la humanidad" (Discurso a los Artistas, el 21 de Noviembre de 2009).


Arte y Fe, Continuidad en la Novedad

"Vosotros sabéis que yo insisto mucho en la relación entre fe y razón; en que la fe, y la fe cristiana, sólo encuentra su identidad en la apertura a la razón, y que la razón se realiza si trasciende hacia la fe. Pero del mismo modo es importante la relación entre fe y arte, porque la verdad, fin y meta de la razón, se expresa en la belleza y se realiza en la belleza; en la belleza se prueba como verdad. Por tanto, donde está la verdad debe nacer la belleza; donde el ser humano se realiza de modo correcto, bueno, se expresa en la belleza. La relación entre verdad y belleza es inseparable, y por eso tenemos necesidad de la belleza.

En la Iglesia, desde el inicio, incluso en la gran modestia y pobreza del tiempo de las persecuciones, la salvación de Dios se ha expresado en las imágenes del mundo, en el arte, en la pintura, en el canto, y luego también en la arquitectura. Todo esto es constitutivo para la Iglesia y seguirá siendo constitutivo para siempre. De este modo, la Iglesia ha sido madre de las artes a lo largo de los siglos. El gran tesoro del arte occidental –música, arquitectura, pintura– nació de la fe en el seno de la Iglesia. Actualmente hay cierto “disenso”, pero esto daña tanto al arte como a la fe: el arte que perdiera la raíz de la trascendencia ya no se dirigiría hacia Dios, sería un arte a medias, perdería su raíz viva; y una fe que dejara el arte como algo del pasado, ya no sería fe en el presente. Hoy se debe expresar de nuevo como verdad, que está siempre presente. Por eso, el diálogo o el encuentro –yo diría la unión– entre arte y fe, está inscrito en la más profunda esencia de la fe. Debemos hacer todo lo posible para que también hoy la fe se exprese en arte auténtico, como Gaudí, en la continuidad y en la novedad; y todo lo posible para que el arte no pierda el contacto con la fe" (Viaje Apostólico a España. Conferencia de Prensa durante el Vuelo, el 6 de Noviembre de 2010).


Dimensión Espiritual del Cuerpo Humano en el Arte Sacro

"Poco después de la muerte de Miguel Ángel, Paolo Veronese fue llamado a la Inquisición con la acusación de haber pintado figuras inapropiadas alrededor de la última Cena. El pintor respondió que también en la Capilla Sixtina los cuerpos estaban representados desnudos, con poca reverencia. Fue el propio inquisidor el que defendió a Miguel Angel con una respuesta que se ha hecho famosa: «¿No sabes que en estas figuras no hay nada que no sea espíritu?». En la actualidad nos cuesta entender estas palabras, porque el cuerpo aparece como materia inerte, opuesta al conocimiento y a la libertad propias del espíritu. Pero los cuerpos pintados por Miguel Ángel están llenos de luz, de vida, de esplendor. De esta manera quería mostrar que nuestros cuerpos entrañan un misterio. En ellos el espíritu se manifiesta y actúa. Están llamados a ser cuerpos espirituales, como dice san Pablo (1 Co 15, 44)" (Encuentro sobre el Matrimonio y la Familia, el 13 de Mayo de 2011).


El Arte, Vía de la Belleza hacia Dios

"Uno de los canales que pueden llevamos a Dios y ser ayuda en el encuentro con Él, es la vía de las expresiones artísticas, parte de la «via pulchritudinis, vía de la belleza, de la cual he hablado en otras ocasiones y que el hombre de hoy debería recuperar en su significado más profundo.

Tal vez os ha sucedido alguna vez ante una escultura, un cuadro, algunos versos de una poesía o escuchando un fragmento musical, experimentar una profunda emoción, una sensación de alegría, es decir, de percibir con claridad que ante vosotros no había sólo materia, un trozo de mármol o de bronce, una tela pintada, un conjunto de letras o un cúmulo de sonidos, sino algo más grande, algo capaz de tocar el corazón, de comunicar un mensaje, de elevar el alma. Una obra de arte es fruto de la capacidad creativa del ser humano, que se cuestiona ante la realidad visible, busca descubrir su sentido profundo y comunicarlo a través del lenguaje de las formas, de los colores, de los sonidos.

El arte es capaz de expresar y hacer visible la necesidad del hombre de ir más allá de lo que se ve, manifiesta la sed y la búsqueda de infinito. Más aún, es como una puerta abierta hacia el infinito, hacia una belleza y una verdad que van más allá de lo cotidiano. Una obra de arte puede abrir los ojos de la mente y del corazón, impulsándonos hacia lo alto.

Pero hay expresiones artísticas que son auténticos caminos hacia Dios, la Belleza suprema; más aún, son una ayuda para crecer en la relación con Él en la oración. Se trata de las obras que nacen de la fe y que expresan la fe. Podernos encontrar un ejemplo cuando visitamos una catedral gótica: quedamos arrebatados por las líneas verticales que se recortan hacia el cielo y atraen hacia lo alto nuestra mirada y nuestro espíritu, mientras al mismo tiempo nos sentimos pequeños, pero con deseos de plenitud. O cuando entramos en una iglesia románica: se nos invita de forma espontánea al recogimiento y a la oración. Percibimos que en estos espléndidos edificios está de algún modo encerrada la fe de generaciones. O también, cuando escuchamos un fragmento de música sacra que hace vibrar las cuerdas de nuestro corazón, nuestro espíritu se ve como dilatado y ayudado para dirigirse a Dios. Vuelve a mi mente un concierto de piezas musicales de Johann Sebastian Bach en Munich. Al concluir el último fragmento de una de las Cantatas, percibí, no por razonamiento sino en lo más profundo del corazón, que lo que había escuchado me había transmitido verdad, verdad del Sumo Compositor, y me impulsaba a dar gracias a Dios. Junto a mí estaba el obispo luterano de Munich y espontáneamente le dije: “Escuchando esto se comprende: es verdad; es verdadera la fe tan fuerte, y la belleza que expresa irresistiblemente la presencia de la verdad de Dios”. ¿Cuantas veces cuadros o frescos, fruto de la fe del artista, en sus formas, en sus colores, en su luz, nos impulsan a dirigir el pensamiento a Dios y aumentan en nosotros el deseo de beber en la fuente de toda belleza! Es profundamente verdadero lo que escribió el gran artista Marc Chagall: que durante siglos los pintores mojaron su pincel en el alfabeto colorido de la Biblia. ¡Cuántas veces entonces las expresiones artísticas pueden ser ocasiones para que nos acordemos de Dios, para ayudar a nuestra oración o también a la conversión del corazón? Paul Claudel, famoso poeta, dramaturgo y diplomático francés, en la basílica de Notre Dame de París, en 1886, precisamente escuchando el canto del Magníficat durante la Misa de Navidad, percibió la presencia de Dios. No había entrado en la iglesia por motivos de fe, había entrado precisamente para buscar argumentos contra los cristianos, y en cambio, la gracia de Dios obró en su corazón.

Queridos amigos, os invito a redescubrir la importancia de este camino también para la oración, para nuestra relación viva con Dios. Las ciudades y los pueblos en todo el mundo contienen tesoros de arte que expresan la fe y nos remiten a la relación con Dios. Por eso, la visita a los lugares de arte no ha de ser solo ocasión de enriquecimiento cultural –también esto–, sino sobre todo un momento de gracia, de estímulo para reforzar nuestra relación y nuestro diálogo con el Señor, para detenerse a contemplar en el paso de la simple realidad exterior a la realidad más profunda que significa, el rayo de belleza que nos toca, que casi nos “hiere” en lo profundo y nos invita a elevarnos hacia Dios. Termino con la oración del Salmo 27: «Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo» (v. 4). Esperemos que el Señor nos ayude a contemplar su belleza, tanto en la naturaleza como en las obras de arte, a fin de ser tocados por la luz de su rostro, para que también nosotros podamos ser luz para nuestro prójimo" (Audiencia General del 31 de Agosto de 2011).





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