lunes, 30 de julio de 2012

Arte y Fe - Joseph Ratzinger / Benedicto XVI

Arte y Fe
Joseph Ratzinger / Benedicto XVI
[Colaboración: P. Javier Bocci]


Material de Lectura Complementaria para la Cuarta Clase Magistral del Curso "Cultura y Contracultura en Nuestro Tiempo"


Lo Santo y lo Profano
Cardenal Joseph Ratzinger

Hay diversas razones que pueden haber motivado que muchas personas busquen un refugio en la vieja liturgia. Una primera e importante es que allí encuentran custodiada la dignidad de lo sagrado. Con posterioridad al Concilio, muchos elevaron intencionadamente, a nivel de programa la “desacralización”, explicando que el Nuevo Testamento había abolido el culto del templo: La cortina del templo desgarrada en el momento de la muerte de cruz de Cristo significaría –según ellos– el final de lo sacro. La muerte de Jesús fuera de las murallas, es decir, en el ámbito público, es ahora el culto verdadero. El culto, si es que existe, se da en la no-sacralidad de la vida cotidiana, en el amor vivido. Empujados por esos razonamientos, se arrinconaron las vestimentas sagradas; se despojó a las iglesias, en la mayor medida posible, del esplendor que recuerda lo sacro; y se redujo la liturgia, en cuanto cabía, al lenguaje y gestos de la vida ordinaria, por medio de saludos, signos comunes de amistad y cosas parecidas.

Sin embargo, con tales teorías y una tal praxis se desconocía completamente la conexión real entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; se había olvidado que este mundo todavía no es el Reino de Dios y que “el Santo de Dios” (o sea N. S. Jesucristo: Jn 6, 69) sigue estando en contradicción con el mundo; que necesitamos de la purificación para acercarnos a Él; que lo profano, también después de la muerte y resurrección de Jesús, no ha llegado a ser lo santo. El Resucitado se ha aparecido sólo a aquellos cuyo corazón se ha dejado abrir para Él, para el Santo: no se ha manifestado a todo el mundo. De este modo se ha abierto el nuevo espacio del culto, al que ahora estamos remitidos todos; a ese culto que consiste en acercarse a la comunidad del Resucitado, a cuyos pies se postraron las mujeres y le adoraron (Mt 28, 9). No quiero en este momento desarrollar más este punto, sino sólo sacar directamente la conclusión: debemos recuperar la dimensión de lo sagrado en la liturgia. La liturgia no es festival, no es una reunión placentera. No tiene importancia, ni de lejos, que el párroco consiga llevar a cabo ideas sugestivas o elucubraciones imaginativas. La liturgia es el hacerse presente del Dios tres veces Santo entre nosotros, es la zarza ardiente, y es la Alianza de Dios con el hombre en Jesucristo, Muerto y Resucitado. La grandeza de la liturgia no se funda en que ofrezca un entretenimiento interesante, sino en que llega a tocarnos el Totalmente-Otro, a quien no podríamos hacer venir. Viene porque quiere. Dicho de otro modo, lo esencial en la liturgia es el misterio, que se realiza en el rito común de la Iglesia; todo lo demás la rebaja. Los hombres lo experimentan vivamente, y se sienten engañados, cuando el misterio se convierte en diversión, cuando el actor principal en la liturgia ya no es el Dios vivo, sino el sacerdote o el animador litúrgico (Alocución siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los Obispos reunidos en Santiago y en Bogotá, Julio de 1988).


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La Cultura Clásica conduce a la Fe
Benedicto XVI

El acercamiento a la verdad cristiana a través de la mediación de la expresión artística o histórico-cultural brinda una nueva oportunidad para hablar a la inteligencia y a la sensibilidad de personas que no pertenecen a la Iglesia católica y a veces pueden albergar prejuicios y desconfianza con respecto a ella. Los que visitan los Museos vaticanos tienen oportunidad de sumergirse en un concentrado de “teología por imágenes”, al detenerse en este santuario de arte y de fe. Permitidme poner de relieve una verdad que está escrita en el “código genético” de los Museos Vaticanos: la gran civilización clásica y la civilización judeocristiana no se contraponen, sino que convergen en el único plan de Dios. Lo demuestra el hecho de que el origen remoto de esta institución se remonta a una obra que con razón podríamos definir “profana” –el magnífico grupo escultórico del Laocoonte–, pero que, en realidad, insertada en el contexto vaticano, adquiere su plena y más auténtica luz. Es la luz de la criatura humana modelada por Dios, de la libertad en el drama de su redención, situada entre la tierra y el cielo, entre la carne y el espíritu. Es la Luz de una belleza que se irradia desde el interior de la obra artística y lleva al espíritu a abrirse a lo sublime, donde el Creador se encuentra con la criatura hecha a su imagen y semejanza (Discurso del 23 de Noviembre de 2006).



[Colaboración: P. Javier Bocci]





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