martes, 31 de marzo de 2015

Las Consecuencias de la Fornicación en la Realización Vocacional - Zelmira Seligmann

Las Consecuencias de la Fornicación en la Realización Vocacional
Dra. Zelmira Seligmann


Exposición realizada por la Lic. en Psicología y Dra. en Filosofía Zelmira Seligmann en el marco de la VII Jornada de Psicología Cristiana que trató el tema “Familia y Sexualidad”, en la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA) de Buenos Aires, Argentina, el viernes 1 de Octubre del 2010.


Son cada vez más numerosos los pacientes que debemos atender con esta extraña “patología” como es la incapacidad para la vida matrimonial, si es que ya están casados, o para la realización de un proyecto matrimonial, si es que aún buscan casarse y realizarse en una vida familiar. 

A la vez encontramos también muchos fracasos, incluso después de largos años de convivencia, de matrimonios que habían logrado tener una familia con hijos y una cierta estabilidad, y donde nada parecía predecir el triste desenlace de la disolución y disgregación de la familia. 

En todos estos casos -la imposibilidad de concretar la propia vocación matrimonial, la incapacidad para llevarla adelante tanto sea al comienzo del matrimonio como luego de varios años de convivencia- puede haber diferentes causas, pero analizaremos la más común, pues se refiere a una cierta mentalidad que aparece “como normal” en nuestra cultura, cada vez más alejada de la ley natural, donde la “libertad” y el capricho subjetivo, parecería ser el único valor por el cual se mueven las personas. 

Por eso quiero analizar el problema de la fornicación -o sea, el mantener relaciones sexuales prematrimoniales, entre varón y mujer, pero sin estar casados- y sus consecuencias psicológicas, sobre todo en cuanto a la realización o frustración de la propia vocación.

Habría que hacer primeramente una distinción -por otro lado, estudiada por Santo Tomás siguiendo a Aristóteles- entre el incontinente y el intemperante. 

En el incontinente la voluntad es arrastrada por la pasión y se arrepiente en cuanto la pasión va desapareciendo. Esto quiere decir que hay gente que fornica dejándose llevar por los impulsos, sin resistirlos debidamente, apartándose así del orden de la razón, pero sabe que está mal y se arrepiente de lo hecho por debilidad. Sin duda, como observa Santo Tomás, la causa está principalmente en el alma (el cuerpo es sólo ocasión del pecado), pues no se propone resistir con firmeza a la tentación, mediante el juicio de la mente [1]. 

Diferente es la situación del intemperado, que es aquel que no se arrepiente, porque ya tiene el vicio contrario a la templanza. La templanza es una virtud que modera los placeres sensibles sometiéndolos al juicio de la razón. Por eso la intemperancia es un vicio (hoy en día llamado “adicción al sexo”) verdaderamente corruptor de la vida humana, y sobre todo de su vida psíquica. ¿Por qué? Porque la bondad de la virtud moral está en seguir el orden de la razón, ya que “no existe más bien para el hombre que el racional” [2]. En la intemperancia la voluntad se decide a pecar por propia elección porque ya tiene el hábito adquirido por el ejercicio. La persona ya juzga bueno seguir sus pasiones y no le importa refrenarlas. Es más, las justifica.

Ya Santo Tomás cuando estudia la intemperancia dice que es un pecado “pueril”, o sea que es un vicio propio del infantilismo; como los caprichos de los niños [3]. Por eso no cabe duda de que sumerge a la persona en una tremenda inmadurez, con todas las consecuencias que esto supone en las responsabilidades de una persona adulta, principalmente porque -como afirma Santo Tomás- es un vicio que al hundir en los placeres animales, obnubila la luz de la razón. 

Estudiaremos principalmente los efectos nocivos de la intemperancia porque cuando ya está instalado el vicio, las consecuencias son más graves, sobre todo teniendo en cuenta que el vicio es causa de la enfermedad mental y de todos los desórdenes patológicos del carácter. También debemos considerar que el problema de la cultura actual es principalmente que se pervierte el orden de la razón ya desde la misma niñez y juventud, pues se ve como negativo el subordinar los impulsos a la razón. Sin lugar a dudas ha sido determinante la influencia del modernismo, y especialmente del psicoanálisis y otras teorías psicológicas, aun aceptadas por los católicos que educan, y donde se pone de relieve el tema de “no reprimir”, el dejar que sean auténticos y espontáneos, el dejar en libertad para manifestar el “amor”, el hecho de que hay que dejar que hagan su propia vida, etc. En la cultura moderna ya no se educa para la virtud y mucho menos para la virtud de la templanza. Y esto trae gravísimas consecuencias a nivel psíquico y social. 

Podría decirse aún más, y es que en la cultura actual hay una “disposición” para el desenfreno y la fornicación. No sólo por las costumbres corruptas de nuestra sociedad (incentivadas por los poderosos medios de comunicación), que incluso las confirma con leyes humanas positivas, sino también y principalmente por la educación deficiente que reciben nuestros jóvenes. Aún la educación en ámbitos católicos. 

Las nuevas generaciones ya no ven como malo no sólo el tener relaciones sexuales ocasionales con el “novio” y a veces hasta en la primera salida, sino que ya por principio no conciben una vida de castidad, y les parece muy normal irse a convivir con su “pareja”. A veces hay planes matrimoniales a largo plazo pero, en la mayoría de los casos, no existe ningún proyecto y se cambia de pareja con mucha frecuencia. Por eso podemos afirmar que hoy en día la fornicación no se da por el sólo hecho de un desborde pasional -el “incontinente” para Aristóteles- sino que ya existe la convicción de que hay derecho a vivir con esa libertad. Y en la mayoría de las familias se acepta este desorden, generalmente porque justifica problemas de los padres mismos. 

Pero me parece interesante al análisis que hace Santo Tomás de este vicio, porque lo primero que observa es que es un pecado que sumerge a la persona en una gran inmadurez, porque son actos semejantes a los de los niños, y esto por tres razones: 

1º) en cuanto al objeto apetecido, la concupiscencia tiende a algo torpe, bajo, con acciones que no son razonables, que no se ordenan a un fin más elevado, “no escuchan la voz de la inteligencia” como ya decía Aristóteles (en el Libro VII de la Ética). 

2º) respecto de las consecuencias, el que fornica es como el niño que si se le dejan realizar sus caprichos, crecen cada vez más sus deseos desordenados. Así la concupiscencia al verse satisfecha exige cada vez más, estructurándose una personalidad que no sabe poner límites a sus impulsos y deseos desordenados; 

3º) en cuanto al remedio, así como al niño hay que corregirlo, la concupiscencia debe ser refrenada para disminuir su poder, sometiéndola al régimen de la razón. 

La fornicación trae también sus consecuencias [4] en la inteligencia y en la voluntad: por ejemplo la “ceguera de la mente”, o sea que la persona no percibe la bondad del fin y por lo tanto no puede deliberar y poner los medios adecuados a ese fin (es corruptora de la prudencia, según Aristóteles). Y así cae fácilmente en la precipitación, en los juicios errados, en la inconstancia, por lo cual también se equivoca mucho respecto de las situaciones y las personas que involucra en su vida. Esto lo lleva a vivir continuas frustraciones afectivas y -a medida que pasan los años- se va truncando también la vocación matrimonial a la que pueden estar llamados. A cierta edad, cuando la juventud se va yendo y también las posibilidades concretas de la maternidad y paternidad, esto trae grandes depresiones pues se enfrentan al dolor de la no-deseada y tan temida vida en soledad. 

No son menos los estragos que hace la fornicación en la voluntad, pues la persona se hace cada vez más egoísta, crece su amor propio, en esa búsqueda del placer desordenado que, no sólo lo aleja de los demás, sino que también lo separa de Dios. Como muy bien observa Santo Tomás, el amor a las cosas de la vida presente donde se encuentra el placer, lo hacen desesperar de la vida futura, porque quien no reprime los placeres carnales no sólo no se puede ocupar de los espirituales, sino que hasta siente fastidio por ellos. 

Cuando viven con este pecado se alejan de Dios y de los sacramentos, y aquí nos referimos a los que son católicos. Cuando conviven porque saben que están en falta y, en el fondo, sólo les importa vivir esos momentos de placer, de “estar bien” con su pareja. Pero también cuando están solos, si bien quisieran volver a los sacramentos, muchas veces no lo hacen porque saben que no pueden Confesarse porque no se arrepienten de lo que han hecho ni tienen propósito de enmienda, pues si volvieran a encontrar otra persona, volverían a fornicar. Por eso dice muy bien Santo Tomás que es un problema del alma y no del cuerpo. Es que mentalmente ya están dispuestos a la fornicación como si fuera algo normal, si bien ven claramente que choca con su conciencia por lo cual no pueden fácilmente volverse a Dios y a la vida sacramental. Se sumergen en un ateísmo práctico. 

La ceguera de la mente, el desorden respecto de la razón, y la voluntad herida por el vicio, con toda la carga de egoísmo que supone, comprometen seriamente su vida futura y su proyecto vocacional. Porque no sólo eligen mal sus amistades y sus parejas (que muchas veces los “usan” o se “usan” mutuamente) sino que también eligen mal la persona con quien luego se casan, y el riesgo de fracaso matrimonial es muy alto. Se les hace muy difícil el discernimiento, porque su apego a lo sensible obnubila la razón. Y el problema no se plantea sólo por la mala elección, sino también por las patologías del carácter que llevarán luego a la vida comunitaria y que pueden hacerla insoportable, involucrando luego a los hijos, si es que los hay. Por supuesto estas situaciones traen consecuencias muy negativas para la sociedad en general. 

La fornicación al hacerse vicio (“adicción al sexo”), estructura la personalidad de manera que pone en peligro el matrimonio, sus fines y la realización vocacional en este estado de vida. Por eso requiere de una rectificación y purificación de la vida, para la realización de una buena familia. 

Ciertamente muchas veces es necesario hacer una “reeducación” del carácter y una adaptación al matrimonio y sus fines, debido a los malos hábitos que ya han conformado la personalidad. En estas personas, es necesario reducir la impulsividad sin límites, desarraigar los caprichos y deseos egoístas que entorpecen la vida en común, desarrollar la capacidad de razonar, de enfrentarse a la realidad, de asumir responsabilidades adultas; es necesario también llevar a la persona a vencer el miedo a las relaciones estables y duraderas, el miedo a los abandonos, y a veces, hasta es necesario desarrollar la sensibilidad y el afecto, que se han endurecido y enfriado por el vicio. La mayoría de las veces hay que hacer una adaptación a los fines del matrimonio: corregir la inmadurez para la vida en común, despertar el deseo de los hijos y, lo que es más difícil, que tomen conciencia de la responsabilidad en su cuidado y educación. 

Y en esto no podemos dejar de considerar las gravísimas consecuencias de la anticoncepción en sí misma (como principio que rige estos actos desordenados) y de los métodos contraceptivos usados en las relaciones sexuales prematrimoniales. Es más, en muchos casos se recurre directamente al aborto provocado, que es un crimen aborrecible. Es en estas circunstancias en que realmente se juega la vida y la muerte. El tema del aborto y sus consecuencias psíquicas para toda la vida, están hoy en día muy bien estudiados y hay mucha bibliografía al respecto (cf. por ejemplo “Miriam ¿porqué lloras?”, Pius Stössel, Combel, 2004). Y no sólo en la mujer sino también en el varón, que no solamente frustra su paternidad, sino que además se convierte en el homicida de su propio hijo. Ya sabemos cuán graves son los efectos del aborto y de la anticoncepción, que además de provocar problemas orgánicos (hormonales, de esterilidad, etc) se le suman los trastornos psíquicos, como depresiones, angustia, intentos de suicidio, sentimiento de culpa, fobias, incomprensión de la pareja, soledad, tristeza, problemas de comunicación, etc. 

Ya Santo Tomás advertía sobre la gravedad de la fornicación en este sentido, porque es un pecado cometido directamente contra la vida humana, “infiere un daño evidente a la vida de quien ha de nacer, por el acto cometido” [5]. Por esto va contra el derecho natural, que exige la estabilidad del matrimonio para la procreación y educación de la prole. 

Otro aspecto que me parece importante resaltar es que, cuando allegan a situaciones de crisis, no pueden superarlas, porque buscan siempre soluciones en el aspecto sensible y -frente a nuevas frustraciones- las crisis se profundizan. Obviamente, en esto influye el hecho de que no saben usar la razón. 

También sabemos por experiencia que suelen tener graves problemas de comunicación, porque el desorden interior se lleva a los actos exteriores, principalmente la palabra. Y en esto coincide Santo Tomás, cuando siguiendo a San Isidoro, dice que es por cuatro causas: en cuanto a la materia del discurso, sólo saca las “torpezas” de su interior; en cuanto a la precipitación e inconsideración, se precipita en palabras sin pensar y habla de cosas “tontas”; en cuanto al fin, porque busca el placer y el quedar bien delante de los demás, con expresiones muchas veces desubicadas; y en cuanto a la ceguera de la mente propia del que fornica, prorrumpe en necedades y estupideces, cambiando el sentido de las palabras para expresar sus concupiscencias [6]. 

La templanza es una virtud que se requiere para vivir bien la vida presente y ordenar y moderar las necesidades vitales, pero el fin propio de la templanza es la felicidad, a la que subordina estas necesidades. Por eso los que fornican y no refrenan los impulsos de sus concupiscencias, no sólo se sumergen en una profunda tristeza sino que además viven perturbados e intranquilos. La inseguridad los tortura, pues al no ser capaces de someter sus pasiones a la razón y hacer su vida “razonable”, las cosas presentes se les escapan de las manos. Tienen consciencia de que muchas situaciones los desbordan y que no pueden manejarlas. Sin duda alguna, porque si no pueden controlar sus propios impulsos, tampoco pueden resolver debidamente los problemas que se les presentan cotidianamente. 

Otro aspecto que no podemos dejar de lado, también por las consecuencias negativas en la vida en común, es la ira. El inmaduro caprichoso responde con enojo a aquellas cosas que no le gustan como son. El que fornica, al tener una gran debilidad en el control de sus emociones y el egoísmo siempre creciente, se irrita con frecuencia cuando algo lo disgusta, y por eso hace la convivencia insoportable. Esto es también otro aspecto de la inestabilidad de los concubinatos. Hay estudios estadísticos recientes que demuestran que el matrimonio estable reduce notablemente el stress en las personas. 

Por último quiero reflexionar sobre las posibles causas de este fenómeno moderno que es la fornicación como un vicio “aceptable” socialmente, como si fuera algo normal. 

Una primera causa -y muy importante por cierto- considero que es el grave problema educativo que vivimos en la actualidad. Principalmente la falta de buena doctrina y la enseñanza de las verdades más fundamentales, ya que ni siquiera se enseñan los Mandamientos de la Ley de Dios y la gravedad de su transgresión, no sólo ante Dios, sino también como causa de enfermedades mentales. Por supuesto esta crítica involucra a la educación católica que, en muchos lugares, es deficiente. 

Otra posible causa son los grupos de pares, los “amigos”, los ámbitos sociales, los medios de comunicación, la cultura en general, el miedo a ser distinto de los demás que tienen los adolescentes (y muchos adultos también) y por lo cual S. S. Benedicto XVI les ha pedido que sean capaces de ir “contracorriente”. 

Fundamentándome en mi experiencia como psicoterapeuta, he podido comprobar que hay jóvenes y adultos que -habiendo tenido una formación adecuada- consideran que han “claudicado” a sus principios, que han traicionado su consciencia por no quedar mal delante de los demás, por no pasar por “tontos” y reprimidos, por miedo a ser excluidos de los grupos en los que se mueven. Muchas veces este vicio comienza por las exigencias de la pareja y el miedo a perder el afecto. 

Desgraciadamente también podemos decir que los padres y a veces hasta los abuelos apoyan la iniciativa de sus hijos de irse a vivir con su pareja. Muchos padres justifican sus propias situaciones irregulares o la vida que llevaron antes del matrimonio, y hasta aprovechan para desligarse de la educación de sus hijos, que siempre es ardua. 

Recordemos que las consecuencias negativas de la fornicación están principalmente en el cumplimiento de los fines del matrimonio: la ayuda mutua, la procreación y la educación de la prole. Esta última herida se lleva por largo tiempo. 

En este papel central de la educación, es muy importante el testimonio de la familia y sobre todo el ejemplo de los padres. Muchos jóvenes de hoy en día no encuentran directivas claras de los padres con respecto al comportamiento sexual. Esta es una negligencia y un abandono gravísimo de su misión. Y aquí tendríamos que involucrar a todos los que educan: docentes, sacerdotes, etc. 

Y para terminar quisiera presentar la causa principal de este problema y es la ausencia de la vida sacramental. Ya un gran educador de la juventud como fue Don Bosco, fundamentaba su sistema preventivo (para prevenir del pecado) en tres pilares: el amor, la razón y la religión. El más importante es la vida religiosa (porque incluye a los otros dos), la oración y la frecuencia de los sacramentos: la Confesión y la Eucaristía. Se puede educar en la castidad pero si no se recurre a la oración y la gracia de los sacramentos, no se tiene fuerza para vencer las tentaciones que son cada vez más fuertes en la sociedad en que vivimos. 

Pero por el contrario -y esto es una gran esperanza- muchos jóvenes hoy en día no sólo consagran su vida a Dios con voto de castidad, sino que también hay muchos que prometen vivir su virginidad hasta el matrimonio, y hasta hay movimientos de jóvenes que se comprometen a empezar nuevamente una vida más plena y feliz con una renovada castidad. Pero todos ellos saben que necesitan una fuerza especial, que no viene de la propia naturaleza herida y asediada por tantas tentaciones del medio ambiente, viene sólo de Dios. 

Hoy, en el día de la fiesta de Santa Teresita, debemos recordar también a sus padres, los beatos Louis y Zélie, quienes supieron formar un matrimonio santo y dar frutos de santidad. Una familia digna de ser imitada.



Notas:
[1] Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, II-II q. 156.
[2] Pseudo-Dionisio Areopagita, De div. Nom, cap 4. Citado en S. Th II-II q. 141 a. 6 corpus.
[3] Cf. S. Th. II-II q. 142 a. 2
[4] Cf. S. Th. II-II q. 153 a. 5: Si están bien clasificadas las hijas de la lujuria.
[5] S. Th. II-II q. 154 a. 2 corpus.
[6] S. Th. II-II q. 153 a. 5 ad 4.





7 comentarios:

  1. Excelente. Estoy de acuerdo

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  2. nECESITAMOS QUE SE ENSEÑE ESTO EN CATEQUESIS

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  3. a ver si se animan a enseñar con este libro que se menciona en la
    Encíclica Divini Illius Magistri ...



    El áureo libro de Antoniano De la educación cristiana de los hijos.

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    1. No creo que se animen porque son unos modernistas humanistas de MERDIS...

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  4. De verdad m ayudo mucho tu explicación muchas gracias y felicidades es lo q estaba buscando dios t bendiga y llene de mas sabidiria

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  5. Buen artículo, estoy más feliz que nunca porque Dios es infinitamente bueno y misericordioso, y cuando un pecador se arrepiente, los cielos celebran.

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