lunes, 27 de junio de 2022

Españoles en la Gesta de Malvinas - Sebastián Sánchez

Españoles en la Gesta de Malvinas
Sebastián Sánchez


La Guerra de 1982 puede ser la piedra basal para reunir Hispanoamérica


[La Prensa / Centro Pieper] A cuarenta años de la Gesta, la progresía vernácula –de izquierda o derecha, pero siempre atenta a mellar glorias y denostar héroes– ha redoblado esfuerzos por hallar nuevos tópicos desmalvinizadores. Así, nos ha crecido una “perspectiva de género” de la guerra –para la cual se usufructuó aviesamente el recuerdo de las cinco valientes mujeres que participaron en ella– y se pretendió imponer el espectro de nuevos monstruos, retoñados en el caletre de algún logista con pasantía ad honorem en el Foreign Office. Entretanto, la “política” teatralizó un mohín compungido, agradeció a los veteranos “por habernos traído la democracia”, y siguió con su entusiasta y proverbial tarea: convertir todo lo que toca en lodo.  
  
Sin embargo, este significativo aniversario ha demostrado que, pese a todo, Malvinas es causa nacional. La comunidad argentina conmemora hoy la Gesta con renovado interés, respeto, admiración y no poco sentido de lo patrio, lo cual –tras cuatro décadas de desmalvinización campante y rampante– no es poco. De hecho, quizás sea el primer aniversario conmemorado con tanto empeño por los argentinos de bien que, a Dios gracias, abundan por doquier.
 
Pero aún queda mucho por conocer acerca de la guerra, no poco por investigar y por consultar a los veteranos que caminan entre nosotros, bien dispuestos a transmitir la forma de la guerra que libraron por la patria. Entre tantas cosas superficialmente vistas se encuentra la participación de España en la Gesta.

Claro está, no hablamos del Estado español, que por esos años andaba enredado en “transiciones”, destapes democráticos y borbónicos negociados. No. En 1982 el Estado de España –con Leopoldo Calvo Sotelo como cara visible– se empeñó en no contrariar a los ingleses, declarando que la cuestión de Gibraltar “era distinta y distante de la de Malvinas”. Argumento este arduo de sostener pues el Peñón es “territorio británico de ultramar”, al igual que las Malvinas, así consideradas desde 2010 por el Tratado de Lisboa, que firmó Rodríguez Zapatero (y toda Europa) con el atronador silencio de la diplomacia argentina. “Cosas veredes que no crederes, amigo Sancho...”.

Al nombrar a España, decimos la multitud de bien nacidos que advierten que, pese a todo, nuestras patrias continúan unidas por los lazos trascendentes de la lengua, la fe y la cultura. Nombramos a aquellos españoles que saben, al igual que nosotros, que el “argentino reino” (no ya la entidad político territorial denominada Virreinato del Río de la Plata) en muchos sentidos sigue siendo parte inescindible de la Hispanidad.

Es cierto que, además de españoles, hubo otros extranjeros en la Gesta, que participaron como voluntarios y en ocasiones con heroico desempeño. Entre otros, cabe recordar al capitán Asterio Wagata, comandante del Narwal, pesquero destinado a vigilar los movimientos de la flota británica. Este argentino naturalizado, nacido en Paraguay e hijo de padres japoneses, marchó a la guerra en forma voluntaria, al igual que toda su tripulación –o casi toda, pues los marinos chilenos se retiraron por propia decisión–. Fue Wagata quien, como cuadra a un capitán, socorrió a su contramaestre Omar Rupp, tras ser mortalmente herido por el Harrier que los atacó la noche del 9 de mayo. En el Narwal también estaba el uruguayo Jesús Morales Araujo, quien estuvo en el pesquero hasta el lamentable desenlace. 

 
Un Capellán

Pero es necesario detenerse en los españoles que combatieron al Imperio con el mismo ahínco patriota que tantos argentinos. Vale recordar el caso del Padre Jesús Prieto Santamarta, capellán de los Halcones de la Fuerza Aérea y puntal de aquellos pilotos antes y después de cada salida de combate. El Comodoro Pablo Carballo –el heroico “Capitán Cruz”– recuerda muy bien al cura: 

“Él nos dio la más poderosa de las armas, con la cual no temíamos a ninguna fragata: la fe. Él, en su humildad, nos fue enseñando los peldaños que conducen a la luz (...) ¿Cuántos años dedicó este sacerdote a nuestra V Brigada Aérea viviendo a miles de kilómetros de su país natal –España– y de su familia? Durante la guerra murió su madre y él no pudo viajar”. 
 
Y también es español el Padre Vicente Martínez Torrens –destacado capellán malvinero– pues, a pesar de que ha vivido la mayor parte de su vida aquí, no olvida que nació en Orba, en la Comunidad Valenciana. El ministerio de este sacerdote en las Islas –como así también sus denodados esfuerzos por “malvinizar” a la Argentina– son prueba notable de su amor a esta Patria. 

Y españoles fueron varios de los tripulantes del Isla de los Estados, el noble navío mercante argentino. Y primero entre aquellos, don Rafael Luzardo. Rafael nació en el Puerto de la Luz (Las Palmas) en 1920. Muy joven combatió en la Guerra Civil, en el Ejército nacional, y luego se enroló en la División Azul para marchar al frente ruso a batallar contra el comunismo. Entonces, a poco de retornar a la patria, formó familia y decidió “partir a Indias”. 

En 1949, los Luzardo viajaron a bordo de un vetusto vapor y se instalaron definitivamente en Buenos Aires. Durante un tiempo, Rafael probó suerte en distintos empleos hasta que en 1955 ingresó al Comando de Transportes Navales, la empresa naviera mercante creada en el seno de la Armada, con el objeto de conectar los puertos patagónicos. Comenzó su carrera en la marinería como “ayudante de cocina” y durante muchos años recorrió la costa argentina a bordo de distintos navíos. 


Heroísmo en el Mar

Para 1982, Luzardo ya era jefe de cocina del mercante Isla de los Estados y cuando se les anunció que el navío marcharía a Malvinas, decidió quedarse a bordo, al igual que todos sus camaradas. El buque formó parte de la Operación Rosario, el día de la Reconquista, y durante los primeros cuarenta días de la guerra tuvo una extraordinaria foja de servicios cumpliendo múltiples funciones. 

En efecto, al Isla de los Estados le cupo la peligrosa tarea del minado de las aguas frente a Puerto Argentino, como así también el esencial abastecimiento de provisiones a las distintas unidades distribuidas en las Islas. Justamente a esto último se dirigía el navío hacia Puerto Howard para llevar provisiones, sobre todo alimentos, a los soldados del aislado Regimiento 5. 

En el anochecer de aquel infausto 10 de mayo, la fragata inglesa Alacrity detectó uno de los breves encendidos de la radio del Isla de los Estados, que navegaba en plena oscuridad, y de inmediato le descargó una andanada de cañonazos que golpearon sobre la banda de estribor, donde estaba la carga de combustible de aviación, convirtiendo al mercante en una gigantesca bola de fuego. En la explosión murieron casi todos los tripulantes del noble buque: veintidós hombres, la mayoría civiles, entre los que se encontraba el canario Néstor Sandoval, mayordomo del buque, que se convirtió así en el primer caído español de la guerra.

A pesar de la enorme violencia del estallido, algunos tripulantes sobrevivieron y lograron nadar hasta algunas balsas. Uno de ellos fue el comandante del buque, el Capitán de Corbeta Alois Payarola, que braceó hasta el bote ocupado por dos marineros –el propio Luzardo y otro español, Antonio Cayo–. Sin embargo, al advertir la fragilidad de la embarcación, que no podía contenerlos a los tres, Payarola volvió a arrojarse a las heladas aguas. Mientras la balsa se alejaba, impulsada por las impetuosas olas, el comandante escuchó a los dos marinos españoles, cuyas graves voces cortaban el viento austral al grito de “¡Viva la Patria!”. Luego, tal como narró Payarola, ambos se hundieron en la oscuridad del Atlántico Sur. 
 
Emilio Samyn Ducó –por entonces joven subteniente destinado a Howard, donde cayó malamente herido– fue demudado testigo de la inmensa explosión del mercante y a cuarenta años recuerda así a sus héroes: “Poca gente puede decir «alguien dio la vida por mí», yo tengo veintidós hombres que dieron su vida por mí, que son los del buque Isla de los Estados, que fallecieron viniendo a traernos provisiones”.
 
Rafael Luzardo –cuyo sobrino Gustavo combatió heroicamente en el monte Longdon– es reconocido como uno de los dieciséis héroes de la Marina Mercante. La Nación lo distinguió con la condecoración “Al Muerto en Combate”, otorgada por el Congreso y, además, un pequeño grupo de islitas del archipiélago, cercanas a la boca sur del Estrecho de San Carlos, llevan el nombre de “Islotes Luzardo”. Raro ejemplo entre nosotros, aunque digno de imitación, ese de modificar la toponimia con nombres propios malvineros. 
 

Malvinizar la Hispanidad

Hubo españoles en Malvinas, tanto como argentinos en la Guerra del Rif y en la “Cruzada”. Del mismo modo, en las jornadas de la Defensa y Reconquista de Buenos Aires –y también en la Vuelta de Obligado, Quebracho y Tonelero– argentinos y españoles combatieron juntos, por la misma causa, frente al mismo enemigo.
 
Toda la razón le asistía a Alberto Caturelli cuando enseñaba que es necesario “malvinizar a Hispanoamérica”, procurando llevar a la plenitud la unidad preexistente de nuestras patrias. Pues bien, del mismo modo es menester “malvinizar” a España, para que nuestra guerra justa sea piedra basal de la restauración de la unidad tantas veces malograda.

A propósito, unos años atrás el ilustre escritor español Juan Manuel de Prada decía bellamente que “en América, allá donde la sangre de españolas venas se fundió con la sangre nativa para fundar la raza más hermosa, allá donde nuestra lengua se hizo dulce y fecunda, todavía queda dignidad. Ojalá esa dignidad vuelva algún día –¡mediante gozosa transfusión de sangre!– a su desnaturalizada madre”. Pues bien, que esa necesaria transfusión comience por la sangre vertida por argentinos y españoles en guerra justa contra el vil Imperio, allá en el Atlántico Sur. 







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