Iglesia y Comunidad Política en la Obra de Julio Meinvielle, el Teólogo de la Cristiandad
Dr. Sergio Raúl Castaño
Artículo definitivo del Dr. Castaño [1] sobre Meinvielle y la Cristiandad –que ya había aparecido en Chile, España [2] y Polonia–, con numerosas precisiones y agregados en algunas notas sobre la naturaleza de la política, la doctrina tradicional, la innovación conciliar, el obediencialismo, etc., y que con permiso expreso del Autor reproducimos en nuestro Blog del Centro Pieper [3].
Meinvielle. Su Concepción de la Política
I. Nuestro Autor y nuestro Tema
El Pbro. Dr. Julio Ramón Meinvielle (Buenos Aires, 1905-1973) no es tan sólo la figura central de la escuela tomista argentina (una escuela que sigue “haciendo la diferencia” cuando se la compara con las tradiciones tomistas supérstites hoy en Occidente). Meinvielle es asimismo, tal vez, el más autorizado teórico contemporáneo –a la vez teólogo y filósofo– de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, tema que trató en nuestros días en consonancia con la doctrina del Aquinate [4] y en continuidad con la doctrina católica de siempre. Nadie menos que Carlos A. Sacheri, el gran discípulo de Charles de Koninck y Emilio Komar [5], estampó el siguiente juicio sobre nuestro autor en el prólogo a El comunismo en la revolución anticristiana: “El libro reafirma la perspectiva teológica, característica de todo el pensamiento del autor, de la civilización cristiana o ciudad católica, esto es, de la Cristiandad. Al respecto cabe señalar que Julio Meinvielle es el máximo teólogo de[l tema de] la Cristiandad en lo que va del siglo veinte. Esta constante [...] jalona toda su labor intelectual” [6].
Dado que la política es algo del hombre, y que Dios es el fin del hombre, resultará instructivo plantear inicialmente la relación entre ambas esferas en el seno del hombre mismo. Al famoso y a veces mal interpretado texto de Tomás de Aquino en S. Th., I-IIae., 21, 4 ad 3: “homo non ordinatur ad communitatem politicam secundum se totum, et secundum omnia sua”, Meinvielle le acota en primer lugar: “Este orden [la formalidad cognoscitiva del teólogo] comprende la totalidad del orden natural y, por tanto, también el orden político que está dentro del orden natural como su más perfecto y excelente valor, y la totalidad del orden sobrenatural. Esto dos órdenes totales, aunque extrínsecamente, están subordinados entre sí, como lo perfectible a lo que perfecciona” [7]. Pero antes de estudiar la relación entre ambos órdenes de la realidad convendrá detenernos en la concepción de la vida política en Meinvielle, pues en la peraltada valoración que nuestro autor hace del orden político radica una parte substantiva del fundamento de la defensa del principio de Cristiandad.
II. El Sentido de la Vida Política
Meinvielle observa que las concepciones filosóficas modernas (en sentido no cronológico, sino doctrinal) ven en la vida política un mal, aunque necesario. Con esto se vincula que la función del gobierno, intrínseca a la vida política, sea explicada por ellas como una realidad coactiva. Es decir que la necesidad del gobierno se funda en la necesidad de reprimir el mal moral; en última instancia –y ya adoptando una perspectiva teológica–, en contener los efectos del pecado. Así valorado como un bien secundum quid –preferible a la libre maldad de los hombres–, cuanto mayor fuera el grado de perfección espiritual de los hombres (en inteligencia y en virtud), menor sería la necesidad del gobierno político. Por contrario, “[l]os verdaderos tomistas” (entre los cuales, obviamente, él mismo se coloca), ven en la política –y consiguientemente en el gobierno– una realidad esencialmente ordenadora y no coactiva; anclada en una necesidad imprescriptible, mas no originada en una dimensión humana disvaliosa. En efecto, el gobierno de la polis se funda en la necesidad de conducción al bien común político [8]. Y sus facultades ordenadoras no se explican por la obligación de conjurar un mal, sino, por el contrario, por la de dirigir un cuerpo social orgánico, plural y jerárquico al máximo bien participable en la esfera mundanal [9]. El autor plantea de esta manera el que tal vez sea el tema más axial de la filosofía política. Se trata de la divisoria de aguas existente entre las teorías que pretenden explicar la política por el mal humano y aquéllas que reconocen su fundamentación en la necesidad de consecución de un bien que no está al alcance de los grupos aislados. O, en otros términos, su afirmación de que la política no constituye un bien secundum quid, y de raigambre puramente utilitaria; sino un bien en sí mismo valioso y causado por el bien del hombre y para un mayor bien del hombre [10]. Lo cual implica que ni la potestad política ni el derecho positivo anclen su necesidad en deficiencia humana alguna.