El 18 de Julio y su Sentido Universal
Mario Caponnetto
En la Guerra Española (1936-1939) se jugó el destino de toda Europa. Fue en su esencia la última Empresa Católica, y por Católica, Ecuménica, emprendida por España en defensa de la Civilización común.
Con harta frecuencia se habla o se debate acerca del 18 de Julio de 1936, inicio de la Cruzada de Liberación de España (del que acaba de cumplirse el octogésimo quinto aniversario) como si se tratase tan sólo de un acontecimiento español o, mejor dicho, peninsular. Es innegable que esa fecha evoca un hecho decisivo en la historia de la España contemporánea, más allá del juicio que acerca de ella se formule. Es también innegable que el Alzamiento que tras una dura guerra puso fin a uno de los regímenes más criminales y ominosos de los que se tenga memoria obedeció a una compleja trama de causas incuestionablemente españolas.
Sin embargo, sería un imperdonable error de perspectiva histórica reducir el significado de esta fecha entrañable a una cuestión exclusivamente española o aún hispánica. El 18 de Julio es una efeméride universal, cargada de un auténtico sentido ecuménico (en el buen sentido de la palabra) que va más allá de las circunstancias que rodearon aquel suceso y aún de los protagonistas de esa historia. Este significado puede resumirse en una sola expresión: el 18 de Julio representa la última cruzada de la Cristiandad contra uno de sus mayores y más crueles enemigos, el ateísmo comunista. Sabemos que dicho así puede sonar a slogan, a retórica fácil o a lugar común. Pero nada más lejos de ello.
Lo que se jugó en España en aquellos años de la contienda civil fue algo más, mucho más, que un conflicto entre españoles derivado de hechos políticos que conmovieron, hasta sus cimientos, la vida política y social de España. Allí se batieron, de un lado, lo que aún quedaba de la Cristiandad, y, del otro, el más feroz enemigo, hasta ese momento, de cuantos se levantaron contra ella a lo largo de la historia, tan feroz que hasta el recuerdo del Islam, derrotado en Lepanto, empalidece.
P. José Luis Torres Pardo
«Testimonio sobre el Alcázar de Toledo»