Nietzsche y la Consumación del Ateísmo
P. Francisco Leocata
Material de lectura obligatoria para la decima Clase Magistral del Curso sobre Historia del Pensamiento Contemporáneo.
Con Schopenhauer se ha obrado en la filosofía moderna un cambio importante: lo metafísico del mundo no reside ya en el pensamiento sino en la tendencia, lo racional parece brotar de lo irracional.
F. Nietzsche tomará empuje de ese punto de partida, y lo llevará a sus últimas consecuencias. En los comienzos de su carrera es un brillante filólogo de la escuela de Ritschl.
Su libro sobre el «Origen de la tragedia» es en cierto modo la coronación y la emancipación de ese período. En ella está al germen de todo el pensamiento nietzscheano. Ve en el mundo griego una lucha entre al principio apolíneo y el dionisíaco. El primero, amante de la forma clara y esplendorosa, tiende a la perfección estática, al mundo ideal. El segundo, inquietud desbordante y embriagadora, mueve a la danza y empuja a la vida.
La lectura de Schopenhauer fecunda aún más la naciente cosmovisión del gran poeta. Nietzsche se siente impactado por el sometimiento de lo racional al impulso voluntario, que constituye uno de los aspectos más importantes del viejo maestro. Pero no comparte su pesimismo y menos su admiración por la ascética.
Bien sabe que todo eso lleva a la resignación y a la pasividad, o sea, a la mortificación de la vida. Y la vida es el absoluto para Nietzsche. Él quiere rescatar el movimiento creciente de la vida, con el que sustituye la voluntad schopenhaueriana.
La vida, ese ritmo interior expresado en la música y la danza, es impulso inextinguible que siempre busca expandirse y superarse; nunca es mera repetición de lo mismo, sino retorno eterno de formas siempre nuevas.
La primera etapa de la obra de Nietzsche puede considerarse una crítica de la moral, de la religión y de la historia de la filosofía, desde al punto de vista de la vida. Dos años después de su primera obra, aparecen las «Consideraciones inactuales» donde toma clara posición respecto a otros exponentes de la cultura de su tiempo: D. Strauss, Schopenhauer, Wagner. Escribe otras obras menores en que va madurando cada vez más su postura filosófica. «Humano, demasiado humano», «Aurora», «La gaya ciencia» son otros tantos libros presentados con estilo cautivador y en forma aforística, en los que Nietzsche ataca despiadadamente la moral burguesa y la religión, consciente de ser el profeta de un nuevo mundo que señala como mentira todo cuanto se opone a la vida.
Anuncia con gozo dionisiaco la “muerte de Dios", es decir, de toda verdad y realidad que pretenda estar más allá de la vida, de esta vida inmanente que late en el hombre buscando aun mayor expansión. Con esto no solo se hace intérprete de una nueva era atea, cuyos síntomas él claramente vislumbra, sino que expresa una consecuencia de sus premisas filosóficas. Según éstas, la verdad y los valores no son otra cosa que manifestaciones vitales que no tienen un peso en sí mismos. La vida los va creando para ensanchar constantemente sus dominios. Suponer el ser, la verdad o el bien como algo que supera y fundamenta la vida, es, según Nietzsche, invertir los términos y cometer un auténtico sacrilegio.
No hay nada que lo escandalice tanto como cualquier disminución del impulso vital. Es por eso que Nietzsche ve en la muerte de Dios la liberación de la vida. Es esta en el fondo la única realidad. Ella crece, se supera, se hace dios. Las leyes morales, con sus prescripciones y sus valores abstractos, son un estorbo para ese crecimiento. Los sistemas filosóficos, basados en pensamientos puros, no advierten que el pensar es una manifestación de la vida, el saber, un medio para expandir su poder.
El cristianismo, "platonismo para el pueblo", es enemigo de la vida, al predicar la compasión, la igualdad de todos ante Dios, y la necesidad de redención.
La crítica de Nietzsche sigue así adelante, derribando sin pudor alguno todo cuanto parezca reliquia de la antigua teología.
Puede considerarse como la etapa más madura de su pensamiento aquella que empieza con la gran obra «Así habló Zaratustra» y que sigue con «Más allá del bien y del mal» y los fragmentos póstumos de la «Voluntad de poder». Allí, desde una visión más abarcadora y más "positiva", sus páginas parecen adquirir los caracteres de un misticismo cósmico antirreligioso.
Se anuncia el surgir del Superhombre, suprema manifestación de la vida. Seria este al mismo tiempo, “el hombre como poeta, pensador, dios, amor y poder". En suma, una especie de hombre-Dios, lleno de poder y de gozo de la vida, aunque también de una cierta inocencia adamítica.
Nietzsche, propulsor del continuo devenir, se vuelve un enamorado de la eternidad, de un eterno retorno por el que el mundo, o sea, la vida, vuelve siempre a sí mismo en una infinita variedad de formas. El mundo es una obra de arte que se realiza constantemente a sí misma. La visión nietzscheana culmina así en un monismo dinámico que en más de un aspecto es la perfecta inversión del idealismo de Hegel.
Durante varias décadas Nietzsche fue considerado más bien como un poeta, ejerciendo una poderosa influencia en el arte y en la literatura de los primeros años de nuestro siglo. Fueron los filósofos de la existencia, especialmente Jaspers y Heidegger, quienes reivindicaron su valor filosófico.
Jaspers, en un discutible y sin embargo difundido acercamiento a Kierkegaard, pone de relieve la incompatibilidad sentida por Nietzsche entre el pensamiento abstracto y la vida. Heidegger parece haber calado más hondo al considerarlo como la culminación de la “metafísica" occidental, y al escrutar el significado filosófico del nihilismo.
El gran mérito de Nietzsche, en la historia de la filosofía, consiste en haber llevado a sus últimas consecuencias, de un modo más coherente quela izquierda hegeliana, Marx incluido, el ateísmo.
Hay textos en que parece tener plena conciencia de dar la versión más radical y más alemana del movimiento iniciado por el Iluminismo. La negación de Dios supone la caída de todos los llamados valores morales y filosóficos anteriores. Todo debe ceder ante la ascensión de la vida, la cual, en consecuencia, puede adquirir caracteres paradójicamente suicidas. Siendo todo devenir "inocente", por estar más allá del bien y del mal, cada hombre puede convertirse en un destructor de otras vidas para dar lugar a la suya, que al fin y al cabo es la única, y a la aparición del celebrado superhombre.
Nietzsche ha intuido perfectamente el estorbo que significa el cristianismo para toda esta visión. Y ha comprendido como pocos la negación evangélica al presupuesto de que toda expansión de la voluntad de poder sea sin más inocente. Merece recordarse que, aunque Nietzsche no fue precisamente un nacionalista, su predicación -bien o mal comprendida- hallo eco en la era del nazismo.
La crítica de Nietzsche puede ser leída con cierto provecho, si se ve en él sobre todo el desenmascarador de innumerables hipocresías de la vida moral moderna. Pero cabe preguntarse si su gigantesco esfuerzo consigue liberarse totalmente de la misma hipocresía. Su “sistema" se ríe de lo que llamamos “amor a la verdad".
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