El puesto que el hombre ocupa en el concierto del universo ha sido motivo de particular preocupación en la filosofía moderna, fundamentalmente en la llamada antropología filosófica. Es bien sabido que -considerado el padre de esta antropología- dedicó al tema el último de sus libros: Die Stellung des Menschen im Kosmos, publicado en 1928 y traducido entre nosotros con el título de El puesto del hombre en el cosmos (1). La lectura de esta obra no está exenta de cierto desconsuelo. Max Scheler no sólo no da una respuesta convincente respecto de cuál sea ese puesto cósmico asignado al hombre sino que, por añadidura, desemboca en una suerte de panteísmo tan confuso como lamentable.
Sin embargo, no carece de interés preguntarse acerca del lugar de la creatura humana en el universo. Más aún, pensamos que el planteo de semejante cuestión y la respuesta que se logre formular encierran toda una toma de posición respecto de la naturaleza del hombre y de su fin último. Lo que equivale a decir el corazón de cualquier antropología. En lo que sigue vamos a procurar dar una respuesta, por lo demás breve, a la luz de la Sacra Doctrina de Tomás de Aquino.
Para Santo Tomás el alma humana es un principio no corpóreo. Basta para comprenderlo analizar, entre los varios textos que podrían citarse, el primer artículo de la quaestio 75 de la Pars prima de la Summa Theologiae. La argumentación sigue aquí, en líneas generales, la doctrina de Aristóteles. Se presupone que se entiende por alma el primer principio de vida en los seres que viven entre nosotros (primum principium vitae in his quae apud nos vivunt). De este modo llamamos "animados" a los vivientes e "inanimados" a los que carecen de vida. Ahora bien, ¿cómo se manifiesta la vida, cómo se nos hace posible conocerla? Sólo mediante las operaciones de esos seres que llamamos vivos; fundamentalmente dos: la de conocer y la de moverse. Los primeros filósofos, que no alcanzaron a elevarse más allá de la imaginación (antiqui philosophi, imaginationem trascendere non valentes) pensaban que el principio de estas operaciones era siempre un cuerpo, puesto que sostenían que sólo las cosas corpóreas son seres y todo lo que no es cuerpo no es ser. Por eso concluían que el alma es un cuerpo. Pero esta opinión es falsa por múltiples razones, aunque Santo Tomás va a emplear solamente una. En efecto, es evidente que no todo principio de operación vital es alma pues, en ese caso, habría que admitir que los ojos, en tanto son de algún modo el principio de la visión, son alma; y así de cualquier otro órgano. Pero lo que entendemos por alma es el primer principio de la vida y, en este sentido, ningún cuerpo, en cuanto tal, puede ser el primer principio de la vida pues de lo contrario habría que admitir que todo cuerpo es viviente o principio de la vida lo cual contradice la experiencia más elemental. Por consiguiente, que un cuerpo sea viviente -o incluso principio de la vida- le compete en tanto es "tal" cuerpo. Ahora bien, ser "tal" en acto lo recibe de un principio que es acto suyo. Luego el alma que es el principio de la vida de ciertos cuerpos no es un cuerpo sino acto de un cuerpo (2).