Esencia Educativa de la “Inútil” Filosofía
Michele Federico Sciacca
¿Quién, por lo menos una vez en su vida no ha repetido, aunque sea en chanza, el dicho vulgar de que la filosofía “es esa cosa con la cual y sin la cual se queda uno tal cual”?. No lo dijo en chanza, sin embargo Aristóteles. ¿Pero cómo?. ¿Para Aristóteles la filosofía es esa cosa con la cual y sin la cual se queda uno tal cual…, etc?. Por cierto que sí; en efecto, para él es la única ciencia verdaderamente “inútil”, o sea que tiene su fin en sí misma; la ciencia que “no sirve”, justamente porque no es medio sino fin; la única absolutamente “desinteresada”, no empírica sino contemplativa. Filosofía es amor a la verdad, desprovista de cualquier fin extrínseco y extraño a la búsqueda de la verdad. Cuando se dice que la filosofía “no sirve”, que “no es útil”, y expresiones análogas, se piensa ofenderla (¡qué groseros son a menudo los hombres!) y en cambio se está tejiendo su más bello elogio. Su gran nobleza reside justamente en ser fin de sí misma, en tener como objeto la verdad pura sin reparar en otra cosa; de todas las ciencias, es la única verdaderamente “liberadora”; de todos los hombres, el filósofo es el único verdaderamente “libre”. Todo para él se convierte en medio, todo “sirve”; sólo la filosofía es fin, sólo la verdad “no sirve”; y él pertenece a la verdad: a nadie más, a ninguna otra cosa. Una búsqueda filosófica que pudiera servir a algo extraño a la pura búsqueda de la verdad en sí no sería ya un “filosofar”, sino una traición a la filosofía. La verdad que se convierte en medio de un fin que no sea ella misma es una verdad ofendida, vilipendiada, desconocida, subordinada a algo que le es absolutamente inferior (aunque sean todos los bienes juntos de la tierra), convertida en esclava de un amo –sea este un trono o un tesoro- que es siempre su siervo.
Considérese al artista, al que lo es verdaderamente (no al seudoartista que saca provecho del arte): contempla y canta, esculpe, pinta. “Contempla” un bello jardín lleno de flores y expresa esa belleza –que es su belleza– en un soneto, en un cuadro, en una página musical. ¿Estudia acaso si las plantas son criptógamas o fanerógamas?. No, porque si actúa como artista no lo hace como botánico. ¿Calcula tal vez la extensión en áreas del jardín?. No, porque el artista no es geómetra ni topógrafo. ¿Piensa por ventura a qué precio podría vender las bellas rosas y las perfumadas gardenias?. No, porque si es artista (¿no hay duda, verdad?) no es comerciante. Contempla la belleza pura, desinteresada, libérrimo y libérrimamente.
Así es el filósofo, el gran poeta de la verdad, que sondea, insomne y alerta, el misterio del cosmos humano y natural. Contempla la verdad, se abandona a ella, se hunde en ella, y no se preocupa de otra cosa: la ama como verdad, libérrimamente. ¿Y qué otra cosa podría importarle?. ¿Qué hay que sea más que la verdad o como la verdad?. Él, que se ha hecho humilde estudiante de la verdad, es el gran señor del mundo, el aristócrata del espíritu, patrón de todas las cosas porque las mide desde su altura y a todas las encuentra de bien pequeña estatura comparadas con la verdad. ¿Cómo podría atacarse, interesándolo en las cosas del mundo, a quien como el filósofo está en un coloquio con lo infinito, con lo eterno?. “Vive en las nubes”, se dice. ¡Y no!. Más arriba aún, porque el pensamiento tiene alas más robustas que las del águila y es capaz de vuelos más potentes. El filósofo tiene los pies en la tierra, pero la tierra no lo tiene; por eso es libre: porque de nada es súbdito, excepto de la verdad, que es celeste.