Sobre las Disciplinas
Juan Luis Vives
(1492-1540)
Prefacio a los Libros de las Disciplinas
Mientras andaba yo sumido en mi propio pensamiento de que no hay en la vida cosa más bella ni más excelente que el cultivo de los ingenios, cultivo formado por el conjunto de aquellas disciplinas que nos separan de la manera de vida de las fieras salvajes y nos restituyen a nuestra condición de hombres y nos elevan a Dios mismo, parecióme que debía consignar por escrito todas cuantas luces se me alcanzaran acerca de ellas. Yo creo, si no me engaño, que no ha sido por otra razón sino porque lo hicieron ya muchos de nuestros mayores. Y parecióme desde el primer momento que debía hacerlo con tal claridad y lucidez, que pudiera fácilmente ser entendido y retenido lo que fuere diciendo. Y en segundo lugar me pareció que ese tratado debía tener congruencia con la naturaleza de las cosas a tratar, hasta donde me fuera posible, porque el ingenio que ha ellas se aplicara, a medida que lo estudiaba y adelantaba en su conocimiento, hallase algún sabor y complacencia y de ahí resultase un mayor fruto en quien se consagre a aprenderlas. Procuré darles un carácter práctico, porque los ingenios sintieran aliciente por esos estudios ennoblecedores. Añadíles algunas lumbres y primores de buen decir, porque no era conveniente que materia tan bella anduviera vestida de ropas andrajosas, como también que los buscadores de literarias elegancias no se detuvieran perpetuamente en aquilatar voces y lenguas. Esto es lo que acontece regularmente, por hastío de la hórrida e infructuosa molestia que tenían que tragar larguísimo tiempo en el estudio de esas artes. Por este camino se llegará pronto a sacar provecho de las lenguas doctas que preparamos con tanta diligencia, porque contienen las disciplinas y porque tienen idoneidad de contenerlas.
Igualmente me esforcé por limpiar las artes de los posibles resabios de impiedad y traspasarlas de las tinieblas del gentilismo a las claridades indeficientes de nuestra santa religión, con el intento de demostrar que aquello que en la antigüedad engañó a los viejos escritores no fue por vicio del ingenio humano, como algunos piensan, sino por deficiencia suya personal. A este fin aduje razones idas a buscar en la Naturaleza, no en los oráculos divinos de la Sagrada Escritura, por no pasar con un salto imprudente de la filosofía a la teología. Si hasta cierto punto consiguiere mi propósito, no será ciertamente el fruto de este trabajo mío. ¿Qué utilidad mayor puede excogitarse que la de transferir a la ciega humanidad de las tinieblas a la contemplación de la luz, que tanto importa a todos, que sin ella fuéramos los más miserables de los hombres por toda una eternidad?. Y si por acaso algunos sospechaban verla mal, la puedan ver más llana y abiertamente y de tal manera que se persuadan que la ven lo más clara que pueda verse. Igualmente procuré evitar que ya desde las primeras letras, imbuidos en errores gentílicos, más tarde contaminemos con ellos nuestra santa religión; antes al contrario, ya desde los comienzos, luego al punto nos avecemos a las rectas y sanas persuasiones que poco a poco, y con el tiempo, vayan creciendo a medida que nosotros crezcamos.
Mas como haya quedado bien asentada la autoridad de los antiguos preceptistas en la enseñanza de las artes, y porque con ella no quedase perjudicado yo, el preceptor, ni con ella dañados los estudiosos que de buena gana y fácilmente se confían a la dirección de un caudillo acreditado, no tuve más remedio que particularizar los puntos donde yo creí que ellos habían caído en yerro. Con esta precaución pensé que más razonada y cómodamente podía tratar de las artes.