Benedicto XVI elogia a su maestro Romano Guardini
Ofrecemos a continuación el texto del discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió el viernes 29 de Octubre del 2010 -en alemán- a los miembros de la Fundación "Romano Guardini" de Berlín, presentes en Roma con motivo de un Congreso dedicado a la memoria de este gran teólogo, que fue maestro del propio Joseph Ratzinger.
Excelencias,
Ilustrísimo Señor Presidente Profesor von Pufendorf,
Ilustres Señoras y Señores,
Queridos amigos,
Es para mi una alegría poder daros la bienvenida aquí, en el Palacio Apostólico, a todos vosotros venidos a Roma con ocasión del Congreso de la Fundación Guardini sobre el tema "Herencia espiritual e intelectual de Romano Guardini". En particular, le agradezco, querido profesor von Pufendorf, por las cordiales palabras que me ha dirigido al inicio de este encuentro, en las cuales ha expresado toda la "lucha" actual, que nos une a Guardini y, al mismo tiempo, nos exige llevar adelante la obra de su vida.
En el discurso de agradecimiento con ocasión de la celebración de su 80 cumpleaños, en febrero de 1965 en la Universidad Ludwig-Maximilian de Munich, Guardini describe la tarea de su vida, como él la entendía, como un modo "de interrogarse, en un continuo intercambio espiritual, qué significa una Weltanschauung [*] cristiana" (Stationen und Rückblicke, S. 41). La visión, esta mirada conjunta sobre el mundo, fue para Guardini no una mirada desde el exterior como de un mero objeto de investigación. Él no pretendía tampoco la perspectiva de la historia del espíritu, que examina y pondera cuanto otros han dicho o escrito sobre la forma religiosa de una época. Todos estos puntos de vista eran insuficientes según Guardini. En los apuntes sobre su vida, él afirmaba: "Lo que inmediatamente me interesaba no era la cuestión de lo que alguien dijera sobre la verdad cristiana, sino de qué es lo verdadero" (Berichte über mein Leben, S. 24). Y era este planteamiento de su enseñanza lo que nos impresionó a nosotros los jóvenes, porque nosotros no queríamos conocer un "espectáculo pirotécnico" de las opiniones existentes dentro o fuera de la Cristiandad: nosotros queríamos conocer lo que es. Y allí estaba uno que sin temor y, al mismo tiempo, con toda la seriedad del pensamiento crítico, planteaba esta cuestión y nos ayudaba a pensar juntos. Guardini no quería saber una o muchas cosas, él aspiraba a la verdad de Dios y a la verdad sobre el hombre. El instrumento para acercarse a esta verdad era para él la Weltanschauung -como se la llamaba en aquel tiempo- que se realiza en un intercambio vivo con el mundo y con los hombres. Lo específico cristiano consiste en el hecho de que el hombre se sabe en una relación con Dios que lo precede y a la cual no puede sustraerse. No es nuestro pensar el principio que establece la medida de las cosas, sino Dios que supera nuestra medida y que no puede ser reducido a entidad alguna creada por nosotros. Dios se revela a sí mismo como la verdad, pero esta no es abstracta, sino al contrario, se encuentra en lo concreto-viviente, en fin, en la forma de Jesucristo. Quien sin embargo quiere ver a Jesús, la verdad, debe "invertir la marcha", debe salir de la autonomía del pensamiento arbitrario hacia la disposición a la escucha, que acoge lo que es. Y este camino hacia atrás, que él llevó a cabo en su conversión, plasmó todo su pensamiento y toda su vida como un continuo salir de la autonomía hacia la escucha, hacia el recibir. Con todo incluso en una relación auténtica con Dios, el hombre no siempre comprende lo que Dios dice. Necesita un correctivo, y este consiste en el intercambio con los demás, que en la Iglesia viviente de todo tiempo ha encontrado su forma confiable, que une a todos unos con otros.
Guardini era un hombre de diálogo. Sus obras surgieron, casi sin excepción, de un coloquio, al menos interior. Las lecciones del profesor de filosofía de la religión y de Weltanschauung cristiana en la Universidad de Berlín en los años 20 representaban sobre todo encuentros con personalidades de la historia del pensamiento. Guardini leía las obras de estos autores, les escuchaba, aprendía de cómo ellos veían el mundo y entraba en diálogo con ellos, para desarrollar, en diálogo con ellos, lo que él, en cuanto que pensador católico, tenía que decir a su pensamiento. Esta costumbre él la continuó en Munich, y era también la peculiaridad del estilo de sus lecciones, el hecho de que él estuviese en diálogo con los Pensadores. Su palabra clave era: "Mirad..." porque quería guiarnos a "ver" y él mismo estaba en un diálogo común interior con los oyentes. Esta era la novedad respecto a la retórica de los viejos tiempos: que él no buscase de hecho ninguna retórica, sino que hablase de modo totalmente sencillo con nosotros y, al mismo tiempo, hablase con la verdad y nos indujese al diálogo con la verdad. Y este es un amplio espectro de "diálogos" con autores como Sócrates, San Agustín o Pascal, con Dante, Hölderlin, Mörike, Rilke y Dostojevski. Él veía en ellos mediadores vivientes, que descubren en una palabra del pasado el presente, permitiendo verlo y vivirlo de una forma nueva. Estos nos dan una fuerza que puede conducirnos de nuevo a nosotros mismos.