Santo Tomás de Aquino, desde ayer y para siempre P. Marcos R. González OP
Marcos Rodolfo González (1938-2020) fue un destacado Fraile Dominico Argentino [1], y este profético artículo, que presentamos ahora en nuestro Blog del Centro Pieper en el marco de su Curso Anual 2024 dedicado íntegramente al Aquinate [2], fue publicado originalmente en la Revista «Mikael» del Seminario de Paraná, Argentina. Se trata de un texto profundo y descriptivo de los males contemporáneos y también de sus soluciones. Aquí nuestro autor recuerda que «la dialéctica moderna, no sólo con su anulación sino también con la coexistencia en síntesis superior y dinámica de los opuestos, constituye una herramienta extraordinaria que permite la agrupación de las tendencias opuestas a la Iglesia y a los restos de la cristiandad». Por eso, afirma que «frente al avance del mal y a sus epifanías, hay que retornar al Dios verdadero, fuente del ser y de la bondad, en la Iglesia». Hacia el final, resalta el “deber del tomismo” en nuestro tiempo. Deo gratias!
“La doctrina de éste tiene sobre las demás, exceptuada la canónica, propiedad en las palabras, orden en las materias, verdad en las sentencias, de tal suerte que nunca a aquellos que la siguieren se les verá apartarse del camino de la verdad, y siempre será sospechoso de error el que la impugnare” (Inocencio VI, Sermón sobre Santo Tomás, cfr. León XIII, Enc. Aeterni Patris, 13).
I. EN LA TIERRA
1. Nacimiento Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo es Señor de la vida y de la muerte.
Cuando en Oriente se aproxima la caída del brazo refulgente del Gengis-Khan (+ 1227), Dios causa en Occidente el nacimiento de Tomás de Aquino, bajo el Pontificado de Honorio III, para constituirlo en medio de la Iglesia y de la Cristiandad como sol, como supremo analogado de los Teólogos de Cristo y pluma predilecta de su Cuerpo Místico.
Tomás de Aquino nace en la fortaleza de Rocasecca, en la provincia de Nápoles, a fines de 1224 o principios de 1225. Hijo de Landolfo de Aquino, señor de Rocasecca, y de Teodora de Teate, Romano-germánica.
2. En la Iglesia y en la Orden de Santo Domingo
El hombre es social por naturaleza. Dios eleva al hombre al orden sobrenatural y lo integra en una comunidad mística. El hombre en la tierra conserva defectible a su libertad, y puede hacer, hasta cierto punto, estéril el misterio de la gracia, cayendo en el abismo del pecado. El pecado original abate al hombre y a la tierra; y aunque el hombre, expulsado del Paraíso, puede hacer algunos actos buenos según su naturaleza racional, sin embargo, no puede por sus solas fuerzas escapar del abismo. Para la salvación es necesaria la Encarnación del Verbo y la gracia que brota de la Encarnación [3].