sábado, 8 de febrero de 2025

Escaramuzas Culturales - Ignacio Balcarce

Escaramuzas Culturales
Ignacio Balcarce


Reflexiones sobre la batalla cultural, el desmoronamiento woke, la nueva derecha y Davos.


[Centro Pieper] En las últimas semanas han aparecido signos que pueden entenderse como un agotamiento en la agenda del progresismo woke que deben invitarnos a reflexionar sobre los giros que acontecen en la denominada batalla cultural. Creo que lo importante a retener es que las facciones en disputa comparten los mismos principios, cosa que impide vislumbrar un horizonte de auténtica restauración cultural.
      
La ideología woke no es un retoño bolchevique sino un liberalismo llevado a sus últimas consecuencias.  Con esto ya tenemos los primeros trazos para un cuadro de situación, la batalla cultural enfrenta a liberales de izquierda contra liberales de derecha. O sea, el antagonismo es superficial. 

Por supuesto que el antiguo comunismo tampoco fue una alternativa real al liberalismo ya que contenía en sus raíces inmanentismo, naturalismo y racionalismo –bases de la modernidad ideológica que coinciden con la esencia del liberalismo–, pero sí es necesario advertir que el neomarxismo cultural actual es un marxismo devorado por la lógica y los hábitos liberales. Donde permanece poco marxismo y mucho liberalismo. 
      
Resulta ridículo en la nueva derecha querer combatir el progresismo woke apelando a derechos y libertades individuales, la autodeterminación y el respeto irrestricto por el proyecto de vida de otros, que es justamente lo que la nueva izquierda también reivindica. Por lo tanto, tenemos distintas facciones compartiendo presupuestos pero que cada una los manipula de acuerdo a sus intereses circunstanciales, en búsqueda de sus propios proyectos de poder y rédito económico. Significa que nos encontramos ante propuestas que luchan por extraer conclusiones diferentes a los mismos axiomas. No presenciamos una genuina batalla cultural con choque de cosmovisiones y perspectivas antropológicas antagónicas, sino una disputa política que instrumentaliza la cultura para dividir y recoger votos. 


Desmoronamiento Woke 

Woke es un concepto norteamericano que indica estar despiertos, usado para señalar una actitud de conciencia y denuncia frente a diversas formas de opresión en las sociedades actuales. Esta ideología pretende alzarse en defensa de minorías discriminadas, haciendo uso y abuso de las diferentes situaciones sociales. En su núcleo están las luchas identitarias vinculadas al género, la raza y el agregado de las cuestiones ambientales.
      
Lo notable de esta ideología propulsora del feminismo, el homosexualismo, el indigenismo, el ecologismo, como de consignas abortistas, la eutanasia y los cambios de sexo, es que consolidaron un gran tinglado de pensamiento políticamente correcto –una “hegemonía cultural” para emplear los términos propios de la nueva kulturkampf–. Organismos internacionales, gobiernos nacionales, partidos políticos, tribunales de justicia, universidades, escuelas, fundaciones, ONGs, think tanks, medios de comunicación y hasta las plataformas de entretenimiento infantil empezaron a reproducir el discurso woke, apelando a configurar una sociedad presuntamente más libre, diversa e inclusiva. 
      
La característica de ese pensamiento políticamente correcto fue la persecución, desacreditación y marginación de toda disidencia fabricando una maliciosa dinámica de cancelaciones. Al amparo de un copioso financiamiento de la Fundación Soros, Bill y Melinda Gates, los Clinton, el partido Demócrata de EEUU en general, y las instrucciones de la ONU y sus satélites, se logró componer una atmósfera de mordazas y autocensuras que aplastó el sentido común y el pensamiento crítico. La agenda instalada por el poder se impuso sobre las realidades más evidentes neutralizando las expresiones naturales y espontáneas del pueblo y las búsquedas de verdad propias de la vocación humana en un ambiente saludable.
      
Este wokismo, como estrategia de ingeniería social impuesta desde arriba, fue generando un clima de tensión y desconcierto. Se usó a artistas e intelectuales, se presionó a empresas y se duplicaron los esfuerzos publicitarios, pero las ideas no penetraban y la sociedad en general las rechazaba. La gente, preocupada con otro tipo de asuntos, siempre miró con desconfianza una ideología tan artificial como deshumanizante bancada por agencias desprestigiadas y cínicos megamillonarios que se presentan como filántropos. Por convicción, moda, intereses o conveniencias oportunistas, fueron pocos y muy sectorializados los que cayeron en los tentáculos del progresismo woke, pero también eran pocos aquellos que se animaban a desenmascarar a un monstruo tan blindado desde las usinas mediáticas. 
      
El wokismo sirve para desarraigar a los pueblos, desfigurar su identidad, debilitar la religión, corromper la moral, controlar la natalidad, dividir internamente y crear masas amorfas, fáciles de manipular desde los deseos más primitivos y elementales. Denunciar esta descomposición social fue catalogado como machismo, fascismo, anti-derechos, extrema derecha y otras tantas etiquetas cargadas de veneno. Ese patrullero progresista parece hoy estar quedándose sin nafta. Sin embargo, debemos tener claro que los principios ideológicos que lo engendraron permanecen vigentes y están intactos. 
      
En los últimos días los tecnócratas de Silicon Valley, vehementes difusores de la ideología woke a través de sus plataformas, dieron a entender que ese ciclo estaba concluyendo. Mark Zuckerberg, director ejecutivo de Meta (Instagram, Facebook, Whatsapp) declaró que las censuras del pasado obedecieron a pautas trazadas por la administración Biden que ya no se volverían a repetir. Google bajó un mensaje similar y Elon Musk ratificó su lucha contra esta ideología. Desde Disney anunciaron una vuelta a los contenidos de entretenimiento, abandonando el perfil ideológico-político que habían tenido sus últimas producciones. Empresarios de otras áreas, como McDonald´s y Walmart, incluso directivos de BlackRock, anunciaron retirar subsidios a programas de diversidad, derechos de minorías y ambientalismo. Con este retiro de fondos a la causa woke presenciamos un elocuente reordenamiento político que busca alinearse detrás del recién asumido presidente Donald Trump. Pero cabe preguntarse ante el repliegue woke qué nueva dirección pretenden imprimir a sus proyectos. ¿Qué traman? 
      
La dimisión de Trudeau –uno de los referentes máximos de la ideología– como los cuestionamientos y la inestabilidad de Sánchez en España, son otras manifestaciones del desmoronamiento progresista, en un Occidente que se reconcilia con la derecha en protagonistas como Trump, Meloni, Bukele y Milei (los casos de Victor Orbán y de Putin difieren completamente y merecen distinto enfoque porque rechazan el wokismo pero intentando sortear los tópicos propios del conservadurismo y las categorías liberales). Lo que avizoramos con todo lo mencionado es un cambio de estrategia en las cavernas del poder profundo. 


La Nueva Derecha

El progresismo consiguió un hartazgo social. El péndulo llegó a su límite y emprende el regreso, de la izquierda vamos a la derecha, en ese juego cíclico y tramposo de las falsas alternancias. El wokismo entrega la posta a la nueva derecha, el poder real se reconfigura para seguir operando con otro disfraz.

El fenómeno “nueva derecha” sostiene que el elemento novedoso de su estructura pasa en luchar por los dispositivos culturales que constituyen la opinión pública. En el pasado se habrían ocupado solamente de cuestiones económicas desestimando la agenda cultural que quedó en manos de la izquierda, reciclada en el pensamiento de Gramsci, la Escuela de Frankfurt y en última instancia con Laclau. 
      
Acá hay que hacer dos observaciones, primero: la nueva derecha busca acaparar las palancas culturales para difundir liberalismo conservador (lo que legitima y permite al progresismo circular en sus versiones atenuadas hasta que le vuelva a tocar el turno de apretar el acelerador y profundizar su ideario). Segundo: el reciclaje de la izquierda fue –sobre todo a partir de la Escuela de Frankfurt y Laclau– abrazar el liberalismo y exaltar sus principios, abandonando la causa proletaria y la lucha de clases. Por lo tanto, es errado culpabilizar al marxismo por el principio de destrucción que han introducido ellos, los mismos liberales.

Llevaba razón Jean Francois Revel cuando en su libro de sugestivo título Ni Marx Ni Jesús sostenía que el liberalismo fue la revolución que cambió todos los modos de pensar y organizar el mundo. Fue el liberalismo quien produjo un quiebre con el pensamiento tradicional. Fue el liberalismo el que propuso una libertad sin referencias objetivas. Fue el liberalismo quien combatió la verdad metafísica y religiosa para que la inteligencia sin su objeto propio naufragara a merced de las apetencias individuales, iniciando un nuevo régimen que ya no procura el enriquecimiento humano sino de los bolsillos. Son ellos los que empezaron la ingeniería social que, desconectando al hombre de su fin último, le ocultaron su razón de ser y distorsionaron todo el orden de bienes. Marxistas y neomarxistas no han hecho más que profundizar el caos inducido por los liberales.

Con la irrupción de la nueva derecha no hay verdaderos cambios porque el régimen queda reforzado en sus fundamentos, esto es, en la antropología liberal con todas sus consecuencias políticas, institucionales y jurídicas. El caldo de cultivo que dio vida al progresismo woke permanece disponible para su reactivación como para la generación de nuevas ideologías.

Finalmente debemos advertir que la batalla cultural planteada por la nueva derecha frente a una nueva izquierda opera como pantalla que impide a la gente comprender la complejidad profunda de nuestro deterioro social e inhibe la posibilidad de crear verdaderos proyectos alternativos. Nos envuelven en una rosca política, mera puja de poder, que sirve para potenciar y validar a todas las partes, como una gran ventana de Overton, que otorga identidad de alternativa lícita a las más aberrantes ocurrencias, configurando un escenario para discutir de igual a igual cualquier proyecto por perverso que sea. 

Con todo esto continuamos en el ámbito de las grandes ficciones modernas: la libertad, la soberanía popular, los derechos del hombre, la democracia partidocrática y relativista, a la vez que se polariza la sociedad entre progresistas radicales y progresistas más o menos moderados que resisten con objeciones mal fundadas a fracciones de los programas que nos intentan imponer. Sabemos que las ideas radicalizadas siempre encuentran resistencia, hay fases de conflicto y luego de atemperamiento, y terminan penetrando de modo gradual a través de los cauces moderados, auténticos caballos de Troya. 
      
      
Davos

El destemplado discurso de Milei en Davos expuso la indigencia argumental de un liberalismo que se apoya en el antiwokismo, como bandera humanista, para defender el capitalismo más inhumano. El presidente no se opuso a la maldad intrínseca de ciertas prácticas aberrantes que dañan la condición humana en su dignidad de creatura de Dios, la desorientan en su propósito vital, violentan el orden de lo justo y conducen a la destrucción moral de la persona.  No, nada de eso, se opuso al wokismo como estrategia de redistribución de riqueza por considerar que todas las medidas de origen estatal obedecen a una impronta socialista. Su oposición es a la intervención del Estado, la presión fiscal, el gasto público y las imposiciones no consentidas, porque en su mundo liberal, el consentimiento –no el orden de la realidad conocido por la recta razón– es lo que valida medidas y comportamientos.   

En el discurso hubo verdades, pero también verdades a medias y mal enmarcadas, como graves errores y mentiras. No pretendemos hacer un análisis del discurso, pero debemos comprender que toda su crítica obedece a una cosmovisión maniquea y materialista, de un economicismo exacerbado –ajeno a los verdaderos valores de Occidente– que encuentra en el wokismo un obstáculo a las condiciones que considera que se necesitan para incrementar el PBI, ganar rentabilidad, ahorrar y comerciar sin trabas ni cargas impositivas, ni deberes con el prójimo. El Foro Económico Mundial, creación de David Rockefeller y guarida de Klaus Schwab, discípulo de Kissinger, no se debe haber sentido amenazado en sus proyectos globalistas, que se pueden expandir por izquierda o por derecha, y saben dominar pueblos y concentrar riquezas, inoculando wokismo como desregulando mercados.  


Conclusión

En esta batalla cultural ninguno de los contrincantes reconoce por cultura la antigua paideia griega, que se refería a los procesos de educación humana incluyendo todos los contenidos y hábitos de valor formativo. La paideia presupone reconocer una naturaleza humana y la intención de llevarla a su plenitud reconociendo el fin último. Implica un discernimiento claro del orden de bienes perfectivos del hombre y su establecimiento como centro de la vida comunitaria. El cristianismo completó esta noción clásica de cultura al lograr identificar el fin último con el Dios verdadero, que asiste a nuestro desarrollo con su gracia y reconocemos con certeza a través de su religión revelada. Cultura en su sentido auténtico es el esfuerzo del hombre por perfeccionarse en orden a Dios. Esta noción de cultura expone que la nueva derecha y la nueva izquierda sólo ofrecen un pleito contracultural que sirve para mantener a la sociedad dividida y enredada en la polarización.







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