Josef Pieper
Como nadie ignora, nuestro concepto más puro de «éxito» en la vida, el logro de toda una existencia, viene designándose desde tiempo inmemorial por la palabra «salvación», en sentido amplio. A la salvación tiende precisamente «la» esperanza. Pero ¿en qué consiste la salvación?. Es claro, ya de entrada, que esta pregunta sólo puede surgir con pleno significado cuando uno se halla dispuesto a poner en juego sus últimos y más sagrados principios. Quien trate de evitarlo renuncia a la posibilidad de hablar en serio del objeto de la esperanza humana.
Los grandes maestros del Occidente cristiano dieron a la esperanza el atinado nombre de «virtud teologal». Hay aquí algo profundamente inquietante, nada fácil de poner en claro. Se dice, por un lado, que no existe la más mínima objeción contra el derecho de las esperanzas propiamente históricas y, por otro, que no es suficiente para el hombre la esperanza en un bienestar natural, aun cuando por ello se entienda algo tan noble como la paz del mundo y la justicia entre los pueblos. Se pretende que sólo la esperanza en la salvación otorgada por Dios, la vida eterna, hace al hombre cabal e íntegro desde dentro. (No otro es el significado del concepto «virtud»: ser cabal, ser como es debido). Debemos asumir esta tesis en su doble polaridad. No solamente se opone a un mero activismo intrahistórico según el cual no queda ninguna esperanza cuando ya nada más podemos hacer, sino también a la pura trascendentalidad de un supranaturalismo sin historia, que renuncia con desánimo a toda política por mejorar el mundo de aquí abajo. La inquietud suscitada por esta tesis sobre el carácter «teológico» de la esperanza todavía determina, en nuestra época, la oposición entre marxismo y cristianismo. Lo más inquietante, sin embargo, es la claridad con que se realiza lo que ya siglos atrás entreviera Platón, a saber, que la «gran esperanza» sólo puede llegar a consumarse si uno ha sido previamente iniciado en los misterios.
En este contexto surge una nueva pregunta, aún más importante que la anterior: no «esperar ¿en qué?», sino «esperar ¿en razón de qué?». El libro sagrado de la cristiandad contiene la respuesta en forma de negación: vana es «la» esperanza «si Cristo no ha resucitado».
Fuente: Josef Pieper, Antología,
Editorial Herder, Barcelona 1984, páginas 32-33.
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