martes, 3 de agosto de 2010

Antonio Gramsci - P. Alfredo Sáenz

Antonio Gramsci
R. P. Dr. Alfredo Sáenz, SJ


Material de lectura obligatoria para la séptima Clase Magistral del Curso sobre Historia del Pensamiento Contemporáneo.


Antonio Gramsci nació en Cerdeña, en 1891, en el seno de una familia pequeño-burguesa. La familia Gramsci, padre, madre y seis hermanos, vivió en la penuria económica, cosa que marcó a Antonio para siempre.

De físico débil, sin embargo su inteligencia era bien despierta desde chico, desde joven, robusta, como lo demostrará su producción literaria, a la que luego naturalmente aludiremos.

Terminados sus estudios secundarios, allí en la isla de Cerdeña, zona humilde, se inscribió en la Universidad de Turín, donde tuvo ocasión de conocer a Palmiro Togliatti, quien sería el gran dirigente del Partido Comunista Italiano después de la Segunda Guerra Mundial.

Al tiempo que transcurre su vida en la Universidad, se va formando una mentalidad revolucionaria. Poco a poco Italia se estaba industrializando. Milán se iba convirtiendo en un gran centro industrial y desde 1899 funcionaba en Turín la fábrica Fiat, constituyéndose dicha ciudad en el centro del naciente proletariado organizado, el proletariado italiano.

En 1914, el año del comienzo de la Primera Guerra Mundial, se inscribe Gramsci en el Partido Socialista, comenzando entonces su labor periodística. Escribe diversos artículos, a lo largo de dos o tres años. Sin embargo, se siente incómodo en el Partido Socialista. Por aquel entonces, la vida política italiana se desarrollaba en torno a dos grandes Partidos, el de los liberales y el de los socialistas históricos, como se los llamaba, pero estos dos Partidos eran dos Partidos agotados, decrépitos. Precisamente en 1919 aparecieron dos nuevos Partidos, más juveniles, con más empuje. El primero fue el de Don Luigi Sturzo, el Partito Popolare Italiano, futura Democracia Cristiana, donde por primera vez desde la unidad de Italia, numerosos católicos, aunque no todos, por cierto, entraron en la vida política del país. Gramsci nunca perdería de vista esto que él denominaría el “catolicismo político”. El segundo movimiento que apareció rejuveneciendo la vida política italiana fue el Fascismo, ya que, también en 1919, Mussolini creó los primeros Fasci di Combattimento con la intención de instaurar en el país lo que él llamaba “un nuevo orden”.

Frente a los dos viejos Partidos agotados –liberales y socialistas– y a estos dos Partidos nuevos, el Partido Popular y el Fascismo, Gramsci fue perdiendo confianza en el socialismo histórico y así, hacia fines de 1920, firmó un manifiesto que recoge las ideas de una fracción disidente del Partido Socialista, la fracción comunista. Y de este modo nace el Partido Comunista Italiano, el 21 de Enero de 1921, siendo Gramsci miembro del Comité Central y, al mismo tiempo, director de su periódico, L’Ordine Nuovo, que desde entonces se convirtió en diario.

En 1922 Gramsci es elegido como delegado italiano en el Tercer Congreso del Komintern que se celebra en Moscú, y allí tiene ocasión de conocer muy íntimamente a Lenin, que contaba a la sazón 54 años, si bien ya estaba, en ese momento, gravemente enfermo, tras un primer ataque de parálisis, y asimismo presenció, a raíz precisamente de esta enfermedad de Lenin, el ascenso político de Stalin al poder, designado en 1922. Trato también con Trotsky, el victorioso jefe del Ejército Rojo. Así que tuvo contacto con los grandes dirigentes del comunismo.

Gramsci se encuentra cómodo en Rusia; ahí vive años, y durante ese lapso, en 1922, conoce a Julia Schucht, una concertista de origen alemán, con la cual se casa. Entonces él pasa a ser el hombre de confianza de la URSS para pergeñar la estrategia comunista en Italia.

Con la intención de trabajar en esta Internacional Comunista que se está consolidando, en 1923 Gramsci se traslada a Viena, que era un centro importante.

En 1924 vuelve a Italia porque hay elecciones, elecciones generales, en las cuales el Fascismo obtiene mayoría, siendo elegido diputado por el Partido Comunista Italiano. Tenía por aquel entonces 33 años. Allí, en la Cámara, se muestra como un hombre inteligente, mantiene debates, especialmente con los fascistas, e incluso con el mismo Mussolini, que a veces asistía a las reuniones de la Cámara, y a quien nunca dejaría de admirar por sus cualidades de gobernante y su estrategia política.

Poco a poco Gramsci se fue dando cuenta de que su situación en la Italia fascista se hacía cada vez más comprometida, y entonces despachó a su mujer a Rusia, mientras él se disponía a afrontar las consecuencias de sus actividades revolucionarias.

En 1926 Gramsci es detenido, acusado de incitación al odio de clases, de instigación a la guerra civil y otros cargos. Dos años después es condenado a 20 años de cárcel. Recluido en la celda en 1929 comienza a escribir, en cuadernos escolares, reflexiones varias sobre la vida cívica italiana y la estrategia política que a su juicio había que seguir en la presente coyuntura.

Luego de cuatro años de prisión, su salud, siempre endeble, se deterioró considerablemente. Tras un amago de tuberculosis, y ulteriores complicaciones, murió en una clínica de Roma, siempre en calidad de detenido, el 27 de abril de 1937, es decir, hace precisamente 60 años. Cuando se cumplieron los 50 años, los partidos comunistas de Europa y Argentina, así como diversos grupos de izquierda, celebraron este aniversario de su muerte, rescatándolo un poco del olvido en que estaba sumido.

La mujer de Gramsci, Julia, y los hijos de Gramsci –tuvo dos hijos, nacidos en Rusia, llamados Delio y Giuliano, a quienes nunca llegó a conocer–, vivían hasta no hace mucho en la Rusia soviética. Delio fue coronel de la marina soviética, y Giuliano violinista en una orquesta de música clásica. Un hijo de Giuliano, o sea, nieto de Gramsci, se llama, como el abuelo, Antonio Gramsci. La tumba de Gramsci se encuentra en Roma, en el cementerio protestante o agnóstico, contiguo a la Puerta de San Pablo.

Digamos algo ahora acerca de su obra escrita antes de entrar a exponer su pensamiento mismo.

Gramsci jamás publicó libro alguno. En ese sentido no puede ser considerado como un escritor de fuste, como un escritor sistemático. Desde 1914 a 1926 sus escritos se reducen a artículos y colaboraciones en periódicos y revistas, y desde 1929 a 1937, ya en la cárcel, pidió, como dijimos, autorización a sus carceleros para tener cuadernos, y en ellos –más de cincuenta– fue escribiendo, sobre la base de las revistas que los guardianes le permitían leer, las revistas de actualidad italiana (en el campo católico leería asiduamente la Civiltà Cattolica), fue escribiendo reflexiones breves, de una página, dos páginas, una serie de anotaciones y comentarios que luego de su muerte se publicarían bajo el nombre de Quaderni del Carcere, apuntes sobre temas muy diversos, completamente independientes entre sí, ensamblados sólo por la línea de fondo de su pensamiento, a saber, el papel de los intelectuales en la sociedad. Ese fue su gran tema, o sea, la Revolución Cultural, el lugar del intelectual en el conjunto de la sociedad y en lo que se refiere a la toma del poder político. Asimismo escribió desde la cárcel numerosísimas cartas a su mujer, a sus amigos, e incluso a sus hijitos, donde les enseña, por ejemplo, el modo como deben estudiar la literatura, la historia, etc… Son cartas muy conmovedoras; en algunas se muestra derribado por la enfermedad, por la prolongada prisión, en otras se manifiesta exaltado. Es una personalidad muy temperamental. Estas cartas serían luego publicadas bajo el nombre de Lettere dal Carcere, cartas de la cárcel. Así que tiene esas dos obras: Quaderni del Carcere y Lettere del Carcere.

Su labor intelectual más importante se encuentra en los Quaderni, que pasaron a ser un documento central para el pensamiento y la estrategia política del Partido Comunista Italiano. Tras la Segunda Guerra Mundial, un grupo de comunistas italianos dirigidos por Togliatti, secretario del Partido, se abocó a la sistematización temática de los 50 Cuadernos, es decir, ordenó los diversos temas, la familia, la propiedad, la religión, etc., en seis volúmenes publicados entre 1948 y 1951 por editorial Einaudi. Luego se publicó otra gran edición, en 1975, preparada por el Instituto Gramsciano, dependiente del Partido Comunista, esta vez siguiendo el orden cronológico, no el temático.

Las primeras ediciones en castellano aparecieron en Argentina, no en España ni en ningún otro país de habla hispana, sino entre nosotros, por obra de la editorial Lautaro, de Buenos Aires, editorial de filiación comunista. En 1950 aparecieron las Cartas desde la Cárcel, en 1952 Literatura y vida nacional, etc. Bajo distintos nombres fueron juntando artículos diversos de los cuadernos de la cárcel.

La obra de Gramsci no reviste sólo un interés teórico, cual si lo estudiáramos como a un filósofo, dentro de la historia de la filosofía. Más allá de un sistema terminado, que no lo tiene, o de un recetario político, que en vano buscaríamos en sus escritos, Gramsci ofrece una reflexión aguda sobre las posibilidades ínsitas en el marxismo, pero en el interior de una sociedad latina, europea, occidental.

Para el comunismo italiano su obra representa el modo de introducir el materialismo histórico en la vida de un país marcado por una profunda tradición cultural. Y en este sentido algunos consideran a Gramsci como el traductor al italiano de Lenin, el teórico de la revolución cultural en Occidente. Es quizás el suyo el único intento marxista de plantear globalmente y, según creo, con mucha inteligencia, la cuestión del tránsito hacia el socialismo en una sociedad de formación occidental. De hecho el fenómeno del “eurocomunismo”, del que empezó a hablarse a mediados de la década del 70, es un producto típicamente gramsciano. Fue Gramsci quien ideó el ítalo-comunismo, es decir, la estrategia para la conquista del poder por parte del Partido en los países latinos, donde era absolutamente imposible aplicar la letra o los textos de Marx, ni la estrategia leninista.

Tras este breve resumen de la vida de Gramsci y recensión de sus escritos, adentrémonos ahora en su pensamiento.


I. El Marxismo en el Proceso de la Modernidad

El primer aspecto en que me voy a detener es, a mi juicio, muy interesante y manifiesta el lugar del marxismo en el proceso de la “modernidad”, término que él mismo utiliza. Porque Gramsci piensa que el marxismo no es una especie de aerolito caído del cielo, que bruscamente intercede en la historia, sino la culminación de un largo y secular proceso, de un largo itinerario histórico y filosófico.

Así leemos en uno de sus escritos: “La filosofía de la praxis –nombre con el cual siempre menciona al marxismo– presupone todo ese pasado cultural, el renacimiento, la reforma, la filosofía alemana, la Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que se encuentra en la base de toda la concepción moderna de la vida”. O sea, nada menos que desde el Renacimiento para aquí, un largo y secular proceso que ofrece esta fruta madura, digámoslo así, del marxismo.

Especialmente Gramsci se remite al testimonio de Hegel, adhiriendo sobre todo a aquella concatenación que el filósofo de Berlín establece entre las actividades teoréticas y las prácticas. Como Uds. saben, Hegel descubría un nexo entre el espíritu de la Revolución francesa y la filosofía de Kant, Fichte y Schelling, o, como la llama Gramsci, la filosofía clásica alemana, indicando que sólo dos pueblos, los alemanes y los franceses, por opuestos que sean entre sí, o incluso por ser opuestos, tema caro a Hegel, a su dialéctica, son los que intervinieron decisivamente en la instauración del gran Evo Moderno, del espíritu moderno –expresión, calificativo al que con frecuencia recurre Gramsci–, comenzado a fines del siglo XVIII y albores del XIX.

El nuevo principio, el principio moderno, irrumpió en Alemania –escribe Gramsci– como espíritu y concepto, mientras que en Francia se desplegó como realidad efectiva. El alemán puso la idea, el francés la acción política. Hay, entonces, una complementación de estas dos actividades, la actividad política francesa y la actividad filosófica alemana, la cual ha sido –dice Gramsci– recogida por los teóricos de la filosofía de la praxis.

Lo que debe quedar bien en claro es que la filosofía de la praxis ha nacido de estos padres. Pero si quisiéramos ser más completos y abarcar el entero pensamiento gramsciano en este tema de la genealogía del marxismo, podríamos decir que son tres los padres, ya que, además de Alemania y Francia, hemos de agregar a Inglaterra, con su nueva concepción de la economía. La filosofía de la praxis, según Gramsci, ha nacido de la cultura representada por la filosofía clásica alemana, por la literatura y práctica política francesas, y por la economía clásica inglesa.

Así que las fuentes son tres: la economía liberal inglesa, la filosofía idealista alemana y la política y literatura francesas. En el origen de la filosofía de la praxis se encuentran, pues, estos tres movimientos culturales. No que Gramsci afirme que cada uno de dichos movimientos haya contribuido a elaborar, respectivamente, la economía, la filosofía y la política de la filosofía de la praxis, sino que la filosofía de la praxis logró absorber sistemáticamente los tres movimientos, o sea, la entera cultura de la primera mitad del siglo XIX, a tal punto que, en la síntesis nueva, cualquiera sea el momento en el cual se la examine, momento económico, momento teórico o momento político, se encuentra, como momento preparatorio, uno de aquellos tres movimientos.

El momento sintético unitario, Gramsci cree poder identificarlo en el nuevo concepto de inmanencia, que para mí es el término clave de la concepción gramsciana del marxismo. Como saben, la inmanencia es lo contrario de la trascendencia, del hombre que está de paso en la tierra hacia un más allá, hacia una tierra nueva, un cielo, etc.; la inmanencia es la actitud del hombre que decide instalarse acá, in-manere, permanecer-en, del hombre del paraíso en la tierra, que diría Marx.

Para Gramsci la síntesis de la economía inglesa, la filosofía alemana y la política francesa es la inmanencia. Tal es el denominador común, la inmanencia, que partiendo de su forma especulativa, ofrecida por la filosofía clásica alemana, se tradujo a una forma historicista con la ayuda de la economía liberal inglesa y de la política francesa. Agudamente señala cómo aun los nuevos cánones introducidos por la ciencia económica inglesa, no tienen tan sólo un valor puramente instrumental sino también un significado de innovación filosófico: el “homo oeconomicus” que inventa Inglaterra es un hombre inmanente, es un hombre para la tierra; ese homo oeconomicus tiene valor gnoseológico, implica una nueva concepción del mundo. Será, pues, preciso investigar cómo la filosofía de la praxis ha logrado expresar, de manera contundente, a partir de aquellas tres corrientes, la idea de inmanencia, depurada de todo resto de trascendencia y de teología.

El gran proyecto del liberalismo está, para Gramsci, en el origen del marxismo, si bien en él muere, desaparece. “Las afirmaciones del liberalismo –escribe– son ideas-límite que, una vez reconocidas como racionalmente necesarias, se convierten en ideas-fuerza, se han realizado en el Estado burgués, han servido para suscitar la antítesis de ese Estado en el proletariado y luego se han desgastado. Universales para la burguesía, no lo son suficientemente para el proletariado. Para la burguesía eran ideas-límite, para el proletariado son ideas-mínimo. Y, en efecto, el entero programa liberal se ha convertido en programa mínimo del Partido Socialista”. Al burgués de la revolución francesa lo sucede el proletario del marxismo.


II. Los Presupuestos Filosóficos

Pasemos ahora a exponer los aspectos un poco más filosóficos del pensamiento de Gramsci. Iremos desde allí caminando gradualmente hacia la práctica, luego a la estrategia, que será lo último que trataremos, pero es necesario tener en claro las ideas filosóficas, si así podemos llamarlas, con que se mueve Gramsci, porque son las que van a estar en el origen de toda su estrategia.

Cuando se lee a Gramsci, uno queda con la impresión, o puede inclinarse a pensar, que está frente a un marxista heterodoxo por la novedad de sus afirmaciones. Sin embargo en modo alguno es así. Gramsci es francamente marxista, es decididamente discípulo de Marx, aun cuando en ocasiones enfatice algunos elementos que Marx no juzgó conveniente acentuar. Nunca se sale del marco de la ortodoxia marxista. Lo más que se podría decir es que se trata de una acentuación historicista del marxismo, precisamente para darle toda su eficacia en el campo de la operatividad política.


1. El materialismo

El primer aspecto que señala Gramsci en su filosofía de la praxis es el materialismo. Ya sabemos que éste es un elemento fundamental en el pensamiento de Marx. Sin embargo, enseguida debemos decir que Gramsci manifiesta cierta repugnancia por el término “materialista”. Aunque esto ya parece extraño, y a algunos pueda olerles a heterodoxia, el hecho es que le repugna este vocablo. Pero ¿por qué le repugna?. Porque había constatado cómo para muchos marxistas la materia era una especie de ídolo, una suerte de divinidad, una cosa que estaba fuera de mí, algo fijo, anterior al hombre, superior al hombre, que el hombre no puede transformar, que el hombre no puede cambiar en absoluto, y por eso Gramsci prefiere una acepción prevalentemente cultural del término, un sentido más amplio, entendiendo por materialismo lo que se opone al espiritualismo religioso; es decir, el repudio a la cosmovisión religiosa de la existencia. Eso va a ser para él principalmente el materialismo. Materialista es, pues, para Gramsci aquel que quiere encontrar en esta tierra y no en otro lugar el sentido de su vida, aquel que rechaza explícitamente el más allá.

Sobre la base de tal interpretación, Gramsci no vacila en atacar el materialismo tradicional que para luchar contra la ideología más difundida en las masas populares cual es el trascendentalismo religioso, creyó suficiente levantar la bandera de un materialismo crudo, trivial y grosero. No sólo eso. En el cristianismo, en la cosmovisión cristiana –escribe con gran inteligencia Gramsci– hay más “materialismo” de lo que vulgarmente se cree, ya que en el cristianismo la materia conserva una función nada despreciable, como puede advertirse en el dogma mismo del Verbo que se encarna, en los sacramentos, etc. El cristiano habla mucho de materia; por lo tanto no creamos que vamos a ir contra el cristianismo por el mero hecho de que exaltemos la materia; lo que debemos propagar es el materialismo, sí, pero en el sentido de antiespiritualismo. Eso es lo que hay que afirmar.

Materia es, para Gramsci, sinónimo de realidad, y no meramente aquello sobre lo cual experimentan las ciencias naturales, o una especie de primer sustrato, o algo objetivo extramental, y por eso la relaciona con la actividad humana. La materia no ha de ser considerada en cuanto tal, dice, sino como algo social e históricamente organizado por la producción. La materia es humana merced al proceso de transformación que el hombre realiza sobre la naturaleza. Es comparable a la electricidad; ésta existía antes de que fuese descubierta como fuerza productiva, sin embargo no operaba en la historia, era una nada histórica, porque todos la ignoraban.

Tal es la primera de sus acentuaciones, el materialismo, el primer aspecto de lo que podríamos llamar su “filosofía”.


2. El historicismo

El análisis de la materia nos ha conducido al concepto de historia, que será el segundo aspecto de su filosofía que quiero destacar. Para Gramsci, que en esto depende de la tradición filosófica de Alemania a través de Marx y de Croce, historia es la realidad “in fieri”, el movimiento, el proceso de realización de lo real. En el devenir histórico el hombre se va creando. Por hombre no hay que entender la persona, el actor de la historia, que trasciende la historia; hombre es el individuo desnudo, digámoslo así, en cuanto y en el acto de conexión con el todo social. Sobre el telón de fondo del contexto materialista, en la relación hombre-naturaleza, el hombre humaniza la naturaleza y la naturaleza naturaliza al hombre. Haciendo el mundo, el hombre se convierte en artesano de sí mismo, el hombre se hace, en un constante intercambio con la naturaleza.

Esta conexión que Gramsci establece entre materia e historia le permite evitar todo materialismo fixista, todo materialismo craso. Materia es, en cierto modo, lo que existe, que se impone al hombre, sí, pero al mismo tiempo es el resultado de la praxis anterior y el punto de partida de una nueva praxis; es la naturaleza humanizada por el trabajo, transformada, organizada históricamente por las fuerzas productivas del hombre. Esto es precisamente la historia. Y así Gramsci puede obviar el término “materialismo”, por sus connotaciones peyorativas, para sustituirlo por otro más atractivo, el de “historicismo”, a saber, el hombre que toma conciencia de sí mismo y de su realidad.

Como puede verse, en la concepción de Gramsci hay una cuota nada pequeña de voluntarismo. Gramsci no teme, digámoslo así, poner la voluntad en la historia. Contra aquellos que sostienen el progreso mecánico e ineluctable de la historia, él dice que la voluntad del hombre tiene en ella un papel insustituible. Gramsci no teme identificar la intervención de la voluntad y de la acción humana con la historia. Así como identifica la historia con la filosofía y la filosofía con la política. Esta amalgama está pensada para activar la conquista política del poder por parte del proletariado: la historia que se hace filosofía, la filosofía que se hace política, praxis. Por eso es filosofía de la praxis, que apunta a la transformación de la realidad.

La certeza de la meta a que conduce el devenir histórico es lo que funda la seguridad de Gramsci. Su filosofía no puede estar equivocada porque es la filosofía del proceso histórico en acto, y el marxismo es el único que tiene la clave de dicho proceso. Siendo esta revolución la óptima, poniendo en la cúpula al proletariado, no cabe ya esperar una revolución ulterior, ni que aparezca otra clase que pueda aspirar a la hegemonía. El triunfo del marxismo es el que cerrará el proceso histórico. La pregunta acerca de la posibilidad de un post-comunismo carece totalmente de sentido, como acaece en el mismo Marx.


3. El inmanentismo

Cuando en la expresión “materialismo histórico” Gramsci destaca prevalentemente el adjetivo más que el sustantivo es, como vimos, para no caer en la ingenuidad filosófica del materialismo vulgar, que él denomina materialismo metafísico.

Materialismo, dijimos, historicismo, y ahora inmanentismo. Según ya lo hemos destacado, el inmanentismo es para Gramsci el telón de fondo o la base de todo el edificio marxista. Tiene a este respecto un texto verdaderamente incisivo, que no puedo dejar de citar: El marxismo es “historicismo absoluto, la mundanización y terrestridad absoluta del pensamiento, un humanismo absoluto en la historia”. La insistencia en el calificativo “absoluto” no es fortuita sino plenamente pretendida. Al calificar así a cada uno de estos tres sustantivos, historicismo, mundanización y humanismo, lo que intenta es señalar el completo y definitivo rechazo de toda trascendencia.

Historicismo absoluto significa que no se puede admitir nada eterno, nada extra-histórico, nada supra-histórico; historicismo absoluto, pues, todo dentro de la historia. Gramsci absolutiza la historia considerando que la afirmación de una realidad trascendente a la historia revela un pensamiento ingenuo, primitivo, acrítico. Mundanización y terrestridad absoluta, que es el segundo término que emplea, significa que no hay un más allá, sino que todo es aquende, todo es este mundo, al punto que la afirmación de “otro mundo” o de una “tierra nueva” es una utopía, una evasión, y evasión peligrosa ya que impide empeñarse en lo único que es real. Humanismo absoluto significa que hay que desechar cualquier concepción del hombre que no considere lo humano como supremo y como terminal. Por tanto, repito, historicismo absoluto, mundanización y terrestridad absoluta, humanismo absoluto de la historia.

La fórmula tan vigorosa de Gramsci podría resumirse en un “inmanentismo absoluto”, con lo cual volvemos al tema de fondo, es decir, el total y conciente rechazo de la trascendencia.

Cuando Gramsci se refiere a la filosofía de la inmanencia, sabe bien que dicha filosofía es el producto de un largo proceso en la historia de la filosofía, que se inaugura de algún modo en Descartes, en el “cogito” cartesiano, donde por vez primera se exalta el primado del conocer sobre el ser extramental, que se continúa en Kant y Hegel, los cuales tienden, bajo distintas fórmulas, a una identificación entre la realidad y la conciencia humana de la realidad. Marx no haría sino materializar dicho inmanentismo clásico. Porque la tentación del inmanentista –afirma Gramsci– había sido el solipsismo, el subjetivismo exagerado, el atomismo individual. No resulta casual que el liberalismo político haya nacido también de este núcleo filosófico inmanentista, aunque bajo la figura del empirismo. Dentro de la corriente idealista, fue Hegel quien trató de enmendar ese individualismo y subjetivismo estrechos, haciendo de toda la realidad la historia de las vicisitudes del espíritu. Marx tomará de Hegel esta intuición, sustituyendo el espíritu por las relaciones dialécticas entre la naturaleza y el hombre.

Como puede observarse, los términos de historicismo, humanismo e inmanentismo absolutos son reductibles a una clara posición antitrascendente. Al definirse por la inmanencia, Gramsci piensa que ha evitado el peligro esterilizante de todo materialismo infantil y vulgar.



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