Ciudad Católica y Revolución
P. Julio Meinvielle
A continuación reproducimos en nuestro Blog del Centro Pieper un extracto del libro del P. Meinvielle “El Comunismo en la Revolución Anticristiana”, que en su Capítulo Tercero trata sobre “La Ciudad Católica, única Solución contra el Comunismo y contra el Actual Desgarramiento de las Sociedades Humanas”.
No sabemos a dónde va a desembocar esta encrucijada de la historia que vive el mundo actual. Tampoco hemos de estar muy solícitos por saberlo. Ello pertenece a los designios inescrutables del Creador. Pero si el comunismo es obra y etapa de la Revolución Anticristiana, peor que el mismo comunismo es la Revolución Anticristiana, que produce estos frutos mortíferos del naturalismo, del liberalismo, del socialismo y comunismo, que lo invade y lo penetra todo. Esta revolución es una totalidad que quiere destruir totalmente al hombre cristiano.
Si es una totalidad, hay que oponerle otra totalidad. Hay quienes quieren curar los males de la sociedad contemporánea con recetas incompletas cuya eficacia alimentan en su propia imaginación. Unos, recetas puramente religiosas; otros, políticas; quienes, sociológicas o económicas. Y aun, en cada uno de estos sectores de la actividad humana, tienen a su vez el secreto mágico que va a poner remedio a todos los males. Y así los que ponen sus esperanzas en lo económico piensan, por ejemplo, en la participación de los obreros en las empresas o simplemente en la propiedad comunitaria.
No es necesario explicar que la realidad es compleja y es sobre todo una totalidad que está determinada por causas y encierra elementos que son en general humanos, y por lo mismo religiosos, políticos y económicos.
La Iglesia tiene un programa para el hombre de hoy. […]
Para comprender el programa… que la Iglesia propone al hombre contemporáneo como solución de los males que le aquejan y aun de otros que le amenazan, tengamos bien presente el carácter de la sociedad en que vivimos. Porque a pesar de la degradación deletérea de la Revolución Anticristiana, los cimientos de nuestra civilización occidental han sido construidos sobre la base de la Europa Cristiana, la cual, a su vez, ha recogido lo mejor de la civilización grecorromana e incluso del mundo germánico, bajo la inspiración de la Iglesia. Tenemos un patrimonio que conservar. […]
La Iglesia no renuncia ni a la idea de “Civilización Cristiana” que, como hemos visto, se identifica con la de “Ciudad Católica”, ni a la de la “Europa Cristiana”. San Pío X afirma taxativamente: “La Iglesia, al predicar a Cristo crucificado, escándalo y locura a los ojos del mundo, vino a ser la primera inspiradora y fautora de la civilización, y la difundió doquier que predicaron sus Apóstoles, conservando y perfeccionando los buenos elementos de las antiguas civilizaciones paganas, arrancando a la barbarie y adiestrando para la vida civil los nuevos pueblos, que se guarecían al amparo de su seno maternal, y dando a toda la sociedad, aunque poco a poco, pero con pasos seguros y siempre progresivos, aquel sello tan realzado que conserva universalmente hasta el día de hoy”. Y añade a continuación: “La civilización del mundo es civilización cristiana: tanto es más verdadera, durable y fecunda en preciosos frutos, cuanto es más genuinamente cristiana; tanto más declina, con daño inmenso del bienestar social, cuanto más se sustrae a la idea cristiana”.
Benedicto XV, en “Pacem Dei munus”, pondera la civilización cristiana formada por la Iglesia, que alcanza su esplendor en la Europa Cristiana, y allí dice: “Y así, por la historia sabemos que los antiguos pueblos bárbaros de Europa, desde que en ella penetró el espíritu de la Iglesia, suavizándose poco a poco las múltiples y máximas diferencias entre ellos mismos, y desapareciendo sus discordias, se unieron para la formación de una sociedad homogénea y nació la Europa cristiana, que, guiada y bendecida por la Iglesia, reteniendo la variedad de naciones, arribó a una unidad fomentadora de prosperidad y grandeza”. […] A esta Europa Cristiana se refiere León XIII… y de ella dice San Pío X… que “ha existido y existe”.
Es por ello que San Pío X se indignaba con santa cólera contra los jóvenes del movimiento “Le Sillon”, quienes en Francia, a comienzos de siglo, se declaraban revolucionarios y querían destruir la civilización actual para edificar luego una totalmente nueva. “Esto es –decía Pío X– lo que quieren los jóvenes sillonistas de la sociedad humana. Éste es su sueño de cambiar las bases naturales y tradicionales de la sociedad y de prometer una sociedad futura. Edificar sobre otros principios que ellos tienen la osadía de declarar más fecundos, más beneficiosos que los principios en los cuales descansa la sociedad cristiana”.
Hay muchos católicos que quieren ser revolucionarios, y algunos llegan a proclamar que lo quieren ser más que los comunistas. Es claro que ello no pasa de ser un ardor puramente retórico. No saben lo que dicen. Es difícil superar a Lenin en conducción revolucionaria y en poder de destrucción de los valores humanos. El primer revolucionario fue Lucifer, quien en su rebelión sembró el mal donde Dios creó el bien. El programa del católico no es la Revolución, porque, como hemos dicho, la sociedad actual no es fundamentalmente mala, sino, por el contrario, sus cimientos cristianos la hacen fundamentalmente buena. Es cierto que esta sociedad desde hace varios siglos recibe fuertes golpes destructivos de la Revolución Anticristiana. Es cierto que el naturalismo, el liberalismo, el laicismo, el socialismo y el comunismo la corroen como un cáncer y amenazan destruir sus órganos vitales esenciales. Pero hasta ahora no han conseguido su objetivo. Por ello, el mismo San Pío X sostiene en el documento que mencionamos que la Iglesia “no tiene que separarse del pasado, y que le basta volver a tomar, con el concurso de los verdaderos obreros de la restauración social, los organismos rotos por la revolución y adaptarlos, con el mismo espíritu cristiano que los ha inspirado, al nuevo medio creado por la evolución material de la sociedad contemporánea, porque los verdaderos amigos del pueblo no son –dice– revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas”.
Aquí nos señala el Santo Pontífice cuál ha de ser nuestro objetivo en un programa de mejoramiento social. No destruir lo pasado por pasado, porque hay allí un patrimonio que es necesario conservar y aun afirmar, sino reconstruir lo que la Revolución Anticristiana ha roto. Y no reconstruir tal cual era cuando fue destruido. Porque esto no es posible, porque ha habido, de entonces acá, una evolución material de los pueblos en las ideas, en las instituciones, en la técnica, en la historia y aun en la geografía. Reconstruir aquellos organismos rotos con el mismo espíritu cristiano con que estaban animados, porque ese espíritu no es de ayer ni de hoy, sino que es el Espíritu eterno de Dios que debe penetrarlo todo en todos los tiempos. Por eso, antes de indicar cuáles son los principales organismos rotos por la Revolución conviene insistir en el principio que debe animar todo el programa público cristiano. Este es el espíritu de Dios que se comunica a Cristo-hombre y de Cristo a su Iglesia. Por esto es tan fundamental y primaria la Verdad de que Cristo ha de ejercer su Realeza Universal y espiritual sobre todo lo temporal, ya sea nacional o internacional. Por esto el laicismo es la peste que engangrena hoy al mundo. El laicismo de los organismos internacionales, el laicismo de las naciones, el laicismo de instituciones como la justicia, la universidad, la escuela, la familia, la propiedad y el orden económico. Es bien evidente que si el Espíritu de Cristo y de su Iglesia no inspira todos estos organismos, ellos se convierten en focos de infección, de perversión y de disociación.
Después que la Redención de Cristo se ha constituido en eje de la historia mundial, ya no es posible para el mundo y para un pueblo encontrar la paz de espaldas al Ungido de Dios. El hombre necesita de Cristo, de Cristo pleno y total. Este es el significado más saliente de cinco siglos de apostasía del mundo moderno. Este mundo, a pesar de su progreso técnico formidable, desde hace cincuenta años se halla convulsionado por doquier. Este mundo no se reconstruirá si Cristo y su Iglesia no le dan base sólida.
Una vez asegurado el Espíritu de Cristo en las instituciones que nos rijan y en la vida particular y pública de los hombres, podremos entregarnos a la tarea de reconstruir, en consonancia con la evolución de los tiempos que vivimos, los principales organismos rotos por la Revolución.
[…]
La Revolución Anticristiana, que amenaza con sumergir al mundo en la esclavitud comunista, ha atacado las tres autoridades que mantienen el orden cristiano de la sociedad. La autoridad religiosa de la Iglesia Católica, columna y fundamento de toda verdad. La autoridad política del Estado, que con su majestad realiza la convivencia virtuosa de la comunidad. La autoridad económica del orden de las profesiones, que aunando económicamente todas las fuerzas que contribuyan a la riqueza nacional, asegura la paz social. Por ello, si se quiere atajar el avance comunista y sanar la actual sociedad enferma, es necesario restaurar de manera efectiva estas tres autoridades. No es posible el funcionamiento de una de ellas sin el funcionamiento armónico de las otras. No hay paz ni orden en el plano de las relaciones de trabajo sin paz y orden en el plano del Estado, como tampoco puede haber paz y orden en el Estado y en la vida sin la paz y el orden de los espíritus, que sólo asegura la Iglesia.
Fuente: P. Julio Meinvielle, El Comunismo en la Revolución Anticristiana,
Ediciones Theoria, Buenos Aires 1961, págs. 95-104.
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