martes, 26 de mayo de 2009

Sobre el Amor - Marsilio Ficino

Sobre el Amor
Marsilio Ficino
(1433-1499)


Material de Lectura Complementaria para la Segunda Clase Magistral del Curso sobre Historia del Pensamiento Moderno.


DISCURSO II
CAPÍTULO III


Cómo la belleza es esplendor de la bondad divina y cómo Dios es centro de cuatro círculos


Y no sin un propósito los antiguos teólogos colocaron la bondad en el centro; y en el círculo la belleza. Digo por cierto la bondad en un centro; y en cuatro círculos la belleza. El único centro de todas las cosas es Dios. Los cuatro círculos que en torno a Dios giran continuamente son la mente, el alma, la naturaleza y la materia. La mente angélica es un círculo estable; el alma, móvil por sí misma. La naturaleza se mueve en otros, pero no por otros; la materia no sólo en otros, sino también por otros es movida.

Mas ahora declararemos por qué a Dios nosotros lo llamamos centro, y por qué círculos a los otros cuatro. El centro es un punto del círculo, estable e indivisible; en donde muchas líneas divisibles y móviles van a su circunferencia en forma semejante. Esta circunferencia, que es divisible, no gira de otra manera en torno al centro, sino como un cuerpo redondo sobre un eje. Y es tal la naturaleza del centro que, aunque sea uno, indivisible y estable, sin embargo se encuentra en cada parte de muchas, más bien, de todas las líneas móviles y divisibles: puesto que en cada parte de cada línea está el punto.

Pero, como ninguna cosa puede ser tocada sino por su semejante, las líneas que van de la circunferencia hacia el centro no pueden tocar ese punto, sino con uno solo de sus puntos igualmente simple, único e inmóvil. ¿Quién negará que sea justo llamar a Dios el centro de todas las cosas? Considerando que es en todas las cosas del todo único, simple e inmóvil; y que todas las cosas que son producidas por él son múltiples, compuestas y de algún modo móviles; y como ellas salen de él, así también a semejanza de líneas o de circunferencias a él retoman. De tal modo la mente, el alma, la naturaleza y la materia, que de Dios proceden, se esfuerzan por igual de retornar hacia él; y desde todas partes con todo esmero lo circundan.

Y así como el centro se encuentra en cada parte de las líneas, y a la vez en todo el círculo; y todas las líneas tocan por uno de sus puntos el punto que está en el medio del círculo; de la misma manera Dios, que es el centro de todas las cosas, unidad simplísima y acto purísimo, se pone a sí mismo en todas las cosas. No solamente por la razón de que está presente en todas ellas, sino también porque a todas las cosas creadas por él les ha dado alguna intrínseca parte y potencia simplísima y excelentísima, que se llama la unidad de las cosas; misma de la cual y hacia la cual, como desde su centro y hacia su propio centro, dependen y tienden todas las potencias y partes de cada parte.

Y ciertamente es necesario que las cosas creadas se recojan ante su propio centro, y ante su propia unidad, y que se acerquen a su Creador: a fin de que, por su propio centro, se acerquen al centro de todas las cosas. La mente angélica primero se eleva en su supereminencia y en su propio vértice antes de lograr elevarse a Dios; y de manera semejante obran el alma y las demás cosas. El círculo del mundo que nosotros vemos, es imagen de los círculos que no se ven, o sea los de la mente, del alma y de la naturaleza; ya que los cuerpos son sombras y vestigios del alma y de las mentes. Las sombras y los vestigios representan la figura de aquello de lo que son vestigios y sombras. Es ésta la razón por la que aquellas cuatro cosas justamente son llamadas cuatro círculos.

Pero la mente es un círculo inmóvil: porque tanto su obra como su sustancia son siempre las mismas, ya que siempre de un mismo modo entiende, y quiere siempre las mismas cosas. Y a veces podemos llamar móvil a la mente por una sola razón: porque al igual que todas las demás cosas, de Dios procede, y hacia él mismo se vuelve en su retorno. El alma del mundo, y cualquier otra alma es un círculo móvil: porque por su naturaleza no conoce sin discurso, ni actúa sin transcurso de tiempo: y el discurrir de una cosa a otra y la operación temporal, sin lugar a dudas se llaman movimiento.

Y si alguna estabilidad hay en el conocimiento del alma, más bien es para beneficio de la mente, que por naturaleza del alma. También la naturaleza se dice que es un círculo móvil. Cuando nosotros decimos alma, según el uso de los antiguos teólogos entendemos la potencia que está puesta en la razón y en el sentido del alma. Cuando decimos naturaleza, entendemos la fuerza del alma apta para engendrar. A esa virtud que existe en nosotros la llamaron propiamente el hombre: a esta otra, ídolo y sombra del hombre. A esta virtud del engendrar se le llama ciertamente móvil, porque termina su obra en un espacio de tiempo. Y en esto es diferente de aquella propiedad del alma, pues el alma se mueve por sí misma y en sí misma; por sí, digo, porque ella es principio de movimiento; también en sí, porque en la sustancia del alma reside la operación de la razón y del sentido; y de éste no resulta necesariamente en el cuerpo efecto alguno.

Pero aquella potencia del engendrar, la cual llamamos naturaleza, por sí se mueve, siendo una cierta potencia del alma, la cual se mueve por sí misma. Dícese también que se mueve en otros, porque cada operación suya se termina en el cuerpo, alimentando, aumentando y engendrando el cuerpo. Mas la materia corporal es círculo que se mueve por otros y hacia otros. Por otros, digo, porque es puesta en movimiento por el alma; hacia otros, digo, porque se mueve en términos de espacio.

Con lo que ya podemos abiertamente entender por qué razón los antiguos teólogos ponen la bondad en el centro y la belleza en el círculo. La bondad de todas las cosas es un Dios único, por el cual todas son buenas; la belleza es el rayo de Dios, infundido en esos cuatro círculos que giran en torno a Dios. Este rayo pinta en los cuatro círculos todas las especies de todas las cosas; y nosotros llamamos a esas especies, en la mente angélica, ideas; en el alma, razones; en la naturaleza, simientes; y en la materia, formas. Ésta es la razón por la que, en cuatro círculos, cuatro esplendores aparecen: el esplendor de las ideas, en el primero; el esplendor de las razones, en el segundo; el esplendor de las simientes, en el tercero; y el esplendor de las formas en el último.



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