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lunes, 25 de abril de 2011

Templanza - Josef Pieper

Templanza
Josef Pieper


I. Precisiones Terminológicas


«Moderación» y «temperancia»

Cuando hoy se emplea la palabra «justicia», sea cristiano o no el que la emplea, puede pensarse, ya de antemano, que el que se sirve de ella no quiere decir lo mismo que la moral clásica de la Iglesia entiende por la virtud cardinal de la justicia. Lo mismo ocurre con la palabra y el concepto de «fortaleza». Esto no quiere decir que los conceptos de justicia y fortaleza que generalmente privan se hayan desviado en forma irreparable del sentido cristiano que se da a estas virtudes. Más bien podría decirse que llevan superpuesta una segunda significación vulgar, pero sin haber del todo perdido su capacidad de representar el concepto originario.

Así las cosas, en ningún caso supone violentar el sentido que esas palabras tienen en el lenguaje vulgar cuando se intenta recuperar para ellas la fuerza significativa que tuvieron en su origen, llenándolas así de una vida nueva y haciendo que otra vez expresen las ideas para las que habían sido inventadas.

Este es el caso de la palabra latina temperantia (templanza). Aunque existe en castellano ese vocablo traductor, que es «templanza» para la latina temperantia, que en sí sería capaz de reflejar el núcleo y la amplitud del concepto, por la desviación que ha sufrido en el uso diario ha dejado de ser la palabra justa que, además de darnos con claridad la idea de esa virtud, nos hiciera ver lo que en ella hay de entrañable incitación y fuerza para ganar el corazón.

viernes, 18 de marzo de 2011

Fortaleza - Josef Pieper

Fortaleza
Josef Pieper


«La gloria de la fortaleza depende de la justicia» (Summa theologica, 2-2, 123, 12 ad 3)


I. Introducción


La interpretación falsa lleva a su falseamiento

Las interpretaciones falsas o defectuosas de la realidad del ser conducen por necesidad interna al establecimiento de fines falsos y a la forjación de ideales inauténticos. Pues así como no hay deber que no tenga su fundamento en el ser, así también las imágenes normativas del obrar hunden todas sus raíces en el conocimiento de la realidad.

Es ésta una ley que rige con absoluta universalidad. De ahí que el liberalismo ilustrado —esa vasta y complicada trama, esquemática en el fondo, de torcidas visiones del hombre, a la que debe su típica impronta el siglo que hoy se va tornando, tras paulatino empalidecimiento, en definitivo pasado— no pudiera menos de verse inexorablemente compelido a urdir por su parte una caricatura de la imagen moral del hombre que contradice a lo real.

Esta caricatura se nos muestra como el falseamiento y, sobre todo, la disolución del contenido de aquellos conceptos en los que la cristiandad occidental se había habituado a cifrar el paradigma del hombre bueno: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

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