Doce Reglas para la Cuarentena
Maximiliano Loria
Ante una situación que roza lo trágico como la que estamos afrontando, tenemos la obligación de intentar escrutar la realidad y de alzar la voz, aun a riesgo de que cometamos algún yerro y se nos critique. Si alguno nos refuta, habrá tenido antes que detenerse a pensar, lo cual es ya una ganancia para todos.
[La Capital / CP] Los filósofos no damos simplemente consejos sino que invitamos a otros a reflexionar. Y ante una situación que roza lo trágico como la que estamos afrontando, tenemos la obligación de intentar escrutar la realidad y de alzar la voz, aun a riesgo de que cometamos algún yerro y se nos critique. Si alguno nos refuta, habrá tenido antes que detenerse a pensar, lo cual es ya una ganancia para todos.
El mundo de hoy busca soluciones rápidas, sacarse velozmente de encima los problemas a fin de poder retornar, aún más rápidamente, a la distracción. Pues a nadie se le oculta que, si vivimos, vivimos para la diversión. Cuando impartía clases en la escuela media, siempre decía a mis estudiantes que ellos habían trastocado el orden de las cosas. Para la mayor parte de ellos, el trabajo escolar era, precisamente, aquello que venía a interrumpir el perpetuo recreo en el que aspiraban a instalarse. Yo los amonestaba diciendo que, en realidad, la cosa era al revés: la pausa era en realidad aquello que les permitía recobrar fuerzas para el estado de trabajo que juntos debíamos abordar, si es que deseábamos vislumbrar algo de la alegría propia del aprendizaje. Demás está decir que nunca comulgué demasiado con los pedagogos de moda que dicen que los chicos tienen que divertirse mientras aprenden y que es preciso hacer un juego de todo acto educativo. La adquisición de la ciencia es algo hermoso pero arduo. Los jóvenes, claro está, tenían sus motivos para exigir su recreo eterno, pues los medios que ellos masivamente consumen no suelen pregonar otra cosa que la búsqueda de dispersión, mediante el consumo de bienes materiales y placeres corporales.
En síntesis, el coronavirus vino a interrumpir nuestro perpetuo recreo y nos puso, cual añejo maestro, a todos en penitencia, llamados a reflexionar en un rincón del aula (jaula) de nuestra propia casa. Entonces, ¿qué podemos hacer ahora?, ¿qué tenemos que pensar en esta clausura que Dios o el destino nos han inexorablemente impuesto? Si bien no hay soluciones existenciales mágicas, pueden señalarse algunas verdades que la tradición filosófica y religiosa occidental ha sabido rumiar a lo largo de los siglos. Claro que no es sencillo ponerlas en práctica, porque de la cabeza al corazón (del saber al saber vivir), existe, en ocasiones, una gran distancia. Y es necesario reconocer que los afectos dominan mayoritariamente nuestra conducta. De aquí que, como nos enseñó Aristóteles, sea tan importante sentir lo que es debido, cuando es debido y del modo en que es debido.