
Mons. Héctor Aguer
«Este trabajo sobre la Mariología de San Francisco de Sales ha incluido numerosos pasajes de sus obras referidos a la Madre de Dios… para dejar bien en claro la doctrina y la subsiguiente devoción, en una época en la que se difundían las negaciones de la Reforma».
La Mariología del Santo Obispo de Ginebra es admirable por su amplitud, altura y profundidad [1]. Estas características que le atribuyo destacan su condición personalísima. En esa visión de la figura mariana es recogido, obviamente, el desarrollo alcanzado en el siglo XVII por la teología católica; sin embargo, San Francisco expone lo que su contemplación le ha permitido penetrar y deducir; son elementos nuevos que sorprenden por su agudeza, y a la vez porque prolongan homogéneamente la doctrina eclesial sobre María elaborada a lo largo de los siglos. Esta elaboración mariológica es quizá el caso más típico de desarrollo desde los datos originales, que contenían en formulaciones breves y concentradas la amplitud de la evolución ulterior que fue admitida y sancionada repetidamente por el magisterio conciliar y pontificio. El aporte de los santos, obra de su inteligencia de fe y de su amor contemplativo, ha sido fundamental en el proceso aludido.
En esta exposición procuro seguir un orden que dispone la enseñanza mariológica del autor –presente en tratados, sermones, cartas y “entretiens”– con un criterio teológico: dignidad y excelencia de la Madre de Dios expresada ya en sus nombres y títulos, privilegio de su redención inminente, causa próxima de su santidad, virginidad que es gloria de su Hijo Jesucristo, vida interior y presencia de su amor, humildad y confianza en los acontecimientos de la vida del Señor. [Asimismo] No descuida el Salesio la relación de María con nosotros y el culto que le debemos.
El nombre propio de María es Domina, Señora, pero ella es incomparable con Dios, por eso vale para ella, como para los ángeles y los hombres el Domine, non sum dignus. Ella es Señora pero también esclava [2]. El nombre de María significa estrella, ya que como las estrellas producen su luz virginalmente y sin detrimento alguno de ellas, Nuestra Señora produce la luz inaccesible de su bendito Hijo sin desmedro de su virginidad, sino que, por el contrario, luce más bella [3]. Las comparaciones con realidades de la naturaleza, conocidas según los aportes científicos de la época –que hoy día pueden parecernos curiosos y aun extravagantes–, son una constante en el estilo de Francisco de Sales. Afirma que comprendemos algo de la grandeza de María cuando la consideramos Reina del Cielo y de la Tierra, de los Ángeles y de los hombres; esos títulos que le atribuimos ayudan a nuestro pobre entendimiento a representarnos de algún modo aquella magnitud… ella es la Madre del Verbo eterno, y es necesario llamarla Madre de Dios. Sin embargo, el Evangelista (Lc 1, 40) la nota como la más humilde… [4]. Otro significado posible del nombre de la Virgen los multiplica Francisco con entusiasta devoción: Estrella del Mar o Mar amargo, Señora exaltada, ilustrada o ilustradora. Los diversos sentidos del nombre se unen a los títulos que María ha recibido [5], por ejemplo: Esposa y Amante. Un misterio como el de la Encarnación, en este contexto de la enumeración de los títulos, es expresado a la luz del Cantar de los Cantares: se la llama Esposa y se la hace suspirar exclamando “que me bese con un beso de su boca”; el beso representa la unión del Verbo con la naturaleza humana en el seno de la Virgen. Esta imagen no debe extrañar, ya que se suma a las múltiples interpretaciones místicas el libro más divino y más humano de la Biblia, en la línea de las tradiciones judía y cristiana. Es frecuente en la obra de Francisco la aplicación a María de textos del Cantar [6] no como ejercicio dialéctico sino como algo sentido, experimentado con intensa devoción.