
en la Tradición de los Padres de la Iglesia
P. Pedro Edmundo Gómez OSB
Tres clases de hombres que alcanzan la libertad en tres estados de vida
Texto de la Sagrada Escritura
Ezequiel 14, “12 La palabra del Señor me llegó en estos términos: 13 Hijo de hombre, si un país peca contra mí cometiendo alguna infidelidad, yo extenderá mi mano contra él y agotaré todas sus reservas de alimento: enviaré el hambre sobre él y extirparé por igual a hombres y animales. 14 Pero si se encuentran en ese país estos tres hombres: Noé, Daniel y Job, ellos salvarán su vida a causa de su justicia –oráculo del Señor–. 15 Si yo suelto las bestias feroces contra ese país para dejarlo despoblado, y él se convierte en un desierto intransitable, a causa de las fieras; 16 aunque se encuentren en ese país estos tres hombres, juro por mi vida –oráculo del Señor– que no podrán salvar ni a sus hijos ni a sus hijas: ellos solos se salvarán, mientras que el país quedará desierto. 17 O bien, si yo atraigo la espada contra ese país, diciendo: «Pase la espada por este país y extirpe de él a hombres y animales»; 18 aunque se encuentren en ese país estos tres hombres, juro por mi vida –oráculo del Señor– que no podrán salvar ni a sus hijos ni a sus hijas: ellos se salvarán. 19 O si envío la peste contra ese país y desahogo en forma sangrienta mi indignación contra ellos, extirpando por igual a hombres y animales; 20 aunque se encuentren en ese país Noé, Daniel y Job, juro por mi vida –oráculo del Señor– que no podrán salvar ni a sus hijos ni a sus hijas: ellos solos se salvarán a causa de su justicia. 21 Así habla el Señor: Aunque yo envié contra Jerusalén mis cuatro terribles castigos –la espada, el hambre, las bestias feroces y la peste– para extirpar de ella a hombres y animales, 22 ahí queda un resto de sobrevivientes que hacen salir a sus hijos y a sus hijas y vienen adonde están ustedes. Ustedes verán su mala conducta y sus obras, y se consolarán de la desgracia que atraje sobre Jerusalén, de todo lo que mandé contra ella. 23 Ellos los consolarán, porque ustedes verán su mala conducta y sus obras, y así sabrán que no sin motivo hice todo esto en la ciudad –oráculo del Señor–“.
I. Primer paso, el sentido alegórico: tres hombres, tres descendencias, tres clases
Orígenes (Siglo III), Homilías sobre Ezequiel IV, 4-8
“4. ‘Cortaré de ella al hombre y al ganado, y si estuvieran estos tres hombres en medio de ella…’ (Ez. 14, 13-14). ¿Cómo puede el número de estos tres habitar al mismo tiempo en una tierra pecadora? ¿Cómo pueden coexistir las vidas de personas que viven en tiempos tan diversos? En el presente, leemos que, en la tierra pecadora, habitaron al mismo tiempo: Noé que estuvo en el diluvio, Daniel que habitó entre los cautivos de Babilonia, y Job de quien se dice que vivió en tiempos de los patriarcas y de Moisés. Pues encontramos este tiempo en la vida de Job. ¿Qué podemos decir entonces? Debemos recordar, como se ha dicho a menudo, que, de la misma manera que un hombre engendra a un hombre, así Israel engendra a Israel; porque Israel, cuando era Jacob, engendró al pueblo de Israel. Y encontramos en las Escrituras el nombre de Israel usado tanto para un hombre como para todo el pueblo (…). Obviamente, para poder explicar el presente pasaje sobre Noé, Daniel y Job. En efecto, como Israel engendra a Israel, Jacob a Jacob, Rubén a Rubén, los demás a los demás, así Noé engendra a Noé. Y diré que, de los hijos de Noé, Set era de Noé, pero Cam no era de Noé, pues no tenía la semejanza de su padre. Y como los que son de Abraham no son todos hijos de Abraham, aunque son de su descendencia, no son de sus hijos, porque son pecadores; así, los que tienen la semejanza de los actos de Daniel son Daniel, los que imitan la paciencia de Job se convierten en Job. Así que no vengas a decir: bienaventurado Noé porque se hizo digno de ser el único elegido por el Señor en el diluvio, y cuando los demás perecían en el diluvio, ser con los suyos conservados sanos y salvos; sino que considera que tú también, si haces lo que hizo Noé, serás Noé. Escucha al Salvador: ‘Si fuerais hijos de Abrahán, haríais las obras de Abrahán’ (Jn. 8, 39). Así que ser hijo de Abraham es hacer las obras de Abraham; ser hijo de Noé es hacer la obra de Noé; ser hijo de Daniel es hacer lo que hizo Daniel. Seguir aquello por lo que Job llegó a ser glorioso (Job 40, 5), por ejemplo, haber perdido sus bienes y soportar con paciencia tanto las pérdidas de los bienes familiares como las muertes de sus hijos, y decir: ‘El Señor lo ha dado, el Señor lo ha quitado. ¡Sea bendito el nombre del Señor!’ (Job 1, 21); ser quemado con los males del cuerpo y golpeado con los variados dolores de sus males, y, sin embargo, en los mismos tormentos, glorificar a Dios, ser capaz de dar respuestas divinas, y, en medio de las torturas, pronunciar una palabra profética como la que pronunció Job, es ser imitador de Job. Y, además, de esta manera también, se pueden encontrar al mismo tiempo Noé, Daniel y Job.
5. (…) Daniel, que fue entregado ‘al jefe de los eunucos’ con Ananías, Azarías y Misael, era eunuco, y ahora se dice: ‘Noé, Daniel y Job no podrán salvar hijos ni hijas’, etc. Porque imaginemos - Noé tenía hijos - ¿cómo se enseñará a los hijos de Daniel, de quien los judíos narran que era eunuco? Pero como su alma fue santa y fructífera, y como por palabras divinas y proféticas procreó muchos hijos, se dice: ‘Y si se hallaren en él estos tres varones: Noé, Daniel y Job, tan sólo ellos, por su justicia, salvarían su vida’. Nosotros también podemos volvernos Daniel y, para no enumerar a todos los santos, puedo ser Pablo, si soy imitador de aquel que declara: ‘Sed imitadores míos’ (1 Cor. XI, 1), (…). Eres su hijo, la descendencia de Pablo. No te sorprendas de convertirte en hijo del Apóstol: ten virtudes y serás hijo de Cristo: ‘Hijitos míos, dice, por poco tiempo todavía estoy con vosotros’ (Jn. 13, 33). Ahora bien, cuando lo seas del Hijo, lo serás también del Padre Todopoderoso, porque son de una sola y misma naturaleza. Esta es la obra del justo, y a esto aspira: como hijo de Daniel, de Jacob, de Noé, de Abraham, a elevarse a la adopción de Dios, y a ser llamado no ya con nombres de hombres, sino con los títulos de los hijos de Dios (…).