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jueves, 17 de abril de 2025

Breve Catequesis Pascual - Ignacio Balcarce

Breve Catequesis Pascual
Ignacio Balcarce


¡Feliz y Santa Pascua de Resurrección 2025!


[Centro Pieper] Sobre nada más importante, más inquietante, más enorme, más maravilloso y estremecedor, puede concentrarse la atención humana y todos sus esfuerzos intelectuales, que en la indagación del misterio de los misterios, celebrado a lo largo de estos días, en el Triduo Pascual que conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.  
     
Un Dios que se encarna, viene a los suyos, prueba su divinidad mediante milagros, es rechazado y condenado a humillante muerte de cruz, acepta la ignominia, transita el suplicio con sumisión y humildad, permanece tres días en los abismos y luego resucita, para finalmente ascender a los cielos; todo eso, exige una explicación que amerita detenernos a pensar. ¿Cómo entenderlo? ¿Es posible creerlo? 
     
No sólo es digno de creer y razonable, sino que en ello encuentra sentido lógico y coherente toda la condición humana, se explica su situación en el mundo y se reconoce un destino final para las almas. Cristo es la pieza del rompecabezas que ordena y esclarece todo. Lo explicaremos brevemente.  

martes, 7 de noviembre de 2023

Catequesis sobre San Francisco de Sales - Benedicto XVI

Catequesis sobre San Francisco de Sales
Benedicto XVI


Audiencia General correspondiente al Miércoles 2 de Marzo de 2011


«Dios es el Dios del corazón humano» (Tratado del amor de Dios, I, XV): en estas palabras aparentemente sencillas captamos la huella de la espiritualidad de un gran maestro, del que quiero hablaros hoy, san Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia. Nació en 1567 en una región francesa fronteriza. Era hijo del señor de Boisy, una antigua y noble familia de Saboya. Vivió a caballo entre dos siglos, el XVI y el XVII, recogió en sí lo mejor de las enseñanzas y de las conquistas culturales del siglo que terminaba, reconciliando la herencia del humanismo con la tendencia hacia lo absoluto propia de las corrientes místicas. Su formación fue muy esmerada; en París hizo los estudios superiores, dedicándose también a la teología; y en la Universidad de Padua, los estudios de derecho, como deseaba su padre, que concluyó de forma brillante con el doctorado en utroque iure, derecho canónico y derecho civil. En su armoniosa juventud, reflexionando sobre el pensamiento de san Agustín y de santo Tomás de Aquino, tuvo una profunda crisis que lo indujo a interrogarse sobre su salvación eterna y sobre la predestinación de Dios con respecto a sí mismo, sufriendo como verdadero drama espiritual las principales cuestiones teológicas de su tiempo. Oraba intensamente, pero la duda lo atormentó de tal manera que durante varias semanas casi no logró comer ni dormir bien. En el culmen de la prueba, fue a la iglesia de los dominicos en París y, abriendo su corazón, rezó de esta manera: «Cualquier cosa que suceda, Señor, tú que tienes todo en tu mano, y cuyos caminos son justicia y verdad; cualquier cosa que tu hayas decidido para mí...; tú que eres siempre juez justo y Padre misericordioso, yo te amaré, Señor (...), te amaré aquí, oh Dios mío, y esperaré siempre en tu misericordia, y repetiré siempre tu alabanza... ¡Oh Señor Jesús, tú serás siempre mi esperanza y mi salvación en la tierra de los vivos!» (I Proc. Canon., vol. I, art. 4). A sus veinte años Francisco encontró la paz en la realidad radical y liberadora del amor de Dios: amarlo sin pedir nada a cambio y confiar en el amor divino; no preguntar más qué hará Dios conmigo: yo sencillamente lo amo, independientemente de lo que me dé o no me dé. Así encontró la paz y la cuestión de la predestinación –sobre la que se discutía en ese tiempo– se resolvió, porque él no buscaba más de lo que podía recibir de Dios; sencillamente lo amaba, se abandonaba a su bondad. Este fue el secreto de su vida, que se reflejará en su obra más importante: el Tratado del amor de Dios.

Venciendo la resistencia de su padre, Francisco siguió la llamada del Señor y, el 18 de diciembre de 1593, fue ordenado sacerdote. En 1602 se convirtió en obispo de Ginebra, en un período en el que la ciudad era el bastión del calvinismo, tanto que la sede episcopal se encontraba «en exilio» en Annecy. Pastor de una diócesis pobre y atormentada, en un enclave de montaña del que conocía bien tanto la dureza como la belleza, escribió: «[A Dios] lo encontré lleno de dulzura y ternura entre nuestras más altas y ásperas montañas, donde muchas almas sencillas lo amaban y lo adoraban con toda verdad y sinceridad; el corzo y el rebeco corrían de aquí para allá entre los hielos espantosos para anunciar sus alabanzas», (Carta a la madre de Chantal, octubre de 1606, en Oeuvres, ed. Mackey, t. XIII, p. 223). Y, sin embargo, fue inmensa la influencia de su vida y de su enseñanza en la Europa de la época y de los siglos siguientes. Es apóstol, predicador, escritor, hombre de acción y de oración; comprometido en hacer realidad los ideales del concilio de Trento; implicado en la controversia y en el diálogo con los protestantes, experimentando cada vez más la eficacia de la relación personal y de la caridad, más allá del necesario enfrentamiento teológico; encargado de misiones diplomáticas a nivel europeo, y de tareas sociales de mediación y reconciliación. Pero san Francisco de Sales es, sobre todo, un director de almas: el encuentro con una mujer joven, la señora de Charmoisy, lo impulsó a escribir uno de los libros más leídos de la edad moderna, la Introducción a la vida devota. De su profunda comunión espiritual con una personalidad excepcional, santa Juana Francisca de Chantal, nació una nueva familia religiosa, la Orden de la Visitación, caracterizada –como quiso el santo– por una consagración total a Dios vivida en la sencillez y la humildad, en hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias: «...quiero que mis Hijas –escribió– no tengan otro ideal que el de glorificar [a nuestro Señor] con su humildad» (Carta a mons. de Marquemond, junio de 1615). Murió en 1622, a los cincuenta y cinco años, tras una existencia marcada por la dureza de los tiempos y por los trabajos apostólicos.

La vida de san Francisco de Sales fue relativamente breve, pero de gran intensidad. La figura de este santo produce una impresión de extraña plenitud, demostrada con la serenidad de su búsqueda intelectual, pero también en la riqueza de sus afectos, en la «dulzura» de sus enseñanzas que han ejercido gran influencia en la conciencia cristiana. De la palabra «humanidad» encarnó distintas acepciones que, hoy como ayer, puede asumir este término: cultura y cortesía, libertad y ternura, nobleza y solidaridad. En su aspecto tenía algo de la majestad del paisaje en que vivió, conservando también su sencillez y su naturaleza. Las antiguas palabras y las imágenes con las que se expresaba resuenan inesperadamente, también en el oído del hombre de hoy, como una lengua nativa y familiar.


San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia
Benedicto XVI


sábado, 14 de octubre de 2023

Catequesis sobre San Juan Damasceno - Benedicto XVI

Catequesis sobre San Juan Damasceno
Benedicto XVI


Audiencia General correspondiente al Miércoles 6 de Mayo de 2009


Hoy quiero hablar de san Juan Damasceno, un personaje destacado en la historia de la teología bizantina, un gran doctor en la historia de la Iglesia universal. Es, sobre todo, un testigo ocular del paso de la cultura griega y siriaca, compartida por la parte oriental del Imperio bizantino, a la cultura del islam, que se abrió espacio con sus conquistas militares en el territorio reconocido habitualmente como Oriente Medio o Próximo. Juan, nacido en una familia cristiana rica, aún joven asumió el cargo –quizá ocupado también por su padre– de responsable económico del califato. Sin embargo, muy pronto, insatisfecho de la vida de la corte, escogió la vocación monástica, entrando en el monasterio de San Sabas, situado cerca de Jerusalén. Era alrededor del año 700. Sin alejarse nunca del monasterio, se dedicó con todas sus fuerzas a la ascesis y a la actividad literaria, aunque no desdeñó la actividad pastoral, de la que dan testimonio sobre todo sus numerosas Homilías. Su memoria litúrgica se celebra el 4 de diciembre. El Papa León XIII lo proclamó doctor de la Iglesia universal en 1890.

En Oriente se recuerdan de él sobre todo los tres Discursos contra quienes calumnian las imágenes santas, que fueron condenados, después de su muerte, por el concilio iconoclasta de Hieria (754). Sin embargo, estos discursos fueron también el motivo principal de su rehabilitación y canonización por parte de los Padres ortodoxos convocados al segundo concilio de Nicea (787), séptimo ecuménico. En estos textos se pueden encontrar los primeros intentos teológicos importantes de legitimación de la veneración de las imágenes sagradas, uniéndolas al misterio de la encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María.

San Juan Damasceno fue, además, uno de los primeros en distinguir, en el culto público y privado de los cristianos, entre la adoración (latreia) y la veneración (proskynesis): la primera sólo puede dirigirse a Dios, sumamente espiritual; la segunda, en cambio, puede utilizar una imagen para dirigirse a aquel que es representado en esa imagen. Obviamente, el santo no puede en ningún caso ser identificado con la materia de la que está compuesta la imagen. Esta distinción se reveló en seguida muy importante para responder de modo cristiano a aquellos que pretendían como universal y perenne la observancia de la severa prohibición del Antiguo Testamento de utilizar las imágenes en el culto. Esta era la gran discusión también en el mundo islámico, que acepta esta tradición judía de la exclusión total de imágenes en el culto. En cambio los cristianos, en este contexto, han discutido sobre el problema y han encontrado la justificación para la veneración de las imágenes.


San Juan Damasceno, Doctor de la Iglesia
Benedicto XVI


domingo, 17 de septiembre de 2023

Catequesis sobre San Juan de la Cruz - Benedicto XVI

Catequesis sobre San Juan de la Cruz
Benedicto XVI


Audiencia General correspondiente al Miércoles 16 de Febrero de 2011


Hace dos semanas presenté la figura de la gran mística española Teresa de Jesús. Hoy quiero hablar de otro importante santo de aquellas tierras, amigo espiritual de santa Teresa, reformador, junto a ella, de la familia religiosa carmelita: san Juan de la Cruz, proclamado doctor de la Iglesia por el Papa Pío XI, en 1926, y llamado Doctor mysticus, «doctor místico», en la tradición [Nota del Centro Pieper: las “negritas” son nuestras].

Juan de la Cruz nació en 1542 en el pequeño pueblo de Fontiveros, cerca de Ávila, en Castilla la Vieja, de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez. La familia era muy pobre, porque al padre, de noble origen toledano, le habían echado de casa y desheredado por haberse casado con Catalina, una humilde tejedora de seda. Huérfano de padre en tierna edad, Juan, a los nueve años, se trasladó con su madre y su hermano Francisco a Medina del Campo, cerca de Valladolid, centro comercial y cultural. Allí frecuentó el Colegio de los Doctrinos, desempeñando también algunos humildes trabajos para las hermanas de la iglesia-convento de la Magdalena. Sucesivamente, dadas sus cualidades humanas y sus resultados en los estudios, fue admitido primero como enfermero en el Hospital de la Concepción, después en el Colegio de los Jesuitas que se acababa de fundar en Medina del Campo: aquí Juan entró con dieciocho años y estudió durante tres años humanidades, retórica y lenguas clásicas. Al final de la formación, tenía muy clara su vocación: la vida religiosa, y entre las numerosas órdenes presentes en Medina se sintió llamado al Carmelo.

En el verano de 1563 inició el noviciado en los Carmelitas de la ciudad, asumiendo el nombre religioso de Juan de San Matías. Al año siguiente fue destinado a la prestigiosa Universidad de Salamanca, donde estudió durante un trienio artes y filosofía. En 1567 fue ordenado sacerdote y regresó a Medina del Campo para celebrar su primera misa rodeado del afecto de sus familiares. Precisamente aquí tuvo lugar el primer encuentro entre Juan y Teresa de Jesús. El encuentro fue decisivo para ambos: Teresa le expuso su plan de reforma del Carmelo, también en la rama masculina de la Orden, y propuso a Juan que se adhiriera «para mayor gloria de Dios»; el joven sacerdote quedó fascinado por las ideas de Teresa, tanto que se convirtió en un gran defensor del proyecto. Los dos trabajaron juntos algunos meses, compartiendo ideales y propuestas para inaugurar lo antes posible la primera casa de Carmelitas Descalzos: la apertura tuvo lugar el 28 de diciembre de 1568 en Duruelo, un lugar solitario de la provincia de Ávila. Formaban esta primera comunidad masculina reformada, junto a Juan, otros tres compañeros. Al renovar su profesión religiosa según la Regla primitiva, los cuatro adoptaron un nuevo nombre: Juan se llamó entonces «de la Cruz», como será universalmente conocido más tarde. A finales de 1572, a petición de santa Teresa, se convirtió en confesor y vicario del monasterio de la Encarnación de Ávila, donde la santa era priora. Fueron años de estrecha colaboración y amistad espiritual, que enriqueció a ambos. Asimismo, se remontan a aquel período las obras teresianas más importantes y los primeros escritos de Juan.


San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia
Benedicto XVI


martes, 29 de agosto de 2023

La Cultura Cristiana según Santo Tomás de Aquino - Fray Rafael Rossi OP

La Cultura Cristiana según Santo Tomás de Aquino
Fray Rafael Rossi OP


Octava Conferencia del XVII Curso Anual 2023 del Centro Pieper titulado «Aproximación a los Doctores de la Iglesia».


[Centro Pieper] El Centro de Humanidades Josef Pieper de Mar del Plata (Argentina), tiene el agrado de invitarlos a participar de la transmisión de la Conferencia titulada “La Cultura Cristiana según Santo Tomás de Aquino”

Esta Conferencia se transmitirá en vivo el próximo viernes 1 de Septiembre a partir de las 20hs de Argentina. 

Podrá ser vista gratuitamente por el Canal de YouTube del Centro Pieper en el siguiente enlace:


O a través de la pantalla que se encuentra a continuación:


¿Te la vas a perder?


Santo Tomás de Aquino «nació a principios de 1225 en el Castillo de Rocaseca, cerca de Aquino. Su padre, Landulfo, descendiente de los condes de Aquino, era señor de Rocaseca, y su madre, Teodora, era hija de los condes de Chieti. El matrimonio tuvo 12 hijos, siete varones y cinco mujeres. Tomás era el más pequeño de los varones.

Cuando tenía cinco años entró como oblato en el Monasterio de Montecasino, del que era abad Landulfo Sinibaldi, pariente de la familia, y allí permaneció nueve años, durante los cuales aprendió las primeras letras, la gramática latina y la italiana, la música, la poesía y la salmodia. El ambiente religioso en que vivía despertó en él una gran curiosidad por las cosas divinas. Preguntaba con frecuencia a sus maestros: quid est Deus?, ¿qué es Dios?

En 1239, Federico II se apoderó de Montecasino, expulsando de allí a los monjes, y convirtiéndolo en fortaleza. El joven Tomás tuvo que abandonar el Monasterio, y fue enviado a continuar sus estudios en la Universidad de Nápoles, que había sido fundada por el mismo Federico II el año 1224. Allí estudió el trivio con Pedro Martín de Dacia, y el quadrivio con Pedro de Hibernia. Durante sus estudios conoció a los dominicos, y tras la muerte de su padre, acaecida en 1243, pidió en 1244 el ingreso en la Orden. Tenía entonces muy cerca de los diecinueve años…

Poco después fue enviado a París, donde permaneció hasta 1248, estudiando bajo la dirección de Alberto Magno. Siguió a éste ese mismo año hasta Colonia, donde acababa de abrirse un nuevo Estudio General de la Orden, del que fue nombrado regente el propio Alberto, y allí prosiguió sus estudios hasta terminarlos en 1251, año en el que fue ordenado sacerdote. A esa etapa de sus estudios en Colonia corresponde la anécdota del apodo que le pusieron algunos de sus condiscípulos. Le llamaban el buey mudo de Sicilia, dada su gran estatura y su silencio y concentración. Pero bien pronto dio muestras de su extraordinario talento, en un acto escolástico del que fue protagonista. Alberto Magno, al finalizar dicho acto, exclamó: «Llamáis a éste el buey mudo, pero yo os aseguro que este buey dará tales mugidos con su doctrina que resonarán en el mundo entero»…

Murió el 7 de marzo de 1274 en la Abadía de Fosanova, cuando se dirigía, por orden del Papa, a tomar parte en el Concilio de Lyon» (Jesús García López)
 
 

domingo, 27 de agosto de 2023

Catequesis sobre Santo Tomás de Aquino - Benedicto XVI

Catequesis sobre Santo Tomás de Aquino
Benedicto XVI


Audiencias Generales correspondientes a los Miércoles 2 de Junio, 16 de Junio y 23 de Junio de 2010 [Nota del Centro Pieper: las “negritas” son nuestras].


[Primera Parte: Vida y Enseñanzas]

Después de algunas catequesis sobre el sacerdocio y mis últimos viajes, volvemos hoy a nuestro tema principal, es decir, a la meditación de algunos grandes pensadores de la Edad Media. Últimamente habíamos visto la gran figura de san Buenaventura, franciscano [Nota del Centro Pieper: ver aquí https://centropieper.blogspot.com/2023/07/catequesis-sobre-san-buenaventura-de.html], y hoy quiero hablar de aquel a quien la Iglesia llama el Doctor communis: se trata de santo Tomás de Aquino. Mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II en su encíclica Fides et ratio recordó que «la Iglesia ha propuesto siempre a santo Tomás como maestro de pensamiento y modelo del modo correcto de hacer teología» (n. 43). No sorprende que, después de san Agustín, entre los escritores eclesiásticos mencionados en el Catecismo de la Iglesia católica, se cite a santo Tomás más que a ningún otro, hasta sesenta y una veces. También se le ha llamado el Doctor Angelicus, quizá por sus virtudes, en particular la sublimidad del pensamiento y la pureza de la vida.

Tomás nació entre 1224 y 1225 en el castillo que su familia, noble y rica, poseía en Roccasecca, en los alrededores de Aquino, cerca de la célebre abadía de Montecassino, donde sus padres lo enviaron para que recibiera los primeros elementos de su instrucción. Algunos años más tarde se trasladó a la capital del reino de Sicilia, Nápoles, donde Federico III había fundado una prestigiosa universidad. En ella se enseñaba, sin las limitaciones vigentes en otras partes, el pensamiento del filósofo griego Aristóteles, en quien el joven Tomás fue introducido y cuyo gran valor intuyó inmediatamente. Pero, sobre todo, en aquellos años trascurridos en Nápoles nació su vocación dominica. En efecto, Tomás quedó cautivado por el ideal de la Orden que santo Domingo había fundado pocos años antes. Sin embargo, cuando vistió el hábito dominico, su familia se opuso a esa elección, y se vio obligado a dejar el convento y a pasar algún tiempo con su familia.

En 1245, ya mayor de edad, pudo retomar su camino de respuesta a la llamada de Dios. Fue enviado a París para estudiar teología bajo la dirección de otro santo, Alberto Magno, del que hablé recientemente [Nota del Centro Pieper: ver aquí https://centropieper.blogspot.com/2023/06/catequesis-sobre-san-alberto-magno.html]. Alberto y Tomás entablaron una verdadera y profunda amistad, y aprendieron a estimarse y a quererse, hasta tal punto que Alberto quiso que su discípulo lo siguiera también a Colonia, donde los superiores de la Orden lo habían enviado a fundar un estudio teológico. En ese tiempo Tomás entró en contacto con todas las obras de Aristóteles y de sus comentaristas árabes, que Alberto ilustraba y explicaba.


Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia



miércoles, 12 de julio de 2023

Catequesis sobre San Buenaventura de Bagnoregio - Benedicto XVI

Catequesis sobre San Buenaventura de Bagnoregio
Benedicto XVI


Audiencias Generales correspondientes al Miércoles 3 de marzo de 2010 [Primera Parte], Miércoles 10 de marzo de 2010 [Segunda Parte] y Miércoles 17 de marzo de 2010 [Tercera Parte].


[Primera Parte: Vida y Personalidad de San Buenaventura]

Hoy quiero hablar de san Buenaventura de Bagnoregio. Os confieso que, al proponeros este tema, siento cierta nostalgia, porque pienso en los trabajos de investigación que, como joven estudioso, realicé precisamente sobre este autor, especialmente importante para mí. Su conocimiento incidió notablemente en mi formación. Con gran gozo, hace algunos meses hice una peregrinación a su lugar natal, Bagnoregio, una pequeña ciudad italiana del Lacio, que custodia su memoria con veneración.

Nació probablemente en 1217 y murió en 1274; vivió en el siglo XIII, una época en la que la fe cristiana, que había penetrado profundamente en la cultura y en la sociedad de Europa, inspiró obras imperecederas en el campo de la literatura, de las artes visuales, de la filosofía y de la teología. Entre las grandes figuras cristianas que contribuyeron a la composición de esta armonía entre fe y cultura destaca Buenaventura, hombre de acción y de contemplación, de profunda piedad y de prudencia en el gobierno [Nota del Centro Pieper: las “negritas” son nuestras].

Se llamaba Giovanni da Fidanza. Un episodio que sucedió cuando todavía era un muchacho marcó profundamente su vida, como él mismo relata. Se veía afectado por una grave enfermedad y ni siquiera su padre, que era médico, esperaba ya salvarlo de la muerte. Entonces, su madre recurrió a la intercesión de san Francisco de Asís, canonizado hacía poco. Y Giovanni se curó.

lunes, 19 de junio de 2023

Catequesis sobre San Alberto Magno - Benedicto XVI

Catequesis sobre San Alberto Magno
Benedicto XVI


Audiencia General correspondiente al Miércoles 24 de marzo de 2010 
[Nota del Centro Pieper: las “negritas” son nuestras]
 

Uno de los maestros más grandes de la teología medieval es san Alberto Magno. El título de “grande” (magnus), con el que pasó a la historia, indica la vastedad y la profundidad de su doctrina, que unió a la santidad de vida. Ya sus contemporáneos no dudaban en atribuirle títulos excelentes; un discípulo suyo, Ulrico de Estrasburgo, lo definió “asombro y milagro de nuestra época”.

Nació en Alemania a principios del siglo XIII, y todavía muy joven se dirigió a Italia, a Padua, sede de una de las universidades más famosas del Medioevo. Se dedicó al estudio de las llamadas “artes liberales”: gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, astronomía y música, es decir, de la cultura general, manifestando el típico interés por las ciencias naturales que muy pronto se convertiría en el campo predilecto de su especialización. Durante su estancia en Padua, frecuentó la iglesia de los Dominicos, a los cuales después se unió con la profesión de los votos religiosos. Las fuentes hagiográficas dan a entender que Alberto maduró esta decisión gradualmente. La intensa relación con Dios, el ejemplo de santidad de los frailes dominicos, la escucha de los sermones del beato Jordán de Sajonia, sucesor de santo Domingo en el gobierno de la Orden de los Predicadores, fueron los factores decisivos que lo ayudaron a superar toda duda, venciendo también resistencias familiares. Con frecuencia, en los años de la juventud, Dios nos habla y nos indica el proyecto de nuestra vida. Como para Alberto, también para todos nosotros la oración personal alimentada por la Palabra del Señor, la participación frecuente en los sacramentos y la dirección espiritual de hombres iluminados son medios para descubrir y seguir la voz de Dios. Recibió el hábito religioso de manos del beato Jordán de Sajonia.

Después de la ordenación sacerdotal, sus superiores lo destinaron a la enseñanza en varios centros de estudios teológicos anexos a los conventos de los padres dominicos. Sus brillantes cualidades intelectuales le permitieron perfeccionar el estudio de la teología en la universidad más célebre de la época, la de París. Desde entonces san Alberto emprendió la extraordinaria actividad de escritor que prosiguió durante toda su vida.

sábado, 27 de mayo de 2023

Catequesis sobre San Gregorio Magno - Benedicto XVI

Catequesis sobre San Gregorio Magno
Benedicto XVI


Audiencias Generales correspondientes al Miércoles 28 de mayo de 2008 [Primera Parte] y al Miércoles 4 de junio de 2008 [Segunda Parte].

 
[Primera Parte: Vida]

Hoy quiero presentar la figura de uno de los Padres más grandes de la historia de la Iglesia, uno de los cuatro doctores de Occidente, el Papa san Gregorio, que fue Obispo de Roma entre los años 590 y 604, y que mereció de parte de la tradición el título Magnus, Grande. San Gregorio fue verdaderamente un gran Papa y un gran doctor de la Iglesia [Nota del Centro Pieper: las “negritas” son nuestras].

Nació en Roma, en torno al año 540, en una rica familia patricia de la gens Anicia, que no sólo se distinguía por la nobleza de su sangre, sino también por su adhesión a la fe cristiana y por los servicios prestados a la Sede apostólica. De esta familia habían salido dos Papas: Félix III (483-492), tatarabuelo de san Gregorio, y Agapito (535-536). La casa en la que san Gregorio creció se encontraba en el Clivus Scauri, rodeada de solemnes edificios que atestiguaban la grandeza de la antigua Roma y la fuerza espiritual del cristianismo. Los ejemplos de sus padres Gordiano y Silvia, ambos venerados como santos, y los de sus tías paternas Emiliana y Tarsilia, que vivían en su misma casa como vírgenes consagradas en un camino compartido de oración y ascesis, le inspiraron elevados sentimientos cristianos.

San Gregorio ingresó pronto en la carrera administrativa, que había seguido también su padre, y en el año 572 alcanzó la cima, convirtiéndose en prefecto de la ciudad. Este cargo, complicado por la tristeza de aquellos tiempos, le permitió dedicarse en un amplio radio a todo tipo de problemas administrativos, obteniendo de ellos luz para sus futuras tareas. En particular le dejó un profundo sentido del orden y de la disciplina: cuando llegó a ser Papa, sugirió a los obispos que en la gestión de los asuntos eclesiásticos tomaran como modelo la diligencia y el respeto que los funcionarios civiles tenían por las leyes.

Sin embargo, esa vida no le debía satisfacer, dado que, no mucho tiempo después, decidió dejar todo cargo civil para retirarse en su casa y comenzar la vida de monje, transformando la casa de la familia en el monasterio de San Andrés en el Celio. Este período de vida monástica, vida de diálogo permanente con el Señor en la escucha de su palabra, le dejó una perenne nostalgia que se manifiesta continuamente en sus homilías: en medio del agobio de las preocupaciones pastorales, lo recordará varias veces en sus escritos como un tiempo feliz de recogimiento en Dios, de dedicación a la oración, de serena inmersión en el estudio. Así pudo adquirir el profundo conocimiento de la sagrada Escritura y de los Padres de la Iglesia del que se sirvió después en sus obras.


San Gregorio Magno, Doctor de la Iglesia
Benedicto XVI


lunes, 26 de septiembre de 2022

Clemente de Alejandría [05] - Benedicto XVI

Clemente de Alejandría
[Padres de la Iglesia 05]
Benedicto XVI


Audiencia General correspondiente al miércoles 18 de Abril de 2007, continuando así su Ciclo de Catequesis sobre los Padres de la Iglesia.


[CP] Después del tiempo de las fiestas, volvemos a las catequesis normales, aunque por lo que se ve la plaza está todavía de fiesta. Como decía, con las catequesis volvemos a la serie que habíamos comenzado. Hemos hablado de los doce Apóstoles, luego de los discípulos de los Apóstoles, ahora de las grandes personalidades de la Iglesia naciente, de la Iglesia antigua. La última catequesis la dedicamos a hablar de san Ireneo de Lyon; hoy hablamos de Clemente de Alejandría, un gran teólogo que nació probablemente en Atenas a mediados del siglo II. De Atenas heredó un notable interés por la filosofía, que lo convirtió en uno de los más destacados promotores del diálogo entre la fe y la razón en la tradición cristiana.

Siendo todavía joven, llegó a Alejandría, la “ciudad símbolo” de la fecunda encrucijada entre diferentes culturas que caracterizó la edad helenista. Allí fue discípulo de Panteno, y le sucedió en la dirección de la escuela catequística. Numerosas fuentes atestiguan que fue Ordenado Presbítero. Durante la persecución de los años 202-203 abandonó Alejandría para refugiarse en Cesarea, en Capadocia, donde falleció hacia el año 215.

Las obras más importantes que nos quedan de él son tres: el Protréptico, el Pedagogo y los Stromata. Aunque al parecer no era esta la intención originaria del autor, esos escritos constituyen una auténtica trilogía, destinada a acompañar eficazmente la maduración espiritual del cristiano.

jueves, 25 de agosto de 2022

Monseñor Jorge Luis Lona In Memoriam - Mario Caponnetto

Monseñor Jorge Luis Lona
In Memoriam
Mario Caponnetto


Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, velando no como forzados sino de buen grado, según Dios; ni por sórdido interés sino gustosamente; ni menos como quienes quieren ejercer dominio sobre la herencia de Dios, sino haciéndoos modelo de la grey. Entonces, cuando se manifieste el Príncipe de los pastores, recibiréis la corona inmarcesible de la gloria (I Pedro, 5, 2-4)
   
    
El pasado 19 de agosto, tras una larga y penosa enfermedad, murió en la ciudad de Mendoza en la que residía, Monseñor Jorge Luís Lona, Obispo Emérito de la Diócesis de San Luís. Con él se fue un auténtico pastor, un dignísimo sucesor de los Apóstoles, un acabado ejemplo de lo que ha de ser un obispo según el designio de Cristo que edificó su Iglesia sobre el cimiento inconmovible de Pedro y los Apóstoles. Y eso fue, ante todo y sobre todo, Monseñor Lona: un apóstol, el siervo bueno y fiel que bien pudo decir con San Pablo: “libré el buen combate, cumplí mi carrera, conservé la Fe” (II Timoteo, 4, 6). 

Ateo declarado en su juventud, la gracia del Señor lo tocó. Su vida fue una “aventura de la gracia”. Aventura que lo llevó de sus errores juveniles a abrazar la Fe verdadera, primero, luego el sacerdocio y, finalmente, como culminación de este camino de gracia, su ascensión al episcopado. 

Recordamos al respecto dos comentarios que nos hizo, en ocasiones distintas, acerca de su elevación al orden episcopal. El primero, expresión de ese gran sentido del humor tan característico en él, fue que su designación como obispo había que tomarla como “una humorada del Padre Eterno”. Es que su designación episcopal fue la mayor sorpresa de su vida: jamás la imaginó, menos la deseó; tal vez quiso exclamar como María que el Señor había puesto su mirada en la pequeñez de su siervo. Así de humilde, sin afectación alguna y con cristiana ironía, era Monseñor Lona. 

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