sábado, 25 de julio de 2009

Textos Escogidos - René Descartes


Textos Escogidos
René Descartes
(1596-1650)


Material de Lectura para la Quinta Clase Magistral del Curso sobre Historia del Pensamiento Moderno.


III. La duda
[Los principios de la filosofía I]

1. Que para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas, una vez en la vida.
Como hemos sido niños antes de ser hombres, y hemos juzgado unas veces bien y otras mal de las cosas presentadas a nuestros sentidos, cuando no teníamos todavía el completo uso de nuestra razón, muchos juicios precipitados nos impiden llegar al conocimiento de la verdad, y nos previenen de tal suerte que no parece que podamos librarnos de ellos, si no nos decidimos a dudar, una vez en nuestra vida, de todas las cosas que encontremos la menor sospecha de incertidumbre.

2. Que es útil también considerar como falsas todas las cosas dudosas.
Será también muy útil que rechacemos como falsas todas aquellas cosas en que podamos concebir la menor duda, a fin de que, si descubrimos algunas que, a pesar de esta precaución, nos parecen manifiestamente verdaderas, reconozcamos que son también ciertas y las más fáciles de conocer que es posible.

3. Que no debemos servirnos de esta duda en la conducta de nuestras acciones.
Sin embargo, hay que observar que sólo hemos de servirnos de un modo de duda tan general, cuando nos aplicamos a la contemplación de la verdad. Pues es cierto que, en lo que se refiere a la conducta de nuestra vida, estamos obligados, muy frecuentemente a seguir opiniones solamente verosímiles, porque las ocasiones de obrar se nos pasarían casi siempre antes de que pudiésemos librarnos de todas nuestras dudas, y cuando se encuentran muchas opiniones tales sobre un mismo asunto, aunque tal vez no percibamos más verosimilitud en unas que en otras, si la acción no permite la demora, la razón quiere que elijamos una, y que después de haberla elegido la sigamos con constancia, como si la hubiésemos juzgado muy cierta.

4. Por qué se puede dudar de la verdad de las cosas sensibles.
Pero puesto que ahora no tenemos otro designio que dedicarnos a la investigación de la verdad, dudaremos en primer lugar de que, entre todas las cosas que caen bajo nuestros sentidos o hayamos podido imaginar alguna vez, haya algunas que realmente existan en el mundo, ya que sabemos por experiencia que nuestros sentidos nos han engañado en muchas ocasiones, y sería poco prudente fiarse demasiado de los que nos han engañado siquiera una vez y también porque soñamos casi siempre al dormir, y entonces nos parece que sentimos vivamente e imaginamos con toda claridad una infinidad de cosas que no existen en modo alguno; y cuando uno está así de resuelto a dudar de todo, no queda ya señal por la que poder distinguir si los pensamientos que nos vienen durante el sueño son más falsos que los demás.

5. Por qué se puede dudar también de las demostraciones matemáticas.
Dudaremos también de las demás cosas que otras veces nos han parecido muy ciertas, aun de las demostraciones matemáticas y de sus principios, aunque sean evidentes por sí mismos, porque hay hombres que se han equivocado razonando sobre estas materias, pero principalmente porque hemos oído decir que Dios, que nos ha creado, puede hacer todo lo que quiera, y no sabemos todavía si ha querido quiza hacernos tales que estemos siempre equivocados, aun en las cosas que creemos conocer mejor, pues ya que ha permitido que nos hayamos equivocado algunas veces, como ya se ha observado, ¿por qué no podría permitir que nos equivocásemos siempre?. Y si queremos fingir que un Dios todopoderoso no es autor de nuestro ser, y que subsistimos por nosotros mismos, o por algún otro medio, cuanto menos poderoso supongamos al autor de nuestro ser, tendremos tanto mayor motivo para creer que no somos tan perfectos que no podamos estar continuamente equivocados.

6. Que tenemos un libre albedrío que hace que podamos abstenernos de creer las cosas dudosas e impide así que caigamos en el error.
Pero aun cuando el que nos haya creado sea todopoderoso y aunque tuviese el gusto de engañarnos, no dejamos de experimentar una libertad tal que, siempre que nos place, podemos abstenernos de recibir en nuestra creencia las cosas que no conocemos bien, y evitarnos así el errar jamás.


VIII. La noción de substancia
[Principios I]

51. Qué es la substancia, y qué es un nombre que no puede ser atribuido a Dios y a las criaturas en el mismo sentido.
En lo que se refiere a las cosas que consideramos que tienen alguna existencia, es necesario que las examinemos aquí una detrás de otra, a fin de distinguir lo obscuro de lo evidente en al noción que tenemos de cada una de ellas. Cuando concebimos la substancia, entendemos solamente una cosa que existe de tal forma que no tiene necesidad sino de sí misma para existir. Puede haber obscuridad en la explicación de la frase: no tener necesidad sino de sí misma; pues, hablando propiamente, sólo Dios existe de este modo, y no hay ninguna cosa creada que pueda existir un solo momento sin ser sostenida y conservada por el poder de Dios. Por esto se dice con razón en la escolástica que el nombre de substancia no es unívoco respecto a Dios y a las criaturas, es decir, que no hay ninguna significación de esta palabra concebida distintamente que convenga a él y a ellas en un mismo sentido. Pero porque entre las cosas creadas, algunas son de tal naturaleza que no pueden existir sin otras, las distinguimos de aquellas que solamente necesitan del concurso de Dios, y llamamos a éstas substancias y a aquéllas, cualidades o atributos de estas substancias.

52. Que puede atribuirse al alma y al cuerpo en el mismo sentido, y cómo se conoce la substancia.
La noción que tenemos de la substancia creada se refiere del mismo modo a todas, es decir, a las inmateriales y a las materiales o corpóreas; pues para entender lo que son las substancias, es necesario solamente que percibamos que pueden existir sin la ayuda de ninguna cosa creada. Pero, cuando se trata de saber si alguna de estas substancias existe verdaderamente, es decir, si se encuentra ahora en el mundo, no es suficiente que exista de esta forma para que la percibamos, pues esto solo no nos descubre nada que excite algún conocimiento particular en nuestro pensamiento; es necesario además de esto que tenga algunos atributos que podamos observar, y no hay ninguno que no baste para este efecto, puesto que una de nuestras nociones comunes es que la nada no puede tener ningún atributo, ni propiedades, ni cualidades; por ello, cuando encontramos alguno, hay razón para concluir que es atributo de alguna substancia y que esta substancia existe.

53. Que cada substancia tiene un atributo principal, y que el del alma es el pensamiento, como la extensión es el del cuerpo. 
Pero, aunque un atributo cualquiera sea suficiente para darnos a conocer la substancia, sin embargo, hay uno en cada substancia que constituye su naturaleza y su esencia y del que dependen todos los demás. A saber, la extensión en longitud, anchura y profundidad, constituye la naturaleza de la substancia corpórea, y el pensamiento constituye la naturaleza de la substancia pensante. Pues todo lo demás que puede atribuirse al cuerpo, presupone la extensión y es solamente un modo de lo extenso; igualmente, todas las propiedades que encontramos en la substancia que piensa no son sino maneras diferentes de pensar. Así, no podríamos, por ejemplo, concebir una figura, si no es una cosa extensa, ni un movimiento sino es en un espacio extenso; así, la imaginación, la sensación y la voluntad dependen de tal modo de una cosa que piensa que no los podemos concebir sin ella. Pero por el contrario podemos concebir la extensión sin figura o sin movimiento, y la substancia pensante sin imaginación o sin sensación, y así las demás.

54. Cómo podemos tener nociones distintas de la substancia que piensa, de la corpórea y de Dios. 
Podemos pues tener dos nociones o ideas claras y distintas, una de una substancia creada que piensa y la otra de una substancia extensa, con tal que separemos cuidadosamente todos los atributos del pensamiento de los atributos de la extensión. Podemos también tener una idea clara y distinta de una substancia no creada pensante e independiente, es decir, de un Dios, con tal que no creamos que esta idea nos representa todo lo que hay en él, y que no le mezclemos nada mediante una ficción de nuestro entendimiento; sino que nos fijemos solamente en lo que está en verdad comprendido en la noción distinta que tenemos de él, y que sabemos que corresponde a la naturaleza de un ser perfectísimo. (...)


XI. Alcance de la física
[Principios II]

64. Que no admito principios en física que no sean también admitidos en matemática a fin de poder probar por demostración todo lo que deduciría de ellos, y que estos principios bastan, ya que todos los fenómenos de la naturaleza pueden explicarse por ellos.
No añado nada aquí referente a las figuras, no a cómo de sus diversidades infinitas se producen innumerables diversidades en los movimientos, porque estas cosas podrán ser suficientemente entendidas cuando sea el momento de hablar de ellas, y porque supongo que los que leen mis escritos conocen los elementos de la geometría, o al menos que tienen capacidad para comprender las demostraciones de la matemática. Pues yo confieso que francamente que no conozco otra materia de las cosas corpóreas que la que puede ser dividida, configurada y movida de muchas maneras, es decir, la que los geómetras llaman cantidad y que toman como objeto de sus demostraciones; y que no considero en esta materia sino sus divisiones, sus figuras y movimientos, y, por último, que referente a esto no quiero aceptar nada como verdadero sino lo que será deducido con tanta evidencia que pueda hacerse una demostración matemática. Y como por este medio puede darse razón de todos los fenómenos de la naturaleza, según se verá por lo que sigue, no creo que deban aceptarse otros principios en física, ni aun que deban desearse otros que los que se han explicado aquí. (...)

III, 4. Fenómenos o experiencias, y la inutilidad que pueden reportar aquí.
Los principios que he explicado anteriormente son tan amplios que pueden deducirse de ellos muchas más cosas de las que vemos en el mundo, y aun muchas más de las que podríamos recorrer con nuestro pensamiento durante toda nuestra vida. Por ello haré aquí una breve descripción de los principales fenómenos cuyas causas pretendo buscar, no para obtener razones que nos sirvan para probar lo que he de decir después, pues tengo intención de explicar los efectos por sus causas y no las causas por los efectos, sino a fin de que podamos elegir entre una infinidad de efectos que pueden deducirse de las mismas causas, aquellas que debemos principalmente tratar de deducir. (...)

43. Que no es verosímil que las causas de las que pueden deducirse todos los fenómenos sean falsas.
Si los principios de los que me sirvo son evidentísimos, si las consecuencias que de ellos saco están fundadas en la certeza de las matemáticas, y si lo que yo deduzco de este modo está de acuerdo con todas las experiencias, me parece que sería ofender a Dios creer que las causas de los efectos que están en la naturaleza, y que hemos hallado de este modo, son falsas; pues con esto le haríamos culpable de habernos creado tan imperfectos que estuviésemos sujetos a equivocarnos incluso cuando usamos bien de la razón que nos ha dado.

44. Que, sin embargo, no quiero asegurar que las que yo propongo son verdaderas.
Pero como las cosas de las que trato aquí son muy importantes y tal vez me considerarían demasiado osado si asegurase que he hallado unas verdades que no han descubierto los demás, prefiero no decidir nada; y para cada cual sea libre de decidir lo que le plazca, deseo que lo que escribo se tome solamente como una hipótesis, que quizá está muy alejada de la verdad, pero, aunque fuese así, creería haber hecho mucho si todas las cosas que de ellas se deducirán están enteramente conformes con las experiencias; pues, si esto ocurre, no será menos útil para la vida que si fuese verdadera, porque podrá utilizarse del mismo modo para disponer las causas naturales a producir los efectos que se quiera.


[Tomado de “Textos de los grandes filósofos. Edad Moderna”, Roger Verneaux, 
Editorial Herder, Barcelona, 1982]


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