El Último Progreso de los Tiempos Modernos: la Palabra Violada
Fray Mario José Petit de Murat OP
Mario José Petit de Murat (1908-1972), “hombre completo y eminente” según Leonardo Castellani [1], fue una estrella rutilante en el cielo de los Dominicos argentinos e hispanoamericanos. Petit de Murat luce tanto por su cautivante prosa como por su capacidad de penetración psicológica. Autor prolífico y profundo conocedor de Santo Tomás de Aquino, escribió y enseñó Teología, Metafísica, Psicología, Filosofía e Historia del Arte. Porteño de nacimiento, se radicó en Tucumán, donde murió atendiendo una Capilla rural en Timbó Viejo. Con gran alegría reproducimos en nuestro Blog del Centro Pieper este bellísimo texto de su autoría, esperanzados en colaborar humildemente con su difusión.
- I -
Tengamos por cierto que hemos ido a la deriva. Muchas han sido “las lluvias, ríos y vientos” que la apostasía de Europa desató contra el Hijo del hombre desde el Renacimiento hasta nuestros días [2]; como consecuencia se ha venido abajo con grande ruina todo lo que del cristianismo se intentara edificar sobre las arenas de la mediocridad, las tibiezas o los descuidos [3].
Es notorio que los tiempos renacentistas y pos renacentistas están especificados por la reincidencia en el pecado, no en el individual, el cual se desgrana en cualquier rincón del mundo a cada instante, sino en el de la sociedad humana, pronunciando esta vez contra Dios no sólo Creador sino también encarnado y Salvador. En consecuencia, el demonio y la nueva iniquidad disponen de mayor experiencia para su astucia y, así, la malicia ha progresado bastante sobre las antiguas tácticas.
En efecto, la rebeldía moderna ha añadido una perfección capital a la iniquidad. Trataremos de esbozar, siquiera, lo que este enunciado entraña:
Nuestra época se mueve dentro del ámbito de un mal teológico; la anima la peor malicia, la de una apostasía. Si queremos lograr, no ya el género sino también la especie de dicho mal, hallamos que no se trata de una apostasía cualquiera, la que apartara, por ejemplo, de la noticia que la razón o alguna tradición cierta y remota pudiera dar de Dios. Lo que la civilización actual intenta negar es la encarnación del Verbo, además de todo el orden sobrenatural y temporal originado por Él en la tierra. Si frente a este hecho recordamos que la medida de un mal está dada por el bien que niega [4], se entenderá que nos encontramos en la hora actual, ante un abismo idéntico a la nada; pues si se niega el Verbo eterno ¿qué nos queda de Dios y de las cosas? Si se niega la Encarnación -la cual revela la decisión divina de asumir todo lo auténticamente humano- ¿qué puede quedarnos del hombre? Sobre todo: ¿en qué se convertirá el verbo humano si existe la resolución inflexible de emplearlo en contra del Verbo divino, a costa de desgarrarlo en los nexos con su fuente, analogía y ejemplaridad suprema, que es ese mismo verbo?
Ciertamente, la Edad Moderna ha obtenido al fin, tras su labor tenaz de agnosticismo y subjetivismo, corromper la palabra en sí. El lenguaje del hombre en todo tiempo, ha nombrado también conceptos, deseos y acciones inicuas; incluso cosas concretas dedicadas a la iniquidad (meretriz, Baal). Se pudo también mentir, pero se mentía con cosas reales que no eran tal como se las nombraba más en sus circunstancias que en su ser mismo; sin embargo, permanecía inviolada la relación del signo verbal con la cosa significada. Se decía “paz” y cualquiera entendía que se iba a dar una real tranquilidad en el orden concretamente existente; cuando un rey asirio ambicionaba dominar a otro monarca, enviaba una embajada comunicándole que le arrancaría los ojos y le cortaría las manos si llegaba a resistir y no rendirle vasallaje. En cambio hoy se dice “hombre” y se piensa que se puede estar nombrando a un animal sin mas; asimismo, si un gobernante llega a pronunciar la palabra “paz” el vecino entiende que se esta preparando para la guerra, y cuando un país quiere apoderarse del mundo entero, oprime, destruye y aniquila en nombre del amor que profesa a la fraternal convivencia de los pueblos.