sábado, 5 de abril de 2025

Llegada al Valle de los Caídos - María Lilia Genta

Llegada al Valle de los Caídos
María Lilia Genta


En el año 2020 nuestra querida “Lis” escribió este artículo que, a la luz de los recientes acontecimientos en España, resulta de arrolladora vigencia. Vaya en homenaje a quienes resisten el odio anticatólico y antihispánico -del enemigo externo e interno-, para que el “Valle de los Caídos” permanezca fiel a su origen.


[Centro Pieper] Desde el camino se ve surgir la Cruz que domina las Sierras del Guadarrama. Al llegar, se impone la más sobria y grandiosa de las Basílicas, excavada en la piedra, en el corazón de la roca.
    
Siempre digo que no fui a España a conocer sus lugares sino a reconocer los sitios que llevaba en el alma desde adolescente. Como sólo pude recorrer Castilla, esto fue exactamente así: Ávila de Teresa, Segovia de San Juan de la Cruz, la estepa castellana del Quijote y el Mío Cid; y, por supuesto, Toledo, la cabeza del Imperio, con su fiesta, el día de Corpus: tres días de fiesta popular con la gente que llena las calles empinadas, buen vino, jerez y manzanilla y, junto a ella, la Misa y la procesión y la Custodia, la más bella que nunca vi, llevada no bajo palio sino por las calles, arriba cubiertas por el palio y abajo el suelo cubierto de romero. De los balcones cuelgan antiquísimos tapices mientras trascurre el desfile de las Hermandades y Cofradías que cierra el Cuerpo de Infantería. Al ir terminando la hora de la siesta, la corrida de toros. El día anterior, visita al Alcázar, sin palabras.
    
Pero vuelvo al Valle. La Hermandad del Valle de los Caídos había organizado una de sus anuales “Conversaciones en el Valle” sobre el tema de la verdad en la que mi esposo era expositor [Nota del Centro Pieper: se refiere al Dr. Mario Caponnetto]. Eso nos permitió alojarnos tres días en la Hospedería de los Monjes. La conmoción de vivir a un paso de la tumba de José Antonio sólo se igualaba a la que, luego, tendría en Toledo ya que nuestro hotel daba justo al costado del Alcázar. De aquellos días inolvidables nos quedaron buenos amigos con quienes seguimos aún en contacto y colaborando con Altar Mayor, la revista de la Hermandad del Valle. Imposible describir el momento que estuve frente a la tumba de José Antonio (desde los doce años sabía de memoria partes de sus discursos, aquellos sobre todo en los que expone su política poética). Mi esposo, más “místico”, tuvo emoción parecida en Ávila, en el lugar donde conversaban, torno por medio, San Juan de la Cruz y Santa Teresa, la “grande”.
    
Pero yo viví la experiencia religiosa más alta en la Basílica del Valle, en la Misa de once, concelebrada por toda la comunidad benedictina, cuando en el momento de la Consagración se apagan todas las luces y en medio de la oscuridad sólo se iluminan la Hostia y el Cáliz elevados. Todo en la Abadía del Valle es tan sobrio, tan severo que después de estar allí hasta El Escorial de Felipe II que, en su momento se consideró el palacio más severo de Europa, parece frívolo.
    

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