miércoles, 19 de octubre de 2016

Sobre Michele Federico Sciacca [Incluye Video] - Alberto Caturelli

Sobre Michele Federico Sciacca
[Incluye Video]
Alberto Caturelli


Alberto Caturelli [1927-2016] fue uno de los más grandes filósofos argentinos del siglo XX. El texto que reproducimos a continuación está tomado de su libro “La Historia Interior”. Al final de este post se puede ver un video grabado en su casa de Córdoba, en el año 2010, que quiere ser un Homenaje del Centro Pieper a él y a su esposa Celia.


El encuentro con Michele Federico Sciacca

El Padre Julio Meinvielle acababa de fundar el Colegio de Estudios Universitarios y la revista Diálogo de la que aparecieron sólo tres volúmenes. El trajo a la Argentina a Michele Federico Sciacca, de quien ya conocía su Sant`Agostino y L`existence de Dieu, traducción francesa de la parte principal de Filosofía e Metafísica, versión publicada por Louis Lavelle en 1951 en las ediciones Aubier y traducción de Régis Jolivet. Dicho sea de paso, aquella colección “Philosophie de 1`esprit” nos había puesto en contacto con Forest, Marcel, Paliard, Nédoncelle, Rene Le Senne y, en mi caso, muy especialmente con el grande escriturista judío católico Albert Frank-Duquesne; gracias a Meinvielle, pude conocer de este último obras como Satán y Cosmos et gloire, que ejercieron fuerte influjo en la elaboración de mi libro El hombre y la historia que concluí de escribir en junio de 1955.

Volvamos a Sciacca. Con ocasión de su presencia en Buenos Aires, el filósofo italiano fue invitado por la Universidad de Tucumán e, inmediatamente, por la de Córdoba. Así lo solicitó de Anquín, quien me dijo: “Sciacca es el hombre más inteligente de Europa”.

El 22 de julio por la noche, el profesor de Anquín y yo fuimos en un coche del rectorado de la Universidad a esperar a Sciacca a la estación de ferrocarril de Alta Córdoba. Allí nos encontramos: hombre físicamente pequeño y magro, vivacísimo, ojos atentos y penetrantes tras los gruesos cristales de miope. La amistad fue instantánea. Ocurrió algo insólito por estar reñido con las reglas sociales elementales: por respeto y dada mi juventud, debí dejar al profesor de Anquín con Sciacca en el asiento trasero e instalarme al lado del chofer. No sé por qué, no recuerdo el motivo, pero el profesor de Anquín fue adelante; yo debí instalarme detrás comenzando una intensa conversación con Sciacca. Le dejamos en el Hotel Bristol, hoy desaparecido, entre Rivera Indarte y 9 de Julio. Al día siguiente 23 fue su primera conferencia en el Salón de Grados que desbordaba de público. Y ocurrió nuevamente algo insólito: invité a Sciacca a cenar con nosotros, en nuestra casa de calle Duarte Quirós 880 y aceptó en el acto. Su conferencia sobre “Hegel y la crítica al hegelismo” fue espléndida y produjo una fuerte impresión en el auditorio.

Mientras la gente rodeaba al ilustre visitante y hablaba con él, nuestras miradas se encontraron y me hizo un breve guiño, como quien dice ¡ya vamos!

Más tarde, Sciacca recordaría esas horas que pasamos en casa hasta la madrugada. La filosofía y la filosofía cristiana en particular fue el tema esencial, siempre salpicado con las bromas y el buen humor, mientras Celia abonaba la conversación con la antigua sabiduría de las comidas y las bebidas. Le acompañé hasta el hotel con la grande e inesperada alegría de haber encontrado un amigo del alma. Más que un amigo, un maestro con quien podía ir a fondo en temas capitales y en autores que ambos queríamos, como Platón, San Agustín, los Padres, Lavelle, Blondel. Quedé convencido de la importancia de Vico, de mi viejo amigo Pascal y de ese inmenso pensador que es Antonio Rosmini. Todo esto, sin apartarme un ápice de mi maestro esencial Santo Tomás de Aquino, estudiado y meditado como pensador contemporáneo.

La segunda conferencia, “El humanismo anti-hegeliano en el hegelismo de Marx”, fue tomada taquigráficamente y traducida por Celia y publicada en la Revista de la Universidad (n° 3/4, 1954). La firma de Sciacca comenzó a aparecer en revistas argentinas como Arqué, Criterio, Ciencia y fe y Sapientia.

[…]


Historia de un proceso interior

Ya he narrado antes mi providencial encuentro con Michele Federico Sciacca cuya amistad, en este mundo, duró sólo veinte años porque Dios se lo llevó consigo en febrero de 1975.

Esta amistad siguió caminos muy diversos a la de Monseñor Derisi. Personalidades muy distintas, tanto por la formación personal como por las circunstancias de sus vidas; entre ellos se apreciaron mucho y sus caminos se fueron acercando; tanto que, en la etapa final de su vida, Sciacca y Derisi se encontraron en el mismo amor a los Padres y al propio Santo Tomás de Aquino. A estos antecedentes, Derisi los tenía como suyos por su propia formación; Sciacca los redescubrió por la mediación de Rosmini y la personal conversión de la inteligencia y de la gracia. Uno, desde niño traía la formación católica y escolástica; el otro había abandonado la fe a los catorce años de edad, se formó y pensó en el idealismo, se convirtió a los treinta y tres años y su vida fue un dramático “itinerario a Cristo” como él mismo la llamó.

Mi libro sobre Sciacca publicado en 1959, fue totalmente repensado y reescrito entre l968 y 1979, con algunos retoques introducidos en 1985. Podría decirse que, sobre el primero, nació un libro nuevo.

A pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo verdadero lo que Sciacca me decía en aquella Carta-Prólogo de 1958: “se siente que usted [...] ha querido construirse a sí mismo, profundizar, juntamente conmigo, una problemática común, pero que ahora aquí se presenta con modalidad que es suya y solamente suya”. Entonces me advertía lo que la dura experiencia me iría enseñando después: “Hoy, quien se ocupa de filosofía o de ontología (a menos que repita que la primera está muerta y no interesa al hombre y que la otra se reduce a fenomenología) es un sobreviviente del actual (y ciertamente transitorio) naufragio de la filosofía. Por eso, es un solitario contra corriente y para los «progresistas» de todos los progresos, un «superado»”.

Exactamente eso es lo que soy: un solitario que goza con la lucha “espada” en mano y un superado que luce el “yelmo” de la esperanza en la victoria de la verdad. Espada afilada y yelmo de acero que frecuentemente necesito no tanto en combate contra los sofistas, sino para convencer con amor a quienes todavía creen -por falta de estudio, de comprensión o de espíritu filosófico- en el “ontologismo” de Rosmini y Sciacca y que la “interioridad” entraña inminentes peligros. Olvidan que la vía de la interioridad es tan tomista como agustiniana y que no debe confundirse con su opuesto que es la “subjetividad” de los inmanentistas que nos secuestraron el término.

Lo cierto es que mi libro sobre Sciacca fue creciendo como una planta viva: del actualismo gentiliano al espiritualismo crítico; del espiritualismo crítico al espiritualismo cristiano-católico y luego, la metafísica de la integralidad -su pensar maduro- hasta concluir en sus implicaciones teológicas, místicas y poéticas. Muchos de estos temas fueron los contenidos de mis numerosas conferencias en Italia en 1985. Los discípulos de Sciacca, María Adelaide Raschini y Pier Paolo Ottonello, publicaron mi “nuevo Sciacca” en tres volúmenes de la Biblioteca di Studi Sciacchiani, en 1990.

Mucho debo a Michele Federico Sciacca, porque su obra me ayudó a pensar con mi cabeza. No con la suya ni con la de ningún otro, sino con la mía.
  


Fuente: Alberto Caturelli, La Historia Interior,
Ediciones Gladius, Buenos Aires 2004, págs. 67-69. 163-165.


*   *   *


Alberto Caturelli
Sobre Michele Federico Sciacca






1 comentario:

  1. Conmovedor recuerdo del querido Maestro Caturelli y de su inolvidable esposa Celia. Fueron modelo de matrimonio católico. Siempre juntos, enamorados... un ejemplo, en verdad.
    Notable la evocación de Sciacca, uno de los grandes conversos del siglo XX. En él la filosfía fue el camino a Dios. Sciacca es la confirmación de aquello que dice San Agustín: nuestro corazón está inquieto, Señor; y no se aquietará hasta que descanse en Ti.
    "Europa está muerta", decía Sciacca. Pero vive en el alma de hombres ejemplares como estos dos maestros que aquende y allende el Mar mantuvieron viva la llama de la Fe y la Civilización Cristiana.
    Mario Caponnetto

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