Josef Pieper
Según los datos de la teología, la substancia dogmática de la fe cristiana puede compendiarse en dos palabras: «Trinidad» y «Encarnación». Es el «Doctor Común» de la cristiandad quien dice que todo el contenido del dogma cristiano se reduce a la doctrina del Dios Uno en tres Personas y a la participación del hombre en la vida divina, participación ejemplarmente realizada en Cristo.
Ahora bien, se da el caso de que la realidad enunciada en ese contenido de la revelación -en el fondo indiviso- se identifica con el acto mismo de enunciarla y con la persona del enunciante. Tal cosa apenas es posible en el mundo; y decimos «apenas» pensando en la excepción probablemente única de un ser humano que, dirigiéndose a otro, le declara: «Te amo». Tampoco el sentido principal de esta declaración es poner en conocimiento de otra persona un hecho objetivo, separable del declarante; trátase más bien de un auto-testimonio, y lo así testimoniado se realiza precisa y singularmente en el acto expreso de testimoniarlo. De ahí que el interlocutor, por su parte, sea incapaz de descubrir la inclinación amorosa de su congénere de otro modo que asumiendo lo que oye de sus labios. Cierto que ese amor puede también «acontecerle» sin más, como a un niño pequeño, pero sólo «se entera» de él, lo experimenta, por cuanto lo aprehende y lo «cree» al serle atestiguado en forma verbal; sólo así lo recibe y se le hace presente de veras.
En un plano superior, ocurre lo mismo con la revelación divina. Al hablar Dios a los hombres, no les da a conocer meros hechos objetivos, sino que les abre su propia esencia, los hace partícipes de su ser. Mas lo que constituye el contenido básico de esa revelación, a saber, que al hombre se le invita a tomar parte en la vida divina y que incluso está ya teniendo lugar tal participación, posee su propia realidad no en otra cosa que en la palabra misma de Dios: porque Dios lo revela, es real. La Encarnación, por ejemplo, no es primero y «de todos modos» un hecho que posteriormente conocemos por la revelación; al contrario, el encarnarse de Dios y el manifestarse de Cristo constituye una sola e idéntica realidad. También aquí le toca lo suyo al creyente: en el acto mismo de aceptar como verdadero el mensaje del Dios autorrevelado, le viene y sucede realmente la anunciada participación en la vida divina. No existe, aparte de la fe, ningún otro medio por el que el hombre pueda conseguir esto. La palabra «comunicación» recobra aquí su sentido etimológico. La revelación divina no es mero anuncio de una realidad, sino «participación» en la realidad misma, lo cual sólo puede acaecerle al creyente.
Fuente: Josef Pieper, Antología,
Editorial Herder, Barcelona 1984, páginas 30-31.
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