Mons. Héctor Aguer
Reflexión del arzobispo de La Plata en el programa “Claves para un mundo mejor”, en su emisión del sábado 6 de noviembre de 2004
Frecuentemente cuando se trata de establecer normas, disposiciones sobre algunos problemas humanos muy delicados y esenciales como por ejemplo el aborto, la eutanasia, la fecundación artificial, el matrimonio de homosexuales y otras cosas por el estilo que hoy día se agitan con frecuencia, especialmente en el mundo occidental y desarrollado, se suele hablar de que estas normas o disposiciones tendrían que establecerse por consenso.
Según esta visión tendríamos que ir a una especie de “ética del acuerdo”. Es decir que estas cosas serian buenas o malas de acuerdo a lo que se decida en el juego ideológico de la sociedad y, luego, las decisiones que se establezcan por votos. El consenso se irá elaborando así entonces y tomando un poco de cada una de las distintas opiniones que todas ellas tienen el mismo valor.
Hay que hacer notar que esto del consenso es bastante artificial, porque en la sociedad moderna con la masificación que producen los medios y con esa generalización de determinadas expresiones extravagantes, la libertad personal como la capacidad de pensar con la propia cabeza y de ejercer efectivamente la libertad y tratar de poner en claro las propias convicciones eso no es tan seguro.
Existen muchas fuerzas poderosísimas que van como elaborando opinión, que van generalizando esa opinión y que provocan por tanto consensos artificiales, manipulados, no libres. Eso ocurre en lo que se puede llamar falsificación de la democracia.
El Papa Juan pablo II lo advirtió claramente cuando dijo que “una democracia sin valores se convierte fácilmente en un totalitarismo oculto o descubierto”. Una democracia sin valores es esta que pretende que cosas tan esenciales para la vida y el futuro de la humanidad sean resueltas por consenso.
Pues bien lo cierto es que debe haber un limite básico, algo que no este sometido al consenso. Fíjense ustedes si una legislatura hiciera una sesión para decidir si existe Dios o no. Algo semejante tendría que decirse acerca de lo que llamamos el orden natural, ciertas realidades fundamentales que tienen que ver con la esencia misma del ser humano.
Lo que sucede es que estos autores de “la ética del consenso” no suelen reconocer que existe un orden natural sino que el hombre manipula su esencia como le da la gana, o mejor dicho, como los poderosos que tienen a su cargo la capacidad de crear opinión, frecuentemente mala opinión, lo deciden y originan esa especie de consenso artificial que se va imponiendo subrepticiamente sin que las mayorías se den cuenta.
Pienso que corresponde un sereno, informado, ilustrado y decidido disenso y ese disenso es el que va a poner en todo caso la “pica en Flandes” para decir no las cosas no son así y a allí no se puede llegar.
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