Los Jesuitas en los Orígenes de Mar del Plata
Alberto E. Flügel
Especial para el Centro Pieper - Studium 2013
Los orígenes de Mar del Plata están indiscutible e íntimamente ligados a la gran obra misional que la “Compañía de Jesús” –orden religiosa católica cuyos integrantes son conocidos genéricamente como “Jesuitas”– inició a mediados del siglo XVIII al sur del Río Salado o “Chadi Leuvu”. La “Compañía de Jesús”, fundada el 15 de agosto del año del Señor de 1534 por Ignacio de Loyola, fue aprobada por el Papa Paulo III en el año 1540 y nace en un momento en que Europa estaba siendo desgarrada por la Reforma Protestante.
Mientras tanto, ya iniciada la Conquista y Evangelización de América, se abría para la Iglesia Católica un nuevo y colosal desafío de carácter eminentemente trascendental y misionero. Es precisamente hacia ese desafío que los Padres Jesuitas dirigen su mirada.
Corría el año 1739 y la escalada de violencia por parte de operaciones militares españolas venia conmocionando a las distintas parcialidades indígenas que ocupaban estas llanuras orientales rioplatenses, muchas de ellas enfrentadas entre si. Y es en este escenario que hace irrupción un Cacique natural de los pagos del “Huichin” –en la confluencia de los Ríos Limay y Neuquén– conocido como Nicolás Cangapol, hijo del mentado Juan Cacapol o Bravo, a quien sucedió a su muerte.
Es bastante discutido el origen de Cangapol. Hay quienes le asignan ascendiente “Tehuel” o “Genaken”; otros hablan de su origen serrano, ya que su padre comerciaba con Buenos Aires desde el “Casuati” (Sierra de la Ventana); también se le atribuye sangre “Huilliche” o “Auca del sur”. Personalmente me inclino por esta tercera hipótesis, tanto por el lugar de asentamiento de sus Toldos como por su enemistad manifiesta para con los “Tehuelches” o “Tehuelhet”.
De todas maneras, su liderazgo le iba a otorgar gran gravitación en los tiempos revueltos que se avecinaban entre Indios y Españoles. Fue entonces que este Cacique, en respuesta a la violencia ejercida sobre los Toldos, logra conformar una gran coalición Pampa, que da como resultado una sublevación e incursión de terribles malones, que caen como centellas, asolando los pueblos y estancias de Lujan, Arrecifes, La Magdalena y La Matanza, dejando como saldo mil vecinos muertos y un numero muy importante de mujeres cautivas llevadas a las tolderías.
El estupor y el terror cunde en las calles, Buenos Aires tiembla, el caos impera y los vecinos se refugian en los templos temiendo una nueva invasión por parte de los “chinos”, que así los llamaban entonces.
Buscando superar esta situación y al mismo tiempo dar tranquilidad a la población, hubo quienes pensaron en reunir voluntarios y conformar milicias con el fin de desalentar nuevas correrías y escarmentar así a los sublevados. Pero no fue esa la opinión del Gobernador don Miguel Salcedo, quien consideraba que el uso de la violencia generaría mayor violencia, por lo que creía necesario buscar la forma pacifica de resolver el conflicto.
Para esos tiempos ya eran harto conocidos los Jesuitas por su capacidad de tratar y entenderse con los naturales. Y es así que, a instancias de Salcedo, el Cabildo seglar de la ciudad solicita al Provincial de la “Compañía”, Rvdo. P. Antonio Machóni, el auxilio de Misioneros con el fin de llevar a cabo esta difícil tarea: dar un final feliz a este inquietante conflicto.
Y la respuesta ciertamente no se hizo esperar. Se hace presente en la ciudad de Buenos Aires un Jesuita de origen alemán llamado Matías Stroebel, proveniente de las Misiones Guaraníticas. Stroebel, que era lingüista y experto misionero, luego de tomar conocimiento de las circunstancias imperantes acepta el desafío y, el 23 de abril de 1740, se interna en “El Desierto”, en misión exploratoria. Cruza el Río Salado y en el “Cayru” (hoy Sierras Bayas en la localidad bonaerense de Olavarría), toma contacto con el Cacique Cangapol a quien reconoce como autoridad de los Emisarios y Caciques de esta gran coalición. Tres días de deliberaciones dan como resultado un pacto de paz que establecía al Río Salado como limite natural entre Buenos Aires y el territorio Indio, pacto que luego rubrica finalmente Salcedo.
Pero en un claro esfuerzo por mantener en la región la presencia de los Padres Jesuitas, Salcedo da un paso más allá: impulsa con todo ánimo la fundación de Misiones al sur de ese Río, asegurando a los valerosos Misioneros el apoyo irrestricto a un proyecto que comprendía la extensión de la obra misional de la Iglesia hasta el Estrecho de Magallanes y que, al decir del Gobernador, procuraría a la “Compañía de Jesús” más y mejores éxitos que los logrados en las Misiones Guaraníticas.
Esta propuesta de Salcedo fue bien recibida por los Jesuitas, que ya tenían puestos sus ojos en estas regiones, como hemos señalado. No hay más que recordar los relatos del P. Fanelli, por ejemplo, que sale de Buenos Aires el 24 de noviembre de 1698 en una expedición que llega hasta la lejana Mendoza, en la imponente Cordillera de los Andes. También dejan sus crónicas los Padres Pedro Lozano, Sánchez Labrador, Havestad y muchos otros Misioneros que se ocupan extensamente de estas tierras australes.
Una circunstancia que también abonó este proyecto fue la presencia de una comunidad de Indios “Pampas Caray Het” que se encontraban asentados en las zonas orilleras de la ciudad de Buenos Aires y desde allí comerciaban en trueque con los taberneros y pulperos en forma pacifica y cotidiana. Esta situación era causa de gran preocupación para los porteños, sobre todo teniendo en cuenta los últimos sucesos que habían enlutado a tantos hogares. Por lo que la propuesta del Padre Stroebel de fundar su primera Misión a cuarenta leguas de la ciudad, incorporando a ella esa parcialidad de 350 “Pampas Caray Het”, fue una gran alivio para el ánimo de los habitantes de la ciudad, quienes veían en ellos sus potenciales enemigos.
Es así que el día 9 de mayo de 1740, parte de la Plaza Mayor de Buenos Aires una extraña caravana encabezada por los Padres Matías Stroebel y Manuel Querinis. Su partida fue acompañada por los porteños con vítores y aplausos desde la Plaza hasta el Puente de Gálvez. Los ovejeros vascos de Quilmes, que los despiden con gran algarabía, los ven alejarse hacia el sur en patética marcha, internándose en esa región desconocida y temida… ¡La Pampa Desierta!
Doce días después, el 21 de mayo por la tarde, cruzan el Río Salado por el paso conocido como el Callejón y a unas dos leguas y media de lo que es hoy la localidad de Castelli levantan su capilla portátil y clavan la Cruz, fundando de esta manera su primer Misión en estas inhóspitas comarcas, la que bautizan bajo la advocación de “Nuestra Señora en el Misterio de la Inmaculada Concepción para Pampas” el 26 de mayo de 1740, día de la Ascensión del Señor.
El 15 de febrero de 1743 un Misionero de origen británico, el P. Thomas Falkner, acompañado por seis lenguaraces Pampas y un peón Guaraní, pasa por la “Concepción” rumbo al sur en misión exploratoria, y lo despide el P. Querinis en esta que era su primer misión como Sacerdote Jesuita.
El 8 de marzo llega el P. Falkner, luego de un accidentado periplo, a un lugar conocido como “Punta de Lobos” o “Cabo de Lobos” –hoy “Cabo Corrientes”–, a unas cuarenta y cuatro leguas distante de la “Concepción” y, desde ese lugar, gira en dirección “oeste noroeste”, con el propósito de establecer contacto con una parcialidad de la nación Puelche, conocidos como “Pampas Serranos o Montañeses”, por lo que siguiendo las umbrosidades de un cordón serrano que corre en esa dirección, llegó a un paraje conocido por los Puelches con el nombre de “Vuul Can”, voz que en la antigua lengua de los “Het” significa –como concepto, no en forma literal, ya que no era lengua escrita–, “unión” o “unidos por la base”, refiriéndose a ese sistema precámbrico de Tandilia, que es encadenado y granítico. La corruptela de esos dos vocablos hizo que, erróneamente, se generalizara la creencia de la existencia de algún volcán en la región.
A su paso, Falkner describe estos valles y serranías con minuciosidad británica y con el colorido que solo puede darle un espíritu observador y delicado. Toma contacto con los “Pampas Serranos” –que lo reciben con buena disposición– y, en uno de sus recorridos, descubre un Lago o Laguna enorme, a la que describe como una bella esmeralda con forma de cifra numeral siete. Frente a ella es que encuentra un lugar apropiado para enclavar la nueva Misión.
¿Pero por qué allí? Porque luego de realizar un prolijo relevamiento, Falkner describe en su “Diario de Viaje” que la región se hallaba poblada por una intrincada vegetación de arbustos espinudos y achaparrados –que los naturales llamaban “Curru Mamul”–, y que la presencia de ellos junto a algunos montes bajos de saúcos y talas que bordeaban la Laguna, fueron el factor determinante para elegir el lugar donde fundar la Misión: solo allí se garantizarían la provisión de leña a futuro, único combustible en aquella época. Recordemos que en estas pampas desiertas, al decir de Félix de Azara –cronista español que para 1770 recorrió estas comarcas–, se podían hacer diez jornadas de a caballo sin encontrar un solo árbol.
Un tiempo después, es el avezado e intrépido misionero P. José Cardiel quien, recibida la orden del Rvdo. P. Provincial Bernardo Nursdorffer, se dirige hacia el paraje de “las sierras del Volcán”, llevando como compañero al P. Faulkner. El día 13 de noviembre de 1746 clavan la Cruz a la vera de la Laguna y fundan así la segunda Misión Jesuítica al sur del Salado que bautizan como “Misión de Puelches” bajo la advocación de “Nuestra Señora del Pilar”.
Esta Misión, que funcionó pocos años, estaba destinada a llevar la Doctrina Sacra a la comunidad Puelche que habitaba en estado nómada las serranías. Estamos aquí ante el primer antecedente poblacional, ante la primera escuela y la primera estancia agrícola ganadera que se estableciera al sur del Río Salado.
Emprendiendo así su eficaz obra misional y pacificadora, se constituye el segundo Pueblo Cristiano en territorio Indio en la Provincia de Buenos Aires y el primer foco de Evangelización en la región que, con el pasar de los años, será territorio de la actual Diócesis de Mar del Plata.
Es en el margen de esa “Laguna” –a la que dieron su nombre los “Padres” de la “Misión Jesuítica”–, donde hoy se levanta, en justo homenaje, la reconstrucción de los humildes y austeros ranchos que la conformaban.
Este privilegiado lugar histórico, que evoca una gesta tan inmensa como desconocida, todavía impacta a los visitantes e invita al silencio de la oración y el recogimiento. Alguno de ellos habrá creído escuchar en voces lejanas los principios de la Doctrina Cristiana que en coro de Indios y Jesuitas repetían: “Santa Cruz Niguelmen”. O lo que en Castellano significa: “Por la Señal de la Santa Cruz”.
Difícil es entender hoy, desde nuestra perspectiva moderna, la heroicidad de estos hombres que, sin otro interés que la mayor Gloria de Dios, se internaban en regiones ignotas desafiando toda clase de peligros y acechanzas solo con la Cruz por delante.
Bajo el benéfico influjo del testimonio ejemplar de los Padres Jesuitas, y a casi 267 años de la fundación de la Reducción del Pilar, la “Misión” continúa...
Alberto E. Flügel
Especial para el Centro Pieper
Mayo del 2013
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