jueves, 15 de diciembre de 2022

El Bautismo de Aristóteles (por Santo Tomás de Aquino) - Ernesto Alonso

El Bautismo de Aristóteles (por Santo Tomás de Aquino) 
Ernesto Alonso


El pasado 13 de noviembre celebramos a Santo Tomás como patrono de todas las instituciones católicas de enseñanza. En este artículo, especial para el Blog del Centro Pieper, el Dr. Alonso pone de manifiesto “el arte de trabar felizmente fe y razón, las dos alas con las que el hombre se eleva a la Verdad”.


[CP] ¡Loca fantasía! ¿De qué estamos hablando? De una imaginación exaltada que acaso soñase si el filósofo griego se hubiese hecho cristiano. De si era conveniente o de necesidad. ¡Ah, los argumentos de conveniencia y de necesidad cuya trama tan diestramente dominaba el Doctor Angélico!

Ha de suponerse que Santo Tomás admiraba al Estagirita. Y consta que fray Tomás de Aquino denominaba “el Filósofo” a Aristóteles; él, tan poco afecto a exagerados desbordes del afecto. Tomás, por cierto, no es un “aristotélico”. Tomás es mucho más que el pensamiento del eminente griego, aunque, en palabras de Josef Pieper “Aristóteles no es un autor cualquiera que tiene algo notable que decir. Aristóteles es aquella energía de pensamiento que actúa elementalmente como un fenómeno de la Naturaleza, en cuyo campo de radiación perecen aclararse como por sí mismas las cuestiones fundamentales”. 
     
Y John H. Newman, citado por Pieper, asevera que “él (Aristóteles) nos ha dicho, antes de que hubiésemos nacido, lo que significaban nuestras propias palabras e ideas. En muchas cosas ´pensar rectamente´ quiere decir tanto como ´pensar como Aristóteles´”. 
     
De la fervorosa estimación, al buen deseo de la salvación de aquel hombre admirable, no mediarían sino pocos pasos. Y Tomás habrá rezado por la salvación eterna del máximo representante de la buena filosofía antigua. 

Muy bien saben los discípulos y estudiosos del Aquinate que la obra de fray Tomás consistió en la armoniosa unión de fe y razón, desplegada generosamente en la cantidad ingente de Partes, Cuestiones, artículos que abordó en su enseñanza y predicación. De allí que “sin Tomás, Aristóteles estaría mudo”. 
     
Me han llamado la atención algunos detalles que muestran el modo con el que Santo Tomás trata a Aristóteles en cuantiosos pasajes de la Suma Contra Gentiles, obra escrita por nuestro fraile por encargo de su hermano de religión Raimundo de Peñafort para disputar con los infieles. La Contra Gentiles es un “ensayo de reflexión personal” de Tomás pues revela el oficio principal de su vida, a saber, que “todas mis palabras y todos mis sentimientos hablen de él” (Dios), exponiendo las verdades profesadas por la fe católica y rechazando los errores contrarios.   
     
Y bien, me encuentro con una manera de articular el lenguaje de Aristóteles con el de la Revelación bíblica que me ha parecido curiosa, también simpática con una buena dosis de inocencia. Como si de un niño se tratara queriendo ensamblar dos juguetes que poco parecen articulan entre sí. No estoy proponiendo un descubrimiento novedoso; solo son pormenores que evidencian el modo de enunciar que propone Santo Tomás. Quiero ir derechamente a dos textos de la Suma contra Gentes en los que estoy pensando.
     
El capítulo I, del libro I, en el que Tomás describe el oficio del sabio citando el libro de los Proverbios, “mi boca dice la verdad, y mis labios aborrecerán lo inicuo”, inicia precisamente con una cita del Filósofo sobre el sentido del nombre “sabio”, y es el de aquellos que “ordenan directamente las cosas y las gobiernan bien”. Y “sapientis est ordinare”, no es sino un feliz aforismo con el que Santo Tomás recoge la precisa definición escrita en la Metafísica del maestro de filosofía. Avancemos un poco más. 
     
En ese mismo capítulo, razonando Tomás sobre la verdad como bien del entendimiento, último fin del universo, y declarando que la sabiduría ha de tener como deber principal su estudio, afirma que “la Sabiduría divina encarnada declara que vino al mundo para manifestar la verdad: ´Yo para esto he nacido y he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad´”, citando el pasaje de Juan 18, 37. 

Tomás es un teólogo y nunca desatiende su oficio. Ergo, por más razones filosóficas que utilice, no pierde la ocasión de argumentar con la Verdad Suprema. Pero lo maravilloso para mí, ignorante de tantas sutilezas y finezas, es que tampoco desperdicia oportunidad para “meter de prepo” a Aristóteles detrás de los Apóstoles y hacer lo posible para que su doctrina refrende la Palabra de Dios, si cabe decirlo con alguna exageración. 

Tan pronto como Tomás nos ha hecho subir al pináculo de la Sabiduría Encarnada, aparece el Filósofo; mejor dicho, Tomás lo hace entrar en escena, como para mostrar las buenas credenciales del griego.  
 
Leyendo las palabras con las que Cristo responde a Pilato no podemos no rememorar las horas dramáticas de la Pasión, las acusaciones que pesan sobre Él y la tan honda y valerosa declaración sobre la verdad que sus labios profieren. Sabiendo, además, que luego vendría aquella desesperada pregunta de Pilato, “¿Qué es la verdad?”, y con pena admitiendo también que no aguardará la respuesta. Con esos sentimientos estamos contemplando ese pasaje y las palabras que Tomás cita de Juan. 
     
Súbitamente, empero, cambia el registro y nos encontramos en un aula de la Universidad de París, al parecer en una clase de Metafísica, con Tomás introduciendo a Aristóteles en medio de Cristo y de su interlocutor Pilato. Estábamos desgarrados figurándonos la Pasión en aquellas expresiones de Cristo, cuando de repente Tomás inmiscuye al peripatético que nos arroja otra de sus definiciones “racionalistas”. “Y el Filósofo precisa que la primera filosofía es ´la ciencia de la verdad´, y no de cualquier verdad, sino de aquella que es origen de toda verdad, y que pertenece al primer principio del ser de todas las cosas”. 
     
Daría la impresión de que Tomás hace un esfuerzo señalado, fascinante y hasta un poco risueño para no “despegar” la Verdad revelada del esclarecido entendimiento de Aristóteles, que vaya si ha llegado a notables alturas, confirmando con sus penetrantes descubrimientos la Verdad de la Sabiduría Increada. El “testimonio de la verdad”, que afirma el Redentor siendo El mismo la Verdad y entregando su Vida, es “la ciencia de la verdad”, refrendada por la autoridad racional de un hombre que Tomás llama, reverentemente, el Filósofo. Y que no imaginaría nunca, ni sabría, que algún día un Hombre-Dios declararía una sentencia que muy probablemente el griego hubiese entendido. Y aceptado. ¿Por eso soñé, tal vez, que fray Tomás hubiera “bautizado” al filósofo de Estagira? 
     
Hay más. Mucho más de estos deslices del filósofo de Estagira por obra y gracia de Tomás. La bondad de Tomás, su convicción y su amor por la verdad única y completa, su obra de integración de la Fe revelada con la excelencia del entendimiento humano capaz de alcanzar la verdad, lo mueven a poner en continuo diálogo al pagano con los profetas del Antiguo Testamento, con los apóstoles discípulos del Cristo y con el mismo Jesucristo también. Estoy seguro de que esta modestísima consideración carece de todo propósito académico; apenas se trata de una sencilla observación pues me ha llenado de sorpresa ver esas “operaciones discursivas” que el Aquinate lleva adelante con Aristóteles. 
     
Tengo a mano otro pasaje de la Contra Gentiles, con el que concluyo. En esta ocasión se trata del Libro III, dedicado al análisis de la finalidad y de la agencia con vistas a un fin. Escribe Tomás, rematando el capítulo 26, que “el fin último del hombre y de toda sustancia intelectual se llama ´felicidad´ o ´bienaventuranza´; pues esto es lo que desea como fin último toda sustancia intelectual, y lo desea de por sí. En consecuencia, la bienaventuranza y felicidad última de cualquier sustancia intelectual es el conocer a Dios”.  
     
Conviene retener que este laborioso capítulo 26 está dedicado a examinar si el entender a Dios es el fin de toda sustancia intelectual y Tomás declara, de entrada, la verdad del asunto afirmando que “las criaturas intelectuales lo alcanzan de un modo especial, es decir, entendiendo con su propia operación a Dios. Por ello es preciso que esto sea el fin de la criatura intelectual, o sea, el entender a Dios”. 
     
Completando el artículo, como es costumbre en la Contra Gentiles, Tomás aporta el argumento de la Escritura. Y expresa: “por este motivo dice San Mateo: ´Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios´. Y San Juan: ´Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, verdadero Dios´”. 
     
Tomás nos ha puesto en la cima de la contemplación cristiana, junto al águila de Patmos que ve desde lo alto. Pero ahí nomás, cerquita y sin que se le escape, aparece, de nuevo, el Filósofo. Y agrega Tomás, después de habernos dejado con San Juan. “La opinión de Aristóteles está de acuerdo con esta sentencia, pues en el último libro de su Ética dice que la felicidad última del hombre es ´especulativa´, concretamente, la que tiene como objeto de contemplación el óptimo” (en latín, “esse speculativam, quantum ad speculationem optimi speculabilis”).
     
¿Acaso fue testigo Tomás de algún acuerdo entre Aristóteles y Juan apóstol? ¡No, pero qué admirables son estas sabrosas filigranas con las que Tomás anuda lo más granado del pensamiento clásico con la más gloriosa sabiduría cristiana! ¡Si este no es el arte de trabar felizmente fe y razón, las dos alas con las que el hombre se eleva a la Verdad, entonces que se diga dónde está! 





2 comentarios:

  1. Gracias por el artículo muy interesante. Y hoy en día tanta falta hace en el ambiente filosófico posmoderno algo como lo que expresa esta frase que me quedó resonando. <<"Y el Filósofo precisa que la primera filosofía es ´la ciencia de la verdad´, y no de cualquier verdad, sino de aquella que es origen de toda verdad, y que pertenece al primer principio del ser de todas las cosas">> saludos. 🙋🏽‍♀️🇲🇽

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  2. Excelente, amigo Ernesto. Este trabajo especulativo tuyo lo considero de los mejores que he meditado sobre el tema. Un abrazo en Cristo y María, Sede de la Sabiduría.

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