jueves, 6 de noviembre de 2025

¿Quién como la Virgen? [Quis ut Virgo?] - Roberto de Mattei

 
¿Quién como la Virgen?
[Quis ut Virgo?]
Roberto de Mattei
    
    
[Corrispondenza Romana / Centro Pieper] El 16 de octubre de 1793 tuvo lugar quizá el crimen más repugnante de la Revolución Francesa: la ejecución de la reina María Antonieta de Francia, tras un juicio farsa ante el Tribunal Revolucionario. Plinio Correa de Oliveira escribió sobre María Antonieta: “Hay ciertas almas que solo se engrandecen cuando las azotan las ráfagas del infortunio. María Antonieta, inútil como princesa e imperdonablemente frívola en su vida como reina, frente al torbellino de sangre y miseria que se apoderó de Francia, se transformó de manera sorprendente; y el historiador observa, con respeto, que de la reina nació una mártir y de la muñeca una heroína”.
    
El 21 de enero, el rey Luis XVI de Francia fue guillotinado. El papa Pío VI, en su discurso Quare lacrymae, del 17 de junio de 1793, reconoció el sacrificio del soberano como “una muerte decidida por odio a la religión católica”, atribuyéndole “la gloria del martirio”. Podríamos decir que la misma gloria recayó sobre María Antonieta, culpable únicamente de haber representado -con su sola presencia- el principio de la realeza cristiana frente al odio de la Revolución.
    
El escritor británico Edmund Burke (1729-1797), en uno de los pasajes más bellos de sus Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1791), escribe: “Han transcurrido dieciséis o diecisiete años desde que vi por primera vez a la reina de Francia, entonces Delfina, en Versalles, y ciertamente jamás vi una visión más hermosa sobre la tierra, que ella parecía apenas rozar. La vi alzarse sobre el horizonte, adornando y alegrando aquella elevada esfera en la que acababa de comenzar a moverse, brillante como el lucero del alba, llena de vida, esplendor y alegría. ¡Oh, qué revolución! ¡Y qué corazón debo tener para contemplar aquella ascensión y aquella caída sin emoción! […] Jamás imaginé vivir para ver semejante desastre sobre ella en una nación de hombres tan valientes, en una nación de hombres de honor y caballerosidad. En mi imaginación, vi diez mil espadas desenvainadas de repente para vengar incluso una mirada que la amenazara con el insulto. Pero la era de la caballerosidad ha terminado. Ha llegado la de los sofistas, economistas y contables; y la gloria de Europa yace extinguida para siempre” (Reflexiones sobre la Revolución en Francia, traducción italiana, Ideazione, Roma 1998, pp. 98-99).
    
Hoy, dos siglos después, las palabras del escritor británico vienen a la mente ante un acontecimiento mucho más serio. El 4 de noviembre de 2025, en el Generalato Jesuita ha sido presentada Mater populi fidelis, una nota doctrinal del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, del que el cardenal Víctor Manuel Fernández es Prefecto. 
    
El documento contiene ochenta párrafos, dedicados a la “correcta comprensión de los títulos marianos”, que tienen como objetivo aclarar “en qué sentido ciertas expresiones que se refieren a la Virgen María son aceptables o no”, situándola “en la correcta relación con Cristo, único Mediador y Redentor”.
    
Con profunda tristeza hemos leído este texto que, detrás de tono melifluo, oculta un contenido venenoso. En una hora histórica de confusión, cuando todas las esperanzas de las almas fervorosas se dirigen a la Santísima Virgen María, el Dicasterio para la Fe pretende despojarla de los títulos de Corredentora y Mediadora universal de todas las gracias, reduciéndola a una mujer como cualquier otra: “madre de los fieles”, “madre de los creyentes”, “madre de Jesús”, “compañera de la Iglesia”, como si la Madre de Dios pudiera ser confinada a una categoría humana, despojándola de su misterio sobrenatural. Resulta difícil no ver en estas páginas la culminación de la deriva mariológica posconciliar que, en nombre del “justo medio”, ha optado por un minimalismo que degrada la figura de la Santísima Virgen María.
    
María Antonieta representaba la realeza terrenal, un reflejo de lo divino, pero frágil como todo lo humano: su trono se derrumbó bajo la furia de la Revolución. María Santísima, en cambio, es la Reina universal, no por derecho humano, sino por gracia divina. Su trono no está en un palacio, sino en el corazón de Dios. “El Altísimo, dice San Luis María Grignion de Montfort, descendió perfecta y divinamente a nosotros por medio de la humilde María, sin perder nada de su divinidad y santidad. Y es por medio de María que los más pequeños deben ascender perfecta y divinamente al Altísimo, sin temer nada” (Verdadera Devoción a María, n. 157).
    
Los hombres pueden intentar “decapitarla”, reduciéndola a una simple mujer, pero María sigue siendo Madre de Dios, Inmaculada, siempre Virgen, Asunta al Cielo, Reina del Cielo y de la tierra, Corredentora y Mediadora universal de todas las gracias, porque, como explica San Bernardino de Siena: “Toda gracia que se da a los hombres procede de una triple causa ordenada: de Dios pasa a Cristo, de Cristo pasa a la Virgen, de la Virgen nos es dada a nosotros” (Sermo VI In festivitate Beatae Mariae Virginis, a. 1, c. 2). 
    
Por esta razón, según San Agustín, citado por San Alfonso María de Ligorio, todo lo que decimos en alabanza de María siempre es poco comparado con lo que merece por su sublime dignidad como Madre de Dios (Las Glorias de María, vol. I, Redentoristi, Roma 1936, p. 162).  
    
Edmund Burke lamentaba que no hubiera diez mil espadas listas para defender a la Reina María Antonieta, “contra una sola mirada que la amenazara con el insulto”. Estamos convencidos de que hoy existe en el mundo un puñado de sacerdotes y laicos, de espíritu noble y valiente, dispuestos a empuñar la espada de doble filo de la Verdad para proclamar todos los privilegios de María y clamar, a los pies de su trono: ¿Quién como la Virgen?
    
Sobre ellos descenderán las gracias necesarias para su lucha en estos tiempos turbulentos. Y quizá, como siempre sucede en la historia cuando se intenta oscurecer la luz, el documento del Dicasterio de la Fe, que busca minimizar a la Santísima Virgen María, confirme involuntariamente su inmensa grandeza. 
    
    
    
[Traducción del Italiano al Español realizada por el Centro Pieper]





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