viernes, 2 de septiembre de 2022

San Justino [03] - Benedicto XVI

San Justino
[Padres de la Iglesia 03]
Benedicto XVI


Audiencia General correspondiente al miércoles 21 de Marzo de 2007, continuando así su Ciclo de Catequesis sobre los Padres de la Iglesia.


[CP] En estas catequesis estamos reflexionando sobre las grandes figuras de la Iglesia primitiva. Hoy hablamos de san Justino, filósofo y mártir, el más importante de los Padres apologistas del siglo II. Con la palabra “apologista” se designa a los antiguos escritores cristianos que se proponían defender la nueva religión de las graves acusaciones de los paganos y de los judíos, y difundir la doctrina cristiana de una manera adecuada a la cultura de su tiempo. Así, los apologistas buscan dos finalidades: una, estrictamente apologética, o sea, defender el cristianismo naciente (apologhía, en griego, significa precisamente “defensa”); y otra, “misionera”, o sea, proponer, exponer los contenidos de la fe con un lenguaje y con categorías de pensamiento comprensibles para los contemporáneos.

San Justino nació, alrededor del año 100, en la antigua Siquem, en Samaría, en Tierra Santa; durante mucho tiempo buscó la verdad, peregrinando por las diferentes escuelas de la tradición filosófica griega. Por último, como él mismo cuenta en los primeros capítulos de su Diálogo con Trifón, un misterioso personaje, un anciano con el que se encontró en la playa del mar, primero lo confundió, demostrándole la incapacidad del hombre para satisfacer únicamente con sus fuerzas la aspiración a lo divino. Después, le explicó que tenía que acudir a los antiguos profetas para encontrar el camino de Dios y la “verdadera filosofía”. Al despedirse, el anciano lo exhortó a la oración, para que se le abrieran las puertas de la luz.

Este relato constituye el episodio crucial de la vida de san Justino: al final de un largo camino filosófico de búsqueda de la verdad, llegó a la fe cristiana. Fundó una escuela en Roma, donde iniciaba gratuitamente a los alumnos en la nueva religión, que consideraba como la verdadera filosofía, pues en ella había encontrado la verdad y, por tanto, el arte de vivir de manera recta. Por este motivo fue denunciado y decapitado en torno al año 165, en el reinado de Marco Aurelio, el emperador filósofo a quien san Justino había dirigido una de sus Apologías.

Las dos Apologías y el Diálogo con el judío Trifón son las únicas obras que nos quedan de él. En ellas, san Justino quiere ilustrar ante todo el proyecto divino de la creación y de la salvación que se realiza en Jesucristo, el Logos, es decir, el Verbo eterno, la Razón eterna, la Razón creadora. Todo hombre, como criatura racional, participa del Logos, lleva en sí una “semilla” y puede vislumbrar la verdad. Así, el mismo Logos, que se reveló como figura profética a los judíos en la Ley antigua, también se manifestó parcialmente, como en “semillas de verdad”, en la filosofía griega. Ahora, concluye san Justino, dado que el cristianismo es la manifestación histórica y personal del Logos en su totalidad, “todo lo bello que ha sido expresado por cualquier persona, nos pertenece a nosotros, los cristianos” (2 Apol. XIII, 4). De este modo, san Justino, aunque critica las contradicciones de la filosofía griega, orienta con decisión hacia el Logos cualquier verdad filosófica, motivando desde el punto de vista racional la singular “pretensión” de verdad y de universalidad de la religión cristiana.

Si el Antiguo Testamento tiende hacia Cristo del mismo modo que una figura se orienta hacia la realidad que significa, también la filosofía griega tiende a Cristo y al Evangelio, como la parte tiende a unirse con el todo. Y dice que estas dos realidades, el Antiguo Testamento y la filosofía griega, son los dos caminos que llevan a Cristo, al Logos. Por este motivo la filosofía griega no puede oponerse a la verdad evangélica, y los cristianos pueden recurrir a ella con confianza, como si se tratara de un bien propio. Por eso, mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II definió a san Justino “un pionero del encuentro positivo con el pensamiento filosófico, aunque bajo el signo de un cauto discernimiento”:  pues san Justino, “conservando después de la conversión una gran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y claridad que en el cristianismo había encontrado «la única filosofía segura y provechosa» (Diálogo con Trifón VIII, 1)” (Fides et ratio, 38).

En conjunto, la figura y la obra de san Justino marcan la decidida opción de la Iglesia antigua por la filosofía, por la razón, más bien que por la religión de los paganos. De hecho, los primeros cristianos no quisieron aceptar nada de la religión pagana. La consideraban idolatría, hasta el punto de que por eso fueron acusados de “impiedad” y de “ateísmo”. En particular, san Justino, especialmente en su primera Apología, hizo una crítica implacable de la religión pagana y de sus mitos, que consideraba como “desviaciones” diabólicas en el camino de la verdad.

Sin embargo, la filosofía constituyó el área privilegiada del encuentro entre paganismo, judaísmo y cristianismo, precisamente en el ámbito de la crítica a la religión pagana y a sus falsos mitos. “Nuestra filosofía”: así, de un modo muy explícito, llegó a definir la nueva religión otro apologista contemporáneo de san Justino, el Obispo Melitón de Sardes (Historia Eclesiástica, IV, 26, 7).

De hecho, la religión pagana no seguía los caminos del Logos, sino que se empeñaba en seguir los del mito, a pesar de que este, según la filosofía griega, carecía de consistencia en la verdad. Por eso, el ocaso de la religión pagana resultaba inevitable: era la consecuencia lógica del alejamiento de la religión de la verdad del ser, al reducirse a un conjunto artificial de ceremonias, convenciones y costumbres.

San Justino, y con él los demás apologistas, firmaron la clara toma de posición de la fe cristiana por el Dios de los filósofos contra los falsos dioses de la religión pagana. Era la opción por la verdad del ser contra el mito de la costumbre. Algunas décadas  después  de san Justino, Tertuliano definió esa misma opción de los cristianos con una sentencia lapidaria que sigue siendo  siempre  válida: “Dominus noster Christus veritatem se,  non consuetudinem, cognominavit”, “Cristo afirmó que era la verdad, no la costumbre” (De virgin. vel., I, 1).

A este respecto, conviene observar que el término consuetudo, que utiliza Tertuliano para referirse a la religión pagana, en los idiomas modernos se puede traducir con las expresiones “moda cultural”, “moda del momento”.

En una época como la nuestra, caracterizada por el relativismo en el debate sobre los valores y sobre la religión –así como en el diálogo interreligioso–, esta es una lección que no hay que olvidar. Con esta finalidad –y así concluyo– os vuelvo a citar las últimas palabras del misterioso anciano, con quien se encontró el filósofo Justino a la orilla del mar: “Tú reza ante todo para que se te abran las puertas de la luz, pues nadie puede ver ni comprender, si Dios y su Cristo no le conceden comprender” (Diálogo con Trifón VII, 3). 








8 comentarios:

  1. Naturaleza humana y divina y persona
    En Dios vemos que existe una sola naturaleza divina y hay tres Personas divinas y en el hombre hay una naturaleza humana y una persona humana.
    Sin caer en el personalismo de Maritain nos parece que la distinción entre naturaleza y persona es importante, es la distinción que se refiere a distintas preguntas, una es la pregunta ¿qué es el hombre? Y otra es la pregunta: ¿quién es ese hombre?
    Una es la pregunta sobre ¿Cuál es la naturaleza de Dios? y otra es la pregunta sobre ¿Quién es Dios?
    ¿Qué es el hombre?
    Responde a la pregunta sobre la naturaleza humana y, entonces, podemos decir que el hombre es un animal racional o un animal político.
    ¿Quién es el hombre?
    Nos refiere a la persona humana individual y esto es importante porque si bien la Creación no aporta más ser al Ser de Dios sino más seres es importante porque lo más importante de estos seres que Dios crea es que muchos de ellos son personas.
    La persona humana es la cumbre de toda la Creación hilemórfica con su coronamiento en Cristo que es el hombre.
    Cristo es el hombre porque muestra todo lo que el hombre puede llegar a ser por naturaleza y gracia y es perfecto hombre y Dios.
    Por ello Cristo siendo un quién, el Hijo, segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnado es, también, el que nos revela qué es el hombre en su naturaleza humana y a qué fue llamado.

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  2. La multiplicación de personas que tiene su origen en la Creación nos muestra que Dios se interesa en crear personas en los ángeles difieren unos de otros en su esencia pero, también, en el hombre que compartiendo una misma naturaleza humana difieren en su personalidad.
    De allí que aunque la distinción entre las Personas divinas de la Santísima Trinidad sea una distinción de relación según Santo Tomás de Aquino sería no comprender Quién es Dios si no se reconociera la importancia que en Dios tiene esa santísima Trinidad y la importancia que tiene para nosotros en cuanto a la posibilidad de conocer no sólo qué es Dios sino Quién es y para entrar en una relación personal con Dios para lo cual debemos conocer quién es Él.
    No es suficiente saber que es el Ser en la noción que Dios da a los hombres y que es su mismo nombre: Yo soy Él que soy, es necesario entrar en relación personal con Dios y, para ello, hay que conocer a la Santísima Trinidad.
    Pero sin conocer a Cristo que nos muestra al hombre y a Dios no podemos llegar a conocerlo, nuestra relación no será personal con Dios y si no es personal no podremos participar de su vida divina y no podemos ser salvados.
    Quién no conoce al Hijo no puede conocer al Padre que lo ha enviado.
    Pero esta relación personal se daba incluso en el Antiguo Testamento en Abraham, Moises y los profetas y David en el Salmo 101 dice: “El Señor dice a mi Señor”.
    Por ello, cuando Dios creó a los ángeles los creo buenos, le dio una buena naturaleza angélica.
    La naturaleza humana sin el pecado de Adán, también, es buena.
    Es decir, que ni los ángeles ni los hombres pueden culpar a Dios de sus pecados.
    ¿De dónde ha salido el pecado si no estaba en la naturaleza?
    Ha sido una decisión personal y allí es importante separar la persona humana de la naturaleza humana, la persona angélica de la naturaleza angélica.
    Como podemos darnos cuenta es imposible odiar a Dios si se lo conoce salvo que uno quiera ser Dios y ocupar el lugar de Dios, es decir, está en el libre albedrío la posibilidad de amarse a sí mismo más que a Dios pero ello es necedad y mentira ya que para que ello fuera posible la persona creada debe rechazar su naturaleza creatural y aspirar a la naturaleza divina por su propia acción.

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  3. De allí que el querer ser como dioses es el pecado de los primeros padres y es también el pecado del demonio, amarse a sí mismo hasta el odio a Dios, odio que termina manifestándose en el deicidio de Jesucristo que Éste transforma en sacrificio de salvación para muchos.
    En la persona se da una decisión de no aceptar su condición de creatura y de no aceptar un Creador, la muerte de Dios y la muerte del hombre y la búsqueda de ser como dioses o el transhumanismo supone un rechazo de la naturaleza humana y divina, un rechazo de todo orden en la Creación y la búsqueda de la creación de un nuevo orden mundial, corregirle la plana a Dios como dijo Castellani.
    Pero de Satanás se dice que es asesino por naturaleza, es cierto, Satanás en el instante de ser creado como persona angélica su primer acto fue de amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios y en ese acto como persona angélica adquirió la naturaleza de un asesino y de un deicida, no se trató de una mácula o pecado como en el hombre sino de una decisión total en la que comprometió toda su naturaleza angélica porque en los ángeles la esencia es simple aunque existe una diferencia entre esencia y existencia que no se da en Dios.
    No hubo duda en Satanás sino una comprensión “total” de lo que estaba haciendo pero ese “total” no significa que conociera a Dios en todo lo que es su Ser.
    Total es sin titubeos, sin dudas y sin arrepentimientos y asumiendo todas las posibles consecuencias.
    En la naturaleza caída el hombre transmite este pecado de los primeros padres que realizaron el pecado original en comunidad pero no de fe con sus descendientes, es decir, fue un acto dirigido al deicidio de Jesucristo, lo consintieron, consintieron la guerra con Dios y darle muerte pero no fue una decisión sin dudas y sin un tentador y conociendo todas las consecuencias. No hubo un sincero arrepentimiento sino que se culparon unos a otros.
    Porque si sólo hay un Dios querer ser como dioses sin apelar a Dios es una rebelión y una inversión en la que se consiente la posibilidad del enfrentamiento con Dios y la guerra contra Dios y el deicidio.
    El hombre por el pecado original originante nace con una naturaleza manchada y caída, es decir, nace en pecado y en enemistad con Dios, esa enemistad con Dios, Adán y Eva la transmitieron a sus descendientes, no se trata de una naturaleza corrupta porque pueden realizar algunos actos buenos pero no siempre ni de forma perfecta y no pueden salvarse por sí mismos y sin el auxilio de la gracia, es decir, necesitan reconciliarse con Dios y recibir de Dios el organismo sobrenatural de la gracia para poder ser salvos.

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  4. Pero es evidente que el hombre además de ser y de tener una naturaleza es persona, es cierto que ser persona surge de su naturaleza humana y la naturaleza humana supone la persona pero si bien la naturaleza humana es algo dado, la persona es lo que el hombre hace con su naturaleza humana en relación con Dios y el prójimo.
    Es la persona la que peca y no la naturaleza humana, es la persona al ser por sí, al tomar libres decisiones la que peca, hace el bien o realiza acciones meritorias que son tres tipos de acciones humanas diferentes, el pecado son acciones moralmente malas, las acciones buenas lo son vistas desde la moral y desde el punto de vista natural pero lo meritorio supone la gracia y supone la ordenación del hombre a Dios por medio del organismo sobrenatural de la gracia y, también, por medio de sus propia naturaleza ya que la gracia no destruye la naturaleza sino que la eleva.
    Así como naturaleza y cultura se diferencian, también, cabe y es necesario hacer una diferencia entre naturaleza humana y persona.
    La persona es lo que el hombre hace de sí y aquí parecería abrírsele una posibilidad infinita al hombre pero no es correcta esta visión, muy por el contrario, la persona se construye a si misma desde una naturaleza humana, se construye en sociedad y se construye con o contra Dios.
    Como diría San Francisco “ama y haz lo que quieras” pero ese amor al que se refería el santo era una virtud teologal por lo que suponía amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.
    Y, entonces, “ama y haz lo que quieras” es ilimitado en el amor y en la actividad porque amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo es un mandamiento que reúne a todos los mandamientos de Dios y los resume y de allí su gran libertad, una vez cumplido este mandamiento el hombre puede hacer lo que quiere en el sentido de que el amor le abre infinidad de posibilidades de realizarse como persona.

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  5. Las tres Personas divinas no pueden ser ignoradas, no se puede conocer a Dios sin conocerlo como Santísima Trinidad y en sus Personas, no se trata de sólo de relaciones salvo que se tenga presente que no se puede establecer una relación personal con Dios si no se lo conoce en su personalidad y si no se dirige uno a sus Personas divinas.
    El conocer la naturaleza divina de Dios como no creada, necesaria, Causa Primera, motor inmóvil, etc. no nos dice quién es Dios y no nos abre una puerta para una relación personal con Él muy por el contrario, la afirmación de Aristóteles no le impide a Aristóteles negar la inmortalidad del alma y el Motor Inmovil no es para Aristóteles un Quién, una Persona divina y mucho menos una comunidad de Personas divinas.
    La naturaleza divina exige tres Personas divinas porque si Dios es el Ser es, también, el Amor y este Amor no podemos conocerlo si no se nos manifiesta de otra forma distinta a como su Ser puede ser conocido por los seres creados.
    El Amor de Dios y su personalidad amorosa de ser Padre, Hijo y Espíritu Santo no la podemos llegar a conocer más que por revelación divina y por la revelación según su economía en la plenitud de los tiempos por medio de su Hijo que se anonadó y aceptó el sacrificio en la Cruz para la salvación de muchos y, luego, envió ese Amor entre el Padre y el Hijo a su Iglesia para que el católico se diferenciara por el amor.

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  6. Al hombre como persona y, por su libre albedrío, Dios lo trata con magna reverencia y quiere que colabore en la obra de Salvación y lo invita a participar de su vida por la visión beatífica pero, para ello, el hombre tiene en esta vida que tomar decisiones y ubicarse en una de las dos ciudades de San Agustín si se ubica en la ciudad de Dios se salva pero si trabaja para la ciudad de Satanás se condena.
    El hombre puede desarrollar su personalidad adquiriendo una segunda naturaleza de la gracia y, para ello, debe trabajar las virtudes naturales, sobrenaturales y dejar actuar a los dones del Espíritu Santo pero también puede destruir su personalidad adquiriendo una segunda naturaleza del pecado y puede caer en graves vicios y en condiciones bestiales y satánicas.
    Como dijo San Agustín las dos ciudades están presentes en el hombre y en histórica lucha, la ciudad de Dios dentro del hombre lucha por su salvación y la ciudad de Satanás lucha en el hombre por su condenación y, muchas veces, los hombres caen en pecados mortales y trabajan para la ciudad de Satanás haciendo el mal que no quieren y no haciendo el bien que quieren o haciendo el mal que quieren cuando se han bestializado.
    Y es que los vicios nos hacen querer el mal y nos vuelven connatural el mal por esa segunda naturaleza del pecado que orienta al hombre no hacia Dios, el Bien y el verdadero Fin sino hacia las creaturas, o sea, hacia lo que no es Dios y no es un verdadero Bien y Fin Último sino ídolos.
    Es la persona la que peca y no la naturaleza humana pero la persona al pecar y al adquirir un vicio adquiere una segunda naturaleza del pecado que le facilita el pecado de manera que el injusto no es libre de obrar con justicia, hace incluso el mal cuando no quiere hacerlo.
    Ahora, la naturaleza humana caída necesariamente llevaba al hombre al deicidio de Cristo, el pecado original originante no podía derivar en otra cosa que en el pecado original consumado y ello porque era necesario que una nueva Eva pisara la cabeza de la serpiente y el nuevo Adán creara hombres celestiales por medio de la Iglesia.
    No era necesario que Adán y Eva pecaran pero en la condición de pecado la humanidad se dirigía en masa y en comunidad al deicidio de Cristo que Cristo transformaría en sacrificio para la salvación de muchos.

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  7. El hombre sin la Iglesia y sin la gracia de Cristo no podía hacer acciones meritorias frente a Dios, podía hacer acciones buenas pero no meritorias.
    ¿Qué son las acciones meritorias? Aquellas en las que no participa sólo el hombre sino que participa Dios por medio de la gracia, o mejor dicho, el hombre colabora en la obra de Salvación.
    El hombre caído no podía levantarse hasta el Cielo, si lo hacía construía una Babel terrenal, intentaba construir un paraíso terrenal, y volvía a cometer el pecado de los primeros hombres, la pretención de ser como dioses, el tomar el Cielo por ataque y en rebelión y no esperar la venida del Salvador para que Él le diera la verdadera Vida, la participación en la vida divina.
    Ahora, no son los discípulos superiores al Maestro, no es la Iglesia como Creatura divinizada superior a Cristo.
    Si el Maestro debía padecer lo que padeció sin conseguir la conversión de los suyos, los discípulos serían perseguidos y la Iglesia tarde o temprano sería destruida si Dios no hubiera hecho esa promesa que las puertas del infierno no prevalecerían sobre Ella y si Dios no acortara los tiempos finales para que los elegidos se salven porque sino ninguno de ellos se salvaría.
    La Iglesia no puede tampoco crear el paraíso terrenal, pudo inculturar de Cristo toda una época y toda una civilización y se formó una cultura y civilización cristiana. Había que predicar el Evangelio entre todas las gentes pero eso no significaba que todas las gentes se convirtieran.
    La Iglesia debía anonadarse al final y ello no tanto por defecto de su naturaleza santa sino por defecto de las personas que la forman porque muchos son los llamados a la santidad y pocos los elegidos, esto es Dios da la posibilidad a todas las personas de que se santifiquen pero eso no significa que todas se santifiquen y de las que no se santifiquen que son la gran mayoría entre los que nos encontramos está formada la Iglesia por muchos católicos iniciados.
    ¿Qué es un católico iniciado?
    Desde el punto de vista de la mística alguien que se encuentra en una situación bastante cercana al hombre caído, no es el hombre caído porque ha sido bautizado pero no ha desarrollado en gran medida su organismo sobrenatural de la gracia que está en germen muchas veces y comete muchos pecados veniales y puede cometer pecados mortales.
    El hombre sin el auxilio de la gracia no puede permanecer en la virtud sin cometer pecados morales.
    Ser católico iniciado es casi tentar a Dios, no quiero ser santo todavía, déjame pecar un poco más.

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  8. Está entre los llamados pero no quiere ir y es remiso a ir, tiene cierta pereza en las cosas de Dios, cierto aburrimiento pronto a convertirse en acedia.
    Es decir, de la pereza pasar a la indiferencia y al odio gradualmente seducido por los espíritus inmundos el aire.
    Ahora que la Iglesia sea vencida en el Apocalipsis y reducida a un pequeño rebañito a una Iglesia del silencio luego de una apostasía general, un gran Misterio de Iniquidad y que la Abominación de la desolación entre al lugar santo no está dado por las leyes de la naturaleza humana sino por las leyes del pecado y de la gracia si puede hablarse de leyes del pecado es porque el pecado pone en movimiento ciertas leyes que como decía Sócrates se muestran en las almas de los hombres como cicatrices de latigazos, el alma sin Dios es un alma oscura, en la profundidad del alma el hombre o descubre a Dios o descubre a su propia oscuridad y la nada.
    Los hijos de la oscuridad son más astutos que los hijos de la luz.
    Durante doscientos años han trabajado estos hijos de la oscuridad para establecer un nuevo orden mundial, un orden masónico y cabalístico de una cábala satánica porque hay muchas cábalas panteísta, atea, judía, cristiana, etc., la verdadera es la satánica.
    El nuevo orden no es diferente a aquella Babel que una vez fue, ahora no es y que será por poco tiempo. No es un orden diferente al de los grandes imperios que Daniel llamó Bestias, siete Bestias y una octava que será por poco tiempo y por ello San Juan Apocaleta la llama Bestia del Mar y de la nueva religión mundial cabalística y masónica en la cabeza, o con dos cabezas la llama Bestia de la Tierra y el mar es el terreno de la política y la tierra de la religión según los santos Padres.
    Por ello, los tradicionalistas no conservan la fe íntegra porque se han olvidado en estos tiempos de predicar el Apocalipsis cuando Cristo lo enseñaba.

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